Y así fue como Apolo, al cruzarse con Dafne, cayó irremediablemente enamorado de ella, que estaba condenada a no sentir lo mismo por él. De nada sirvieron los lamentos de él ni su impresionante poder, como hijo de Júpiter que era. Acosada, Dafne optó por la huida. Mientras Apolo la perseguía con afán, justo en el instante en que iba a prenderla, frente a las aguas del Penneo, Dafne viéndose perdida, rogó a su padre que evitara la captura.
Fue entonces cuando Penneo decide que su hija se convierta en laurel. El poeta romano Ovidio nos describe el momento de forma magistral: “Apenas terminada la súplica, una pesada torpeza se apodera de sus miembros, sus delicados senos se ciñen con una tierna corteza, sus cabellos se alargan y se transforman en follaje y sus brazos en ramas; los pies, antes tan rápidos, se adhieren al suelo con raíces hondas y su rostro es rematado por la copa; solamente permanece en ella el brillo. Apolo también así la ama y apoyada su diestra en el tronco, todavía siente que su corazón palpita bajo la corteza nueva y, estrechando con sus manos las ramas que reemplazan a sus miembros, da besos a la madera; sin embargo, la madera los rehúsa ”
Apolo, lejos de poder sentir odio o rencor hacia su inalcanzable amada, convirtió al laurel como símbolo de victoria: "Ya que no puedes ser mi esposa, serás en verdad mi árbol; siempre mi cabellera, mis cítaras y mi carcaj se adornarán contigo. ¡Oh, laurel!, tú acompañarás a los capitanes del Lacio cuando los alegres cantos celebren el triunfo y el Capitolio vea los largos cortejos”
No sé si coincidiréis conmigo, pero prefiero la versión de Dafne. El gran escultor barroco italiano Bernini esculpió una representación irrepetible del momento en que Dafne se convierte en laurel.
Nuestro poeta renacentista, Garcilaso de la Vega, describió en un grandioso poema el mismo instante que esculpió años más tarde Bernini:
A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu’el oro escurecían;
de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aun bullendo ’staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
Quedan sólidas referencias a esta bella historia en nuestra lengua. Palabras como laureado, premiado con honor y gloria; laurear, premiar, recompensar, honrar; loar, alabar; loable, digno de alabanza. Incluso los nombres Lorenzo, lleno de laurel, y Laura, laurel, alabada, provienen del significado de este bello mito.