jueves, 18 de febrero de 2010
ANIVERSARIO
50 años no son muchos ni son pocos. Una cifra graciosa. Pero para una sola vida parecen bastantes. 50 años dan para unas cuantas noches de tinta negra y para tormentas suaves y puertos acogedores en los que atracar y buscar descanso.
Hasta hace poco creía que los años servían para elaborar verdades y consolidar certezas. Desde hace un tiempo, en cambio, he anclado en un punto en el que la perspectiva es muy distinta. Radicalmente distinta. Lo resumiré en cuatro ideas.
Ahora creo que la realidad simplemente no existe. O, por puntualizar, que hay muchas realidades, complementarias algunas, contradictorias otras, que están ahí fuera y que no podemos percibir. Nuestra realidad nos llega a través de nuestros sentidos y estos, aunque no nos lo parezcan, son más bien simples. Nos parecen grandes porque son los únicos que tenemos. Pero hay tanto que no podemos percibir…
Por otro lado, ahora también estoy convencido de que el tiempo es un concepto abstracto que sólo tiene sentido y trascendencia para nosotros. En realidad, sin nuestra existencia, el tiempo desaparecería. De algún modo que no alcanzo a comprender, estoy convencido de que cada instante es único y que podríamos vivirlo con la intensidad de lo que se sabe efímero e inaudito, sin fronteras ni pronósticos, sin origen y sin metas, libres de cadenas y planificación.
En tercer lugar, está la vida. Deciros que hace tiempo que llegué a la conclusión de que es más bien poca cosa. Desde lo único que conocemos, lo que nos rodea, podemos decir que parece que la materia tiene una tendencia natural hacia organizarse en formas que llamamos vida, por lo que no debe ser tan compleja ni debería merecer tanta atención. La vida simplemente es, y, por lo general, suele ser poca cosa. Merecería menos búsquedas de sentido y menos trascendencias y que, sencillamente, nos dedicáramos a vivirla.
Por último, las emociones. Las sensaciones nos llegan a través de receptores identificados y conocidos, pero no hemos encontrado ningún receptor de emociones. Y somos una maraña de ellas. Lo cierto es que somos lo que somos porque tenemos emociones. La emoción siempre está unos pasos por delante de la razón. Como leí hace poco, el “pienso, luego existo” es una frase ocurrente de un intelectual que no había sufrido aún un simple dolor de muelas. Ninguna decisión que tomemos, por muy racional que nos parezca, está libre de estar sometida a las emociones.
La no realidad me abre unos horizontes inmensos de mundos por intuir. El no tiempo me invita a disfrutar cada instante como lo que es, algo único e irreproducible. La simplicidad de la vida me aparta de caminos trascendentes y de la búsqueda de soluciones a problemas inexistentes. Y por último, comprender mejor las emociones que me dominan me ayudará a ser mejor persona.
Una visión estimulante de los años que me quedan
Josep Crusellas
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