El racionalismo científico, la creencia en una causalidad de todos los sucesos, el método científico, la observación, las pruebas, las leyes físicas son la única explicación del mundo que nos rodea que estamos hoy dispuestos a admitir. Esta visión de nuestro entorno es muy nueva para nosotros, algo más de tres siglos, pero en este poco lapso de tiempo ha sido capaz de anular cualquier otra. En esa Revolución científica, los grandes entre los grandes, Newton, Galileo y Descartes desarrollaron el concepto de que los fenómenos tienen explicaciones definidas matemáticamente y que con ello podíamos tener una idea muy clara y concreta de “la verdad” de las cosas. Obviamente no siempre fue así. La filosofía, la intuición, la espiritualidad, la costumbre o simplemente la ausencia de necesidad de explicarlo todo, eran suficientes para comprender. A mediados del siglo XIX el racionalismo científico se impuso de forma radical en occidente y los científicos hincharon el pecho con la certeza de que la ciencia podría explicarlo todo sin excepción.
Afortunadamente grandes científicos y pensadores del siglo XX pusieron algunas cosas en su sitio, con corrientes relativistas que si bien no mermaron la supremacía del racionalismo sobre todo lo demás, dieron pie a otras posibilidades de pensamiento. A pesar de ello, para el común de los mortales de nuestra sociedad, la explicación científica es algo sólido y tangible y se considera como la única fuente posible para el conocimiento de la naturaleza y para el progreso. El empuje de grandes científicos, los avances tecnológicos y el progreso al que han dado lugar, en el que destacan la Revolución Industrial y el cambio en los métodos de producción y, consecuentemente, los cambios sociales que provocó, y la Revolución tecnológica en la que estamos inmersos, han sido de tal calado que el racionalismo científico apenas admite discusión. Pero creo que es momento en que empecemos a cuestionarnos esta creencia y este enfoque. La naturaleza que queremos explicar es la que nuestros sentidos son capaces de hacernos percibir. Es decir, con la búsqueda de causalidad y el método científico sólo estamos intentando probar que lo que percibimos, lo que nos llega de lo que nos rodea, tiene una explicación concreta y está sometido a leyes universales. Pero sólo lo que percibimos, y no se trata de un pequeño matiz. Nuestros sentidos son limitados y nuestro cerebro también. La naturaleza, la materia, llega hasta nosotros a través de nuestros sentidos, órganos bastante sencillos, y por si ello fuera poco, nuestro cerebro posteriormente interpreta lo que nos llega. Hay mucho más ahí fuera que influye sobre nosotros y que forma parte del mundo pero que nosotros no podemos captar. La filosofía y las humanidades en general, como formas de desarrollo intelectual y de expresiones de nuestra propia naturaleza, no deberían estar reñidas con la ciencia. No deberíamos aspirar a encerrarlo todo en un cajón lleno de normas, números y leyes. De hecho convivimos con muchas cosas que no caben en ese cajón: la belleza, la gracia o el duende de un artista, lo que sentimos ante una obra de arte, lo que nos inspira, lo que nos dice un poema más allá de las palabras que contiene, la mirada de un ser querido, el instinto que no sabemos de dónde nos llega, y tantas, tantas cosas más. Aplicar el método científico para buscar respuestas es acertado, pero si, además, somos capaces de seguir cuidando de nuestro pensamiento más abstracto y hacemos que ambos enfoques vayan de la mano, puede que las preguntas se reduzcan.
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