Todo está sujeto a la comprobación empírica, al método científico de validación, al dato y la fórmula. Esta fortaleza y auge imparable de las Ciencias basadas en el método científico está arrinconando a las Humanidades en las mismas escuelas. Es como si tener vocación de filólogo, historiador, literato, filósofo, antropólogo, sociólogo o crítico de arte estuviera en contra del progreso o del propio sentido común. Como si las personas que se dedican a las Ciencias Sociales fueran ajenas a los problemas del mundo que sólo pueden tener solución con las ciencias “serias”, las de verdad, las que se basan en el cálculo, pueden extrapolarse y concluyen con cifras y números. La física, la economía, las matemáticas, la tecnología tienen explicación para todo, para el universo, la industria, el desarrollo, las herramientas o la comunicación. Nuestras empresas, los sofisticados sistemas de producción, los aparatos que nos acompañan en nuestras vidas, desde el televisor hasta el PC, desde el móvil hasta el iPod, el GPS del coche, los CD’s y tantas cosas más, todo gracias a las ciencias “de verdad”. ¿Qué nos aportan la filosofía o la antropología? Bueno, sí, de vez en cuando aparece alguna noticia en la prensa sobre el descubrimiento de algún hueso de algún antepasado nuestro o una entrevista a un intelectual que solemos no entender. El proselitismo que los científicos han hecho a su favor y en contra de todo lo demás están haciendo que la gran mayoría de nosotros pensemos de este modo.
¡Qué error, que enorme error! Aunque el progreso que hemos experimentado en los últimos doscientos años, desde que la Revolución científica tomó cuerpo, o incluso si lo contemplamos desde el momento en que Francis Bacon estableció el método científico tal como lo conocemos (observación, descripción, inducción, hipótesis, experimentación y demostración), hace ya cuatro siglos, nos parezca extraordinario, en mi opinión no tiene comparación con los enormes pasos de gigante que nuestros antepasados hicieron hace miles o incluso docenas de miles de años. Saltos como el uso y fabricación de sencillas herramientas líticas, el dominio del fuego, la creación del lenguaje (¡que enorme salto!), el pensamiento simbólico, la belleza del arte, la creación de los primeros poblados, eso sí que fueron avances. Y ninguno de ellos necesitó del método científico. Creer que ya no hay nada más allá de las ciencias exactas o experimentales o que cualquier otra ciencia no tiene utilidad práctica es un error que acabaremos pagando tarde o temprano. Sólo hay que ver qué estamos haciendo en las escuelas de enseñanza básica: mucha matemática y aritmética y poca historia, mucha geometría y física y poca filosofía (o ninguna), mucha ciencia experimental y poca ciencia social. Así acabamos preparando a grandes cerebritos, capaces de manejarse con internet y con las nuevas formas de comunicación virtual, pero que no tienen ni idea de lo que es un pensamiento abstracto, no conocen nada sobre las enseñanzas del pasado, no son capaces de interpretar lo que ocurre en el mundo. No quiero caer en la trampa de oponer una cosa a la otra, no estoy ni de lejos en contra del conocimiento científico, lo que reivindico es un papel más relevante para las ciencias sociales.
¡Necesitamos más gobernantes y líderes cuyo fuerte sea la Historia o la Filosofía! ¡Necesitamos que nuestros hijos salgan de la escuela básica conociendo qué dijeron y escribieron los clásicos griegos, cómo se gobernaron los romanos y por qué fueron capaces de mantenerse en pié durante más de mil años, cómo se construyeron las naciones del mundo, cómo se desencadenaron las grandes guerras del siglo pasado, qué pensamientos básicos definen a San Agustín de Hipona o a Santo Tomás de Aquino, a Descartes o a Hume, a Kant o a Nietzsche, a Unamuno o a Ortega y Gasset! Sólo así serán personas capaces de encontrar las verdaderas soluciones que necesita el mundo.
=====================================
No hay comentarios:
Publicar un comentario