martes, 14 de febrero de 2012
CUESTA CREER QUE HUBO UN TIEMPO
Cuesta creer que hubo un tiempoantes de ti.
Antes de ti no había palabras
y nada tenía nombre.
Hasta que llegaste tú
y te oí pronunciar cada cosa,
todo estaba vacío de nombres.
Era un goce emocionante
oír cómo definías el mundo.
Saltar de sorpresa en sorpresa,
oh, nubes, esos algodones blancos
que flotan en el cielo son nubes.
Ah, mar, esa enorme mancha azul
que llega y se va cadente
a la orilla de la arena es el mar.
Y así con todo, estrellas, luna,
mesa, papel, ascensor.
Cada palabra una aventura.
Y de pronto el mar
ya no se confundía con el cielo
y el ascensor cobraba vida en el rellano.
Autobús, balcón, manzana,
camisa, cajón, tacita de café
y un sinfín de cosas más,
cada una estrenando nombre
cada una nueva para mí,
cobrando vida, resucitando.
Claro que yo tomaba el autobús
y el ascensor y me asomaba al balcón.
Y había contado estrellas de chiquillo
como cualquier otro niño.
Y la luna siempre había estado ahí,
como una bombilla
que alguien encendía cada noche,
y lucía camisas blancas y azules,
comía manzanas y peras y naranjas
y tomaba cada mañana mi café
en unas tacitas de porcelana
que heredé de una tía lejana
que decían había estado en la China.
Y tenía una mesa de despacho
que había comprado en una tienda de viejo
con unos cajones con adornos de marquetería
donde guardaba mis notas y papeles.
Pero yo nada sabía de su existencia.
Tuviste que llegar tú
y nombrarlo todo por primera vez
como en un gigantesco bautizo,
para que el mundo
formara parte de mi y yo de él.
Porque el mundo y yo y las cosas,
todo es sólo una pequeña parte de ti.
======================================
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario