martes, 12 de abril de 2011

A FAVOR DE TURQUÍA


En mi última entrada comentaba una noticia de prensa sobre que las monarquías del Golfo eran el gran referente de Estado para aquellos que se han levantado contra la dictadura de Gadafi. El titular era “Arabia Saudí y no Turquía”. Un titular que dice muy poco de las aspiraciones de los rebeldes (¡y nos decían que querían democracia!) y mucho a favor de Turquía.



Turquía, la gran incomprendida. Puente entre Occidente y Oriente, con un pié en cada continente, heredera de un pasado lleno de gloria y con un futuro esperanzador… que en buena parte depende de nosotros. Pronto hará un siglo del revolucionario cambio que experimentó el país, cuando unos jóvenes liderados por Mustafá Kemal Ataturk, Primer Presidente de la República de Turquía y Padre de la Patria Turca, llevaron a cabo la Guerra de Liberación de su país, ocupado por las fuerzas aliadas tras la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial.


 Ataturk estableció las bases de una República laica, en la que por primera vez un país de raíces musulmanas separó el Estado de la Religión, abolió el sultanato con el exilio en 1922 del último sultán del Imperio, tras más de cinco siglos de poder absoluto. Ataturk, además, estableció la escritura con el alfabeto occidental e impuso leyes para asegurar que el gobierno quedaba al margen de los musulmanes ultrareligiosos, desplazando la capital de Estambul a Ankara, en el centro del país, con el fin de alejarse de las intrigas palaciegas que durante siglos habían dominado a la burocracia turca y dejando al ejército como garante de la continuidad del Estado laico, lo que ha venido haciendo hasta la actualidad.


Turquía no ha sido ajena al auge del fundamentalismo islámico tras el final de la Guerra Fría, pero aún así, ha sabido canalizarlo de forma coherente y civilizada y hoy, bajo el gobierno de un partido religioso moderado, sigue siendo un ejemplo de la separación entre Estado y Religión fundamentado en la democracia parlamentaria.


Turquía lleva años llamando a las puertas de Europa y Europa sigue sin abrírselas. Para muchos europeos, Turquía no es un país occidental, como si el país donde están los restos de la mítica Troya o las helénicas Éfeso y Pérgamo, por no hablar de los orígenes de Bizancio, no mereciera un poco más de respeto por parte de aquellos que creamos una cultura con sus enseñanzas.



 Temerosos de lo que puedan necesitar 70 millones de turcos en una Comunidad Europea ampliada con Turquía, temerosos de la competencia de tanta mano de obra y temerosos de que un país de raíz musulmana pueda sentarse en el Parlamento Europeo. Demasiados temores.


Lo que deberíamos pensar los europeos es que cuando Turquía mira hacia nosotros, es un país pobre que sólo podría necesitar ayuda y ocupar una posición secundaria (al menos al principio), pero cuando Turquía mira hacia Oriente, la cosa cambia radicalmente y se convierte en un referente de riqueza, economía potente, libertad, democracia, poderío militar y todo ello sin renunciar a sus raíces musulmanas, lo que no es poco. Así que poco a poco vamos empujando a este gran país hacia posiciones cada vez más alejadas de nosotros. El día que Turquía finalmente decida que no necesita que le abramos ninguna puerta y se disponga a liderar la compleja y a la vez dinámica geografía oriental, nos encontraremos con un monstruo que puede acabar creando más problemas a esta Europa temerosa y conservadora que una Turquía integrada en nuestras instituciones. Rompo una lanza para que esto último ocurra pronto.

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