domingo, 11 de julio de 2010

APOLO Y DAFNE

Apolo y Dafne

Andaba Cupido jugando con una de las flechas de Apolo cuando éste lo increpó. ¿Qué hacía tocando la flecha con la que Apolo había matado al monstruo de las cien cabezas? Cupido se dolió de la llamada de atención y decidió vengarse. Fue así como lanzó una flecha con punta de plomo que infundía desdén, sobre la ninfa Dafne, hija del río Penneo y de la Tierra. Cuando vio que Apolo estaba cerca de ella, lanzó otra flecha esta vez con punta de oro sobre el orgulloso dios, lo que iba a someterlo a la irresistible droga del Amor.


Y así fue como Apolo, al cruzarse con Dafne, cayó irremediablemente enamorado de ella, que estaba condenada a no sentir lo mismo por él. De nada sirvieron los lamentos de él ni su impresionante poder, como hijo de Júpiter que era. Acosada, Dafne optó por la huida. Mientras Apolo la perseguía con afán, justo en el instante en que iba a prenderla, frente a las aguas del Penneo, Dafne viéndose perdida, rogó a su padre que evitara la captura.

Fue entonces cuando Penneo decide que su hija se convierta en laurel. El poeta romano Ovidio nos describe el momento de forma magistral: “Apenas terminada la súplica, una pesada torpeza se apodera de sus miembros, sus delicados senos se ciñen con una tierna corteza, sus cabellos se alargan y se transforman en follaje y sus brazos en ramas; los pies, antes tan rápidos, se adhieren al suelo con raíces hondas y su rostro es rematado por la copa; solamente permanece en ella el brillo. Apolo también así la ama y apoyada su diestra en el tronco, todavía siente que su corazón palpita bajo la corteza nueva y, estrechando con sus manos las ramas que reemplazan a sus miembros, da besos a la madera; sin embargo, la madera los rehúsa ”

Apolo, lejos de poder sentir odio o rencor hacia su inalcanzable amada, convirtió al laurel como símbolo de victoria: "Ya que no puedes ser mi esposa, serás en verdad mi árbol; siempre mi cabellera, mis cítaras y mi carcaj se adornarán contigo. ¡Oh, laurel!, tú acompañarás a los capitanes del Lacio cuando los alegres cantos celebren el triunfo y el Capitolio vea los largos cortejos”

¡Qué maravillosa fábula, que enorme mito! Ovidio, que vivió en época de Augusto, se deleita en la explicación de esta historia en su obra “Las Metamorfosis”, donde describe la creación y la historia de la mitología desde el punto de vista romano. La explicación desmitificadora del uso simbólico del laurel por parte de los romanos habla de la abundancia de este arbusto en las tierras del Lacio. Virgilio en la Eneida comenta que la tierra a la que llegan Eneas y los exiliados troyanos se llamaba Laurentium o “tierra de laureles”. Así es como parece ser que después de elegir a la loba como símbolo principal de su patria, los romanos tomaron al laurel como símbolo de victoria. Es posible que el laurel obtenga su significado simplemente porque abundaba en las tierras de los primeros pobladores romanos.

No sé si coincidiréis conmigo, pero prefiero la versión de Dafne. El gran escultor barroco italiano Bernini esculpió una representación irrepetible del momento en que Dafne se convierte en laurel.

El autor también del famoso baldaquino de San Pedro en el Vaticano, capturó el momento dramático de sorpresa de Apolo y de horror de Dafne.

Vista de espaldas, la escultura sólo muestra la parte arbórea de esta última.


Es impresionante ir girando alrededor de la obra e ir descubriendo la transformación arbórea de la ninfa. Si visitáis Roma, no dejéis de ir a verla a la Galleria Borghese.

Nuestro poeta renacentista, Garcilaso de la Vega, describió en un grandioso poema el mismo instante que esculpió años más tarde Bernini:

A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu’el oro escurecían;

de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aun bullendo ’staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!

Quedan sólidas referencias a esta bella historia en nuestra lengua. Palabras como laureado, premiado con honor y gloria; laurear, premiar, recompensar, honrar; loar, alabar; loable, digno de alabanza. Incluso los nombres Lorenzo, lleno de laurel, y Laura, laurel, alabada, provienen del significado de este bello mito.

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lunes, 5 de julio de 2010

VEMOS CON EL CEREBRO

Vemos con el cerebro, no con los ojos

Literalmente. Los ojos son el resquicio de nuestro cuerpo a través del que se cuelan los estímulos visuales que nos rodean, pero el proceso mediante el cual hacemos lo que llamamos “ver” se produce en nuestro cerebro. Por descontado, no somos capaces de asimilar todo lo que nos llega, sería imposible hacerlo. Nuestro cerebro opta por algo más eficiente: realiza asociaciones entre los estímulos que le llegan y la información que ya tenemos en nuestra memoria. Y estas asociaciones son muy rápidas, instantáneas. Veamos algunos ejemplos:








Y por último uno de los ejemplos más conocidos: ¿qué ves en esta imagen?:


¿Una joven o una anciana?... ¡Están las dos!

En el fondo, el cerebro filtra y se centra en la información mínima necesaria para realizar el proceso de ver y después rellena los huecos que necesita para interpretar esa información utilizando lo que ya conoce del mundo que le rodea. En consecuencia, no vemos la realidad tal como es o, para ser más exactos, como la veríamos si nuestro cerebro sólo se centrara en los estímulos que le llegan sin ninguna información previa basada en experiencias, sino que la reconstruimos a medida utilizando la información imprescindible: movimiento, color, contornos, luz, etc. Esto convierte el proceso de “ver” en un arte creativo, a la medida de las capacidades individuales de cada uno. Este es uno de los motivos por los que conceptos como el arte o la belleza son muy subjetivos, porque no hay una única forma de “ver” sino que se trata de algo personal y subjetivo. A pesar de ello, hay ciertas obras visuales artísticas o ciertos estándares de belleza que nos agradan de forma universal. Y ello es porque son capaces de aprovechar al máximo alguna propiedad funcional de nuestro proceso visual. El arte maximiza el proceso de generación de asociaciones en nuestro cerebro. Ello ocurre por ejemplo con el impresionismo, que deja mucha libertad para que nuestro cerebro realice asociaciones. No hay más que contemplar este atardecer pintado por Monet:


Todo ello no hace más que reforzar mi opinión sobre la no existencia de una realidad única e incuestionable. Y es que ya lo escribió Ramón de Campoamor en uno de sus más conocidos poemas:


Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
todo es según el color
del cristal con que se mira

(Referencia: ¿Por qué nos gusta el arte?. Guillermo Santamaría. Redes nº 3, pág. 26-29)


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domingo, 4 de julio de 2010

QUE UN DÍA TE ACERQUES A MI ORILLA


Mantengo mis diques en pié,
firmes, como murallas medievales,
sólidos, enhiestos,
para que el estanque
que son mis sentidos y mis anhelos,
se conserve intacto,
con la esperanza serena
de que un día te acerques
a mi orilla
y, con curiosidad,
sin mayores pronósticos,
te mires en sus aguas,
mirándome
y descubriendo en mi superficie limpia
tu rostro sonriéndote,
sonriéndome.


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