lunes, 19 de diciembre de 2011

EL DECLIVE DE ROMA Y EL DE OCCIDENTE


Hoy he leído un artículo en la última edición de la revista Dossier de La Vanguardia monográfica sobre el actual declive de Occidente, en la que José Enrique Ruiz-Domènec, Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Barcelona, hace un paralelismo entre los últimos siglos del Imperio Romano Occidental y los acontecimientos que está viviendo Occidente en las últimas décadas.

En mi humilde opinión, sus comparaciones son bastante forzadas. Bien está que en un afán divulgador se hable de la Historia, pero como seguro sabe muy bien el profesor Ruiz-Domènec, no se deben juzgar hechos del pasado con criterios actuales y viceversa. Al leer su artículo me ha venido a la cabeza la tesis que Nassim Taleb expuso en su obra el Cisne Negro (ver entrada del blog El azar y los cisnes negros) sobre la facultad que tiene nuestra mente de explicar los hechos sucedidos como si de una novela se trataran, con causas y efectos que, una vez ocurridas las cosas, nos parecen totalmente lógicos y predestinados. Pero las cosas no ocurren así. Explicar que Aureliano arrasó Palmira o que Roosevelt declaró la guerra a Japón, comparando ambos hechos históricos, por motivos económicos es un poco atrevido. No dudo que los había en ambos casos, pero las campañas militares que ambos dirigentes iniciaron obedecieron a otros muchos factores y, con gran seguridad, no podrían haberse predicho apenas unos meses antes en ninguno de los dos casos.

 De todas formas, ésta no es la comparación más atrevida del artículo, sino que hay un par de ellas muy llamativas y sobre las que también me atreverá a hacer una crítica constructiva. Comparar la batalla de Adrianópolis con el 11 de septiembre de Nueva York, a mí se me antoja también un poco atrevido. La batalla de Adrianópolis fue un hecho histórico inaudito, algo que los romanos tardaron siglos en olvidar. Por primera vez se producía una gran derrota de los ejércitos imperiales dentro de las fronteras del propio imperio, una derrota en la que, por si fuera poco, perdió la vida el propio emperador. Pero no hay que olvidar que Adrianópolis también fue una historia de traiciones y osadías, en un Imperio ya dividido en dos polos hermanos pero opuestos que buscaban su propia supervivencia, aunque fuera a costa del otro. Adrianópolis marcó un punto de inflexión hacía el declive en Occidente y viceversa en el Imperio Oriental que aún supo mantenerse a flote, con épocas de notable esplendor, durante más de mil años. El 11 de septiembre fue una osadía que puso en evidencia el poder real de lo que llamamos terrorismo internacional, un poder capaz de atacar en el propio corazón de la nación más poderosa del mundo. Pero extrapolar de este hecho que ello pueda marcar un declive de Occidente es un poco osado, o al menos esta es mi opinión. Los estados occidentales, acostumbrados a tener un enemigo bien visible y con fronteras muy definidas a lo largo de decenas de años durante el período de la guerra fría, a partir del 11 de septiembre supieron que tendrían que enfrentarse a un enemigo difuso, sin fronteras, pero igual de peligroso. No puedo estar de acuerdo con las reacciones inmediatas que tuvieron los hechos del 11S. Estos días estamos siendo testigos de la retirada de las tropas norteamericanas de Irak y no precisamente inmersas en los vítores de una victoria. Pero sigo sin ver el paralelismo entre Adrianópolis y la triste fecha de la que este año se ha cumplido el décimo aniversario.
 Y para terminar, otra comparación que me parece exagerada es la que hace el profesor Ruiz-Domènec entre la tetrarquía impulsada por Diocleciano y la foto de las azores de los Presidentes de Estados Unidos, Reino Unido, Portugal y España. Soy un admirador de Diocleciano (ver entrada en el blog Biografía de Diocleciano), un emperador que fue capaz de detener el círculo vicioso en el que se hallaba inmerso el Imperio desde hacía medio siglo y que parecía abocado al más grande de los desastres. Su propuesta de diarquía inicial y, posteriormente, de la tetrarquía fue la solución a los males del Imperio de aquellos años, muy lejos de lo que significó la decisión de iniciar la guerra en Irak cuya foto de las Azores ejemplarizó. La tetrarquía facilitó un mejor gobierno del Imperio Romano, puso orden en el desorden, acabó con los enfrentamientos fraticidas y puso los cimientos de un Imperio renovado llamado a pervivir hasta bien entrado el siglo XV con su base sólidamente asentada en la parte oriental del Imperior. Es un defecto común de los occidentales visualizar la historia del Imperio Romano sólo desde los hechos que padeció en la caída del gobierno occidental, en el siglo V, pero olvidamos con frivolidad que el Imperio Romano siguió vivo y coleando en su mitad oriental, con su sede inicial instaurada por Diocleciano en Nicomedia y posteriormente trasladada por Constantino a Constantinopla pocos años después. Lo que eufemísticamente llamamos Imperio Bizantino en realidad fue tan Imperio Romano como el que hubo en tiempos de Augusto o Trajano. No veo qué relación pueden tener Bush, Blair, Barroso y Aznar con Diocleciano, Maximiano, Constancio y Galerio, fundadores de la primera tetrarquía.

A pesar de todo lo dicho, el artículo de Ruiz-Domènec merece ser leído, aunque sólo sea como fuente de reflexión y porque siempre es un placer encontrar referencias a nuestro pasado como parte del Imperio Romano.
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