viernes, 29 de agosto de 2014

LA NATURALEZA DE LA REALIDAD #realidad #biocentrismo





Introducción

Vayamos al grano: no creo en la realidad. Por ser más exactos, no creo que el mundo exterior en el que nos movemos sea como nosotros creemos que es. Es una idea que me acompaña desde hace años y que poco a poco se ha ido convirtiendo en una certeza para mí. Aún más, no es que lo que nos rodea no sea como nosotros creemos que es sino que nada existe más allá de la conciencia que nosotros ponemos sobre ello. En las próximas páginas intentaré explicarlo, pero advierto ya de entrada que no tengo una explicación clara de ello ni siquiera propongo ninguna teoría. Simplemente abro una puerta a la reflexión que cada uno quiera hacer al respecto.

Todo empezó hace una decena de años cuando me interesó entender hasta donde mi limitada capacidad diera de sí los trabajos de Einstein sobre la relatividad. Por aquél tiempo lucía un aspecto bastante einsteniano, con el pelo blanco desordenado y un bigote similar. De hecho un amigo me hizo un fotomontaje en forma de imán de nevera donde mi parecido físico con esta genial figura de la ciencia es extraordinario. Obviamente el parecido se quedaba en eso, ya que yo sabía muy poco de lo que Einstein había escrito y por lo que todavía era tan reconocido. Así que empecé a leer obras divulgativas sobre sus trabajos, sus teorías y su vida. Al cabo de unos meses mi concepto clásico y estándar de la física se había derrumbado y la visión espacio-temporal  del universo me había atrapado ya para el resto de mis días.

De esa visión un concepto dejó de ser normal y cotidiano para mí: el tiempo. A partir de las teorías posteriormente demostradas de Einstein en las que el tiempo dejaba de ser un concepto absoluto para pasar a guardar relación con otros conceptos como la velocidad, estirándose o encogiéndose según el lugar de referencia de quién lo estuviera viviendo, empecé a dudar de que incluso fuera algo real. Esta idea no era nueva para la física, que ya hacía años que se cuestionaba la naturaleza del tiempo, pero a mí me resultó un descubrimiento fascinante y revolucionario.

Un concepto dejó de ser normal y cotidiano para mí: el tiempo. ¿Por qué no dudar de todo lo demás?

El cuestionamiento inicialmente intuitivo y totalmente irracional del concepto del tiempo me llevó a otra cuestión. Si algo tan interiorizado por todo el mundo como el tiempo podía ser una creación de nuestra mente, ¿por qué no dudar de todo lo demás? Fue así cuando di un paso más y empecé a dudar de que el mundo exterior que parece tan sólido y tan perceptible, fuera real, entendiendo como real que tendría una existencia como la que yo percibo incluso aunque yo no estuviera presente. Podría parecer que con esta actitud quedaría atrapado en el relativismo existencial, pero no ha sido así. No hay contradicción entre aceptar que para la vida tanto el tiempo como el mundo exterior exigen ser percibidos como lo son por todos nosotros y, por otra parte, saber que en el fondo son conceptos cuestionables. Además, profundizar en este cuestionamiento es intelectualmente muy estimulante.

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Las grandes preguntas

Desde sus orígenes, una constante del ser humano ha sido la necesidad de buscar  explicaciones al mundo que le rodea. Nuestra mente, al contrario que la de cualquier otro ser vivo conocido, ha evolucionado con una insistente preocupación por los qué y los cómo de la materia, la vida, el universo. Como consecuencia de ello, hemos desarrollado unas características únicas como especie:

-   Una insaciable curiosidad.
-   La necesidad de disponer de explicaciones para todo, de construir relatos que nos resulten confortables, sean o no racionales y objetivos.
-   Una voracidad sin límites por clasificar las cosas por su forma, tamaño, color, procedencia, etc. Desde el hongo más simple a las ballenas, desde los estilos arquitectónicos a las flores, todo lo que nos rodea debe ocupar su lugar concreto en nuestro esquema del mundo.
-   Una tendencia innata a comunicarnos y compartir nuestros relatos, nuestro conocimiento.
-   Una inclinación a la trascendencia orientada a explicar todo aquello que nuestras capacidades intelectuales no logran entender.

Las explicaciones mágicas acerca de la naturaleza del mundo mantuvieron las inquietudes bajo control durante decenas de miles de años

Las explicaciones mágicas acerca de la naturaleza del mundo mantuvieron las inquietudes bajo control durante decenas de miles de años. El crecimiento del arsenal teórico y práctico de la astronomía, la cronología, las matemáticas, la física, la química, la biología, etc. (de nuevo el afán por clasificar y ordenar las cosas), exponencial en los últimos siglos, ha ido arrinconando cada vez más la magia de la naturaleza, pero aún quedan grandes preguntas sin respuesta. De hecho, las grandes preguntas siguen sin tenerla:

-   ¿Qué es la vida, cómo surgió, de dónde venimos nosotros?
-   ¿Qué es el universo, de qué está constituido, cuáles son sus límites, cuándo se originó?
-   ¿Hay algo más allá de esta vida?

Todo el conocimiento humano, toda la ciencia que hemos desarrollado a lo largo de nuestra existencia y toda la carga teológica y mágica que nos acompaña desde nuestros orígenes tienen como centro de atención la vida, el universo y la muerte, todas ellas relacionadas entre sí (la vida forma parte del universo o viceversa y la muerte de la vida). Estas son nuestras preocupaciones y de ellas se derivan las grandes cuestiones sobre las que tanto nos esmeramos en investigar y que tanto se nos resisten a ser desveladas. Podríamos listar todas las disciplinas del conocimiento humano y adjudicarlas a uno o varios de estos tres grandes temas. Por ejemplo, la biología y la psicología a la vida, la física, la química o la astronomía al universo, las religiones a la muerte o la filosofía a los tres temas.

Todo el conocimiento humano tiene como centro de atención la vida, el universo y la muerte

Fueron los filósofos griegos los primeros en dar pasos de gigante en todos los ámbitos del conocimiento humano. Sus reflexiones, meditaciones y conclusiones, sus relatos en definitiva, todavía nos acompañan hoy en día.  No fue hasta los años del Renacimiento cuando se gestó el concepto de ciencia que hoy lo invade todo y que nos proporcionó caminos para la búsqueda de explicaciones racionales. Los filósofos griegos ya utilizaron la lógica, el empirismo y el racionalismo, pero aún tenían gran relevancia para ellos la metafísica y las explicaciones mágicas no racionales. Fue a partir de Descartes y Newton cuando se sientan las bases del cientificismo y la idea de que el universo estaba regido por una serie de leyes naturales que, una vez descubiertas, demostradas y bien establecidas, darían explicación a todo lo conocido, erradicando definitivamente la existencia del azar, la casualidad y los relatos mágicos.

Newton fue una mente privilegiada. Él sólo fue capaz de crear un edificio sólido de leyes universales que hicieron cambiar por completo la imagen que se tenía del mundo. Durante casi dos siglos, sus leyes fueron dogma intocable y alentaron la esperanza de que el orden que lo regía todo era fácilmente abarcable para la mente humana.

Tuvo que llegar otra mente extraordinaria para desbaratarlo todo, ponerlo patas arriba y redefinir las leyes básicas. Einstein con sus maravillosas teorías de la relatividad especial y general fue capaz de imaginar explicaciones que si bien probablemente hubieran sido imaginadas por alguien en algún momento posterior, con toda probabilidad se anticiparon docenas de años. Las elucubraciones de Einstein, ampliamente demostradas y reconocidas entre la comunidad científica, son de tal atrevimiento que todavía hoy, casi un siglo después de su enunciado, siguen estando ausentes de la enseñanza básica, donde todavía rigen las leyes newtonianas. Todavía hoy en los libros de texto sigue explicándose que los cuerpos se "atraen" por una fuerza a la que llamamos gravedad sin la más mínima insinuación acerca de la curvatura del espacio.

Pero a Einstein tampoco le duró su reinado. Pocos años después de su reconocimiento a nivel mundial, un grupo de físicos anunció que las partículas tenían unos comportamientos que ni las leyes de Newton ni las de Einstein eran capaces de explicar. En 1925, Heisemberg, Born y Schrödinger sentaron las bases de lo que sería la mecánica cuántica que venía a establecer unos postulados contraintuitivos que parecían y aún parecen atentar contra la lógica y el razonamiento humanos y que generaría un divorcio entre las normas que funcionan para el mundo macroscópico en el que nos movemos y las que funcionan en el microscópico que nos da forma. Durante los últimos años de su vida Einstein se esforzó por superar este divorcio pero no lo consiguió. El divorcio sigue vigente en la actualidad.

Las grandes preguntas siguen tan vigentes como el día que alguien se las planteó por primera vez

El caso es que cada vez que ha parecido que estábamos más cerca de explicar el universo (y, en consecuencia, la vida y la muerte) se han abierto puertas que nos han alejado de las respuestas definitivas. Así es cómo las grandes preguntas siguen tan vigentes como el día que alguien se las planteó por primera vez.

Como he dicho antes, todas las disciplinas científicas se ocupan de investigar y buscar explicaciones a la naturaleza concreta de las cosas que nos rodean, del propio mundo en particular y de todo el universo en general. Dejando aparte las corrientes de conocimiento que siguen el camino de la magia y la religión, quizás sean la filosofía y la física, muchas veces de la mano, las que se ocupan de forma más cercana de explicar la constitución última de las cosas, la primera desde la definición de las preguntas y el cuestionamiento constate de las respuestas y la segunda con la concreción, cuantificación y medición de unas y otras.




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¿Qué nos dice la física? El orden de Newton

Isaac Newton (1642-1727), considerado el padre de la física clásica, construyó un edificio firme y sólido que expresaba con claridad y lógica el funcionamiento del universo. Aunque tuvo sus precursores en el enunciado de sus leyes, como Galileo o Kepler, fue Newton quién se atrevió a marcar las líneas básicas que por primera vez dieron explicaciones racionales y objetivas al mundo que nos rodea. Todo ello, además, fue capaz de sintetizarlo en tres simples leyes:

-    Cualquier cuerpo permanece en su estado de reposo o movimiento uniforme salvo que actúe sobre él una fuerza que le obligue a cambiar de estado (primera ley de Newton o ley de la inercia)
-    El cambio de movimiento que puede experimentar un cuerpo es proporcional a la fuerza que se le imprima (segunda ley de Newton o ley de la dinámica)
-    Cuando un cuerpo ejerce una acción sobre otro, éste ejerce una fuerza de igual magnitud y dirección opuesta sobre el primero (tercera ley de Newton o ley de acción-reacción)

Con estos tres simples enunciados, Newton acertó a poner las bases para explicar el desarrollo de todo lo que llamamos la física clásica que estuvo en vigor con pocas discusiones hasta entrado el siglo XX. Newton, además, nos dijo más cosas. Su Ley de la gravitación universal, en la que define que la fuerza con la que se atraen dos cuerpos sólo depende del tamaño de sus masas y de la distancia que los separa, explicó de una forma que todavía hoy se enseña en las escuelas el por qué del movimiento de los planetas y las estrellas y, en definitiva, dio una explicación científica al orden que podemos contemplar en el universo.

Con el bagaje del conocimiento actual no es fácil que podamos entender el impacto que tuvo en su tiempo comprobar que no sólo el azar o Dios movían los hilos de la existencia, sino que el universo y nosotros en él tenía unas normas básicas fáciles de entender y que podían aplicarse sin excepciones en cada uno de los acontecimientos que estaban al alcance de nuestros sentidos.

Sobre el espacio y el tiempo, dos elementos centrales de la física sobre cuya naturaleza todavía hoy hay importantes discusiones, Newton estableció que se trataba de dos conceptos separados, absolutos, uniformes e inmutables. El espacio para él es una sustancia infinita, un “algo” que está presente en todo el universo aunque nuestros sentidos no puedan verlo ni tocarlo pero cuya existencia es imprescindible. Lo mismo ocurre con el tiempo que él define como absoluto y que por sí mismo y por su propia naturaleza fluye uniformemente sin relación a nada externo.

Tiempo y espacio son en consecuencia para Newton las dos realidades que constituyen el andamiaje invisible que da forma a la estructura del universo. El espacio es el receptáculo en el que se ubica de forma precisa la materia y el tiempo es el receptáculo de los acontecimientos en sí, de los cambios. Ambos conceptos son independientes el uno del otro. Esta idea prevaleció sobre la física durante casi dos siglos y aún está presente en la mayoría de nuestras cabezas.

Tiempo y espacio son para Newton las dos realidades que constituyen el andamiaje invisible que da forma a la estructura del universo

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La genialidad de Einstein

Sólo otra mente de capacidades especialmente brillantes pudo contradecir estos sólidos conceptos. Enfrascado en sus investigaciones sobre el electromagnetismo y la luz, Albert Einstein (1879-1955) se dio cuenta que Newton estaba equivocado. Era un atrevimiento pensar así, dado que las explicaciones de Newton guardaban plena relación con la propia intuición humana de las cosas y lo que Einstein acabaría proponiendo más bien iba a estar en oposición a nuestra forma lógica de interpretar las cosas. Einstein apreció que ni el espacio ni el tiempo eran conceptos rígidos y absolutos y que, además, ambos estaban íntimamente relacionados.

Einstein se basó en dos postulados iniciales:
-    Todo movimiento es relativo. Cuando hablamos de que algo se mueve necesariamente tenemos que hacerlo en relación a alguna cosa que, a su vez, puede estar en reposo o también en movimiento. No hay movimiento si no hay un observador que también puede estar en un determinado estado de movimiento. Para Einstein, las leyes tienen  que ser las mismas tanto para el objeto observado como para el observador, pero el concepto de movimiento pierde la categoría de absoluto y se convierte en relativo.
-    La velocidad de la luz es constante. Einstein estableció que la velocidad de la luz en el vacío es constante, independientemente del observador u observadores y de si estos están en movimiento o en reposo.

Basándose en estos dos postulados y con la ayuda de las matemáticas, Einstein desarrolló su Teoría Especial de la Relatividad que se resume en estos tres puntos:

-    No existen referentes absolutos. El tiempo y el espacio absolutos de Newton quedan superados. La descripción de los fenómenos de la naturaleza depende del sistema de referencia desde el que se hace la observación. Puntos de observación y velocidades diferentes nos darán resultados diferentes.
-    Definición del concepto de no simultaneidad. Un mismo acontecimiento puede ser observado en momentos diferentes por observadores distintos que no compartan su sistema de referencia.
-    Descripción del concepto de masa como energía latente. En este punto es donde Einstein desarrolló la fórmula que lo ha hecho famoso donde relaciona la masa con la energía (E=mc2).

Hasta aquí la mente de Einstein había demostrado estar al nivel de los mejores físicos del momento. Lo que realmente lo hizo único fue el desarrollo posterior de lo que llamó la Teoría General de la Relatividad.

La Teoría Especial nos habla de fenómenos que ocurren libremente, sin mayores trabas. Pero en la naturaleza existe una fuerza llamada gravedad que interrumpe y pone frenos al libre movimiento de las partículas. Para Newton la acción de la fuerza de la gravedad era “instantánea”, ocurría a una velocidad infinita. Los cuerpos simplemente se sentían atraídos. Einstein sabía ya en ese momento que nada podía ocurrir a una velocidad superior a la de la luz. Además, era muy difícil creer en la existencia de una fuerza no sólo instantánea sino que también era invisible. Y aquí fue donde Einstein tuvo una idea genial que sin él quizás todavía estaríamos esperando que llegara. Einstein aplicó un pensamiento lateral al problema de la gravedad y rompió literalmente con las ideas del pasado. Dedujo que la gravedad no era una fuerza como había dicho Newton, sino la consecuencia de la curvatura del espacio causada por la presencia de la masa de un cuerpo. Es como si el universo estuviera formado por una especie de malla tridimensional cuya perfecta constitución fuera modificada por la materia de cualquier cuerpo presente con consecuencias para otros cuerpos cercanos. Aunque no sea un ejemplo tridimensional, la mejor forma de verlo es la de imaginar una bola de hierro sobre un colchón y el efecto de atracción que produciría sobre otra bola cercana de menor tamaño. No existe ninguna fuerza invisible de atracción entre ambas bolas, simplemente se atraen por la curvatura que su presencia provoca sobre el colchón. Si a ello añadimos velocidades de rotación y traslación, ya tenemos una explicación que determina tanto los movimientos de los planetas como la trayectoria de la luz.

Einstein, además, dado que el universo no es estático, dedujo que el tiempo era una dimensión adicional al espacio y que ambos constituían el espacio-tiempo e imaginó y desarrolló las fórmulas matemáticas que demostraban su existencia y su carácter indivisible y absoluto.

Einstein dedujo que el tiempo era una dimensión adicional al espacio y que ambos constituían el espacio-tiempo

Sobre las teorías desarrolladas por Einstein se ha construido la física del último siglo. Es cierto que sus postulados son poco intuitivos y que sólo se apartan de las deducciones de Newton en casos extremos de velocidad, por ello en nuestro acontecer diario nos son más sencillas de aplicar las leyes newtonianas. Pero Einstein abrió las puertas a una descripción del universo novedosa que todavía está en desarrollo.

Abrió las puertas a una descripción del universo novedosa que todavía está en desarrollo

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La mecánica cuántica

Los postulados de Einstein funcionan muy bien en las grandes masas, distancias y velocidades, en lo que podríamos denominar el mundo macro. Pero (siempre hay un pero) mientras él se esforzaba en dar explicación a ese mundo, otros científicos contemporáneos entre los que destacan Werner Heisenberg (1901-1976), Max Borh (1882-1970) y Erwin Schrödinger (1887-1961) dirigían sus miradas al mundo micro, al mundo de las partículas. Y en ese mundo encontraron cosas totalmente inimaginables que forjaron los fundamentos de la llamada mecánica cuántica y que pueden resumirse en los siguientes puntos:

-    Todos los parámetros observables y medibles de una partícula se encuentran en un estado de función de onda que sólo asigna una probabilidad a que en un momento determinado sean de una forma o de otra. Por decirlo de otra manera, una partícula concreta no sometida a ninguna medición no dispone de posición ni velocidades concretas. No es que pueda estar en un momento determinado en una posición o en otra y que para averiguarlo tengamos que observarla y medirla, sino que fuera de la observación se encuentra en una posición y también en la otra. Sé que es muy poco intuitivo y que atenta contra toda lógica, pero los experimentos desarrollados durante los últimos decenios han puesto en evidencia que ello es así. Las fórmulas de Schrödinger predicen de forma magnífica este mundo de probabilidades.
-    Sólo en el momento en que un parámetro concreto de una partícula (su posición, por ejemplo) es observado o medido, la partícula abandona las probabilidades cuánticas y se fija en una situación definida.
-    Pero aún hay más, cuando observamos y medimos un parámetro concreto de una partícula, es imposible medir cualquier otro. O sea, cuando medimos la posición de una partícula irremediablemente tenemos que renunciar a medir su velocidad por ejemplo, lo que nos impide saber con exactitud que otra posición hubiera tenido esa partícula un instante después de nuestra medición.
-    Y por si todo ello fuera poco, la mecánica cuántica atenta contra el principio de localidad que Einstein siempre defendió: existen vínculos instantáneos entre partículas que hacen que unas respondan a lo que les ocurre a otras saltándose literalmente el criterio absoluto de la velocidad de la luz. Simplemente ocurren al unísono independientemente de la distancia que las separe.

Sólo en el momento en que un parámetro concreto de una partícula es observado la partícula abandona las probabilidades cuánticas y se fija en una situación definida

Desde que todo ello fue observado se han llevado a cabo numerosos experimentos que han confirmado una y otra vez estos postulados. Por muy increíble que a priori nos pueda parecer, la materia microscópica que forma la materia, es decir las partículas básicas del universo, se comportan de una forma muy poco racional. Se encuentran simultáneamente en diversos sitios y se relacionan sin tener en cuenta los límites de la velocidad de la luz.

Hasta el momento no ha habido forma de reconciliar los postulados de Einstein con los que nos muestra la mecánica cuántica, como si el mundo macro no tuviera relación con el micro, lo que no tiene sentido ya que uno forma parte del otro. Einstein luchó contra esa irracionalidad y se esforzó en buscar una teoría unificadora, la Teoría del Todo, pero fracasó en sus intentos. Aún hoy en día esta teoría no está definida, a pesar de los ingentes esfuerzos que han hecho en este sentido los físicos de todo el mundo. Uno de los intentos más recientes, la Teoría de cuerdas, el más moderno intento de explicación global de la física que define a todas las partículas como diminutas cuerdas cuya distinta vibración explica sus diferencias, tras más de treinta años perfeccionándose, aún no ha llegado a conclusiones incuestionables.

Einstein luchó contra esa irracionalidad y se esforzó en buscar una teoría unificadora, la Teoría del Todo, pero fracasó en sus intentos

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 ¿Existe una realidad?

Tenemos un concepto de la ciencia que se asemeja al de un gran tablero en el que estamos descubriendo un enorme rompecabezas al que le vamos añadiendo piezas que encajan a la perfección y que tarde o temprano conseguiremos completar. Justificamos las piezas que nos faltan con la necesidad de mejorar el conocimiento actual. En esta construcción, por desgracia, cada vez que avanzamos nos encontramos con piezas que a la vez ellas mismas constituyen rompecabezas que precisan de sus propias piezas para completarse y poder formar parte del gran tablero de juego. Y cada vez las  cosas se complican más sin llegar nunca a una explicación final de las mismas.

En mi opinión deberíamos abandonar ese tablero y realizar un enfoque radicalmente diferente. Todos los esfuerzos por descubrir los secretos del universo (y recordemos que con ello también estamos buscando explicación a la vida y la muerte) se ciñen a la idea de que hay algo que descubrir, algo concreto que está ahí fuera de nosotros y que estaría de cualquier modo aunque nosotros nos estuviéramos presentes. ¿Y si no fuera así? Para ser más concretos, ¿existe una realidad que está ahí fuera y que seguiría estando tal cual aunque nosotros no existiéramos? Desde los orígenes del pensamiento y del lenguaje, hemos encajado nuestra estructura mental en la idea de que hay un mundo (y sólo uno) al que nosotros hemos llegado como una parte más del mismo y que, además, sólo con nuestra observación, las cualidades de nuestros sentidos y la fuerza de nuestro pensamiento podemos ser capaces de aprehender, explicar, definir y en última instancia prever. Y así llevamos siglo tras siglo, a golpe de teorías cada vez más elaboradas que, cuando parece que van a llegar a una explicación definitiva se estrellan estrepitosamente y obligan a elaborar nuevas y aún más complejas elucubraciones.  

Si cae un árbol en medio de un bosque sin que haya nadie en el lugar ni en los alrededores, ¿hace ruido al caer?

Un ejemplo, la paradoja del árbol caído. Si cae un árbol en medio de un bosque sin que haya nadie en el lugar ni en los alrededores, ¿hace ruido al caer? La lógica nos invita a responder que el árbol hará ruido tanto si estamos allí como si no, pero ¿podemos hablar de ruido sin la presencia humana? El árbol al caer creará unas ondas en el aire, pero esas ondas, en ausencia de un sistema receptor como nuestro oído, no se convertirán en el concepto que conocemos como ruido. Es un ejemplo de cómo la realidad que creemos sólida, existente y con vida sin necesidad de nuestra presencia, puede que no lo sea tanto. O por ejemplo, si estallara una nave en el espacio aunque estuviéramos presentes allí observándolo, tampoco se produciría ningún ruido ya que en ausencia de aire las ondas sonoras carecerían de un medio por el que desplazarse.

Desde hace años vengo dándole vueltas a todo ello. Si para conectar con nuestro exterior sólo disponemos de nuestros sentidos y de la interpretación que hace nuestro cerebro de las señales que le envían, ¿podemos estar seguros de que ese exterior es el mismo sea quién sea o lo que sea el observador? ¿Acaso unas capacidades sensoriales y mentales diferentes no captarían señales también diferentes y, en consecuencia, llevarían a cabo distintas interpretaciones de las cosas? Desde una forma puramente intuitiva, estoy seguro de que es así. El mundo que nos rodea, el universo que conocemos, es como nosotros creemos que es porque nosotros somos como somos. La conclusión de ello es que nosotros somos los que creamos el universo. No quiero decir con ello que las cosas, el mundo, el universo no existan más allá de nuestra propia existencia, lo que digo es que todo tiene la semblanza que tiene porque nosotros somos los observadores y la tiene de ese modo sólo para nosotros.

¿Unas capacidades sensoriales y mentales diferentes no captarían señales también diferentes y, en consecuencia, llevarían a cabo distintas interpretaciones de las cosas?

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Percepción de la realidad

La física no ha encontrado todavía la forma de explicarnos algunos de los grandes interrogantes. Aspectos como cómo empezó todo, qué había en el inicio y por qué el tiempo tiene una sola dirección siguen generando grandes debates. Las explicaciones que la física intenta dar a estos interrogantes son de una complejidad tal que en una especie de vuelta de 360 grados nos regresan al inicio. Cuando para explicar las cosas tenemos que imaginarnos una decena de dimensiones desconocidas, ingentes cantidades de materia y energía oscuras e invisibles o infinitos universos paralelos, algo está fallando. Sobre todo cuando se obvia una cuestión que la mecánica cuántica se ha encargado de demostrar: si no estuviéramos nosotros observando y midiendo, el universo entero se movería en un campo de probabilidades donde todo tendría cabida y nada estaría definido. En mi opinión, las leyes de la naturaleza deberían llamarse más bien leyes humanas de la naturaleza que percibimos, o algo así. Recordemos el ejemplo del árbol y el ruido inexistente en ausencia de un oído capaz de darle entidad. Veamos más ejemplos.

Si para explicar las cosas tenemos que imaginarnos una decena de dimensiones desconocidas, ingentes cantidades de materia y energía oscuras e invisibles o infinitos universos paralelos, algo está fallando

Podemos encender un fuego o una simple cerilla y presenciar el habitual color amarillo-rojizo de la llama. Pero, ¿esa llama es así, tal como la vemos, incluso si no somos nosotros los que la observamos? La llama emite ondas de fotones, electricidad y magnetismo y nada de todo ello tiene un color concreto. Sólo si la longitud de estas ondas tiene una amplitud determinada dentro de un gradiente concreto, será capaz de impresionar las células de nuestra retina que, a su vez, enviarán un mensaje eléctrico a través del sistema nervioso de neurona en neurona a una enorme velocidad y será en el cerebro donde las ondas tomarán forma y color. Cualquier otro ente que pudiera tener capacidad de observar e interpretar lo que allí estuviera ocurriendo dispondría de capacidades diferentes a las nuestras para hacerlo e indudablemente tendría percepciones distintas. La llama dejaría de tener el color que tiene para nosotros y ni siquiera su forma, temperatura o posición podríamos estar seguros de que fuera a ser igual.

Pongámoslo más difícil y atrevámonos a especular sobre algo que puede parecernos más seguro, algo en lo que no interviene el sentido de la vista: la solidez de las cosas. Si apoyamos la mano sobre una mesa podemos percibir su dureza. Sin duda nos parece que una mesa es sólida tanto si estamos nosotros para apoyarnos en ella como si no. Profundicemos un poco más en esta idea. Toda la materia sabemos que está constituida por partículas y los diferentes estados en los que se nos muestra, el sólido, el líquido y el gaseoso, no son más que una expresión de lo más o menos apretadas que están sus partículas constituyentes. El espacio que hay entre las partículas que forman la materia es tan enorme como el que podemos observar a nivel macroscópico entre los astros estelares. La materia en realidad está inmensamente vacía. ¿Por qué nuestra mano cuando se apoya sobre la mesa no es capaz de penetrar en ella como si fuera una enorme masa de mantequilla? Porque la mesa tiene sus partículas íntimamente ligadas entre sí. Los átomos están formados por partículas con diferentes cargas. Las positivas, los protones, se encuentran en el núcleo junto con otras de signo neutro, los neutrones. A su alrededor encontramos orbitando a los electrones, partículas de carga negativa. Sabemos por el electromagnetismo que las partículas de carga opuesta se atraen entre sí, por ello los electrones se muestran unidos a los protones del núcleo del átomo y, a su vez, repelen a los electrones que están girando alrededor de núcleos de otros átomos. Al final, todas estas uniones y repulsiones se traducen en una especie de sinfonía con las partículas a modo de notas musicales y las fuerzas electromagnéticas que las unen entre sí para formar la melodía. Las diferentes fuerzas que mantienen a los átomos en equilibro, las fuerzas iónicas, pueden ser de diferente magnitud pero en cualquier caso son capaces de mantener unidos los átomos para formar la materia. Nuestra mano no puede penetrar en la mesa porque ésta está constituida por átomos fuertemente ligados entre sí, del mismo modo que la naturaleza de nuestra mano, y las cargas iónicas de la superficie de la mesa repelen las de la superficie de nuestra piel de una forma que nos hace imposible atravesarla. La mesa no es sólida porque tenga una especie de capa uniforme y llena de materia que la haga impenetrable, sino porque las fuerzas electromagnéticas que mantienen sus átomos unidos y las que hacen lo propio con nuestras manos ejercen una fuerza opuesta que no lo hacen posible. Pero, ¿tendría la mesa el mismo comportamiento si nuestra mano tuviera otro tipo de naturaleza? Si las cargas iónicas de la superficie de nuestras manos fueran positivas en vez de negativas, podría ocurrir precisamente lo contrario a lo que ocurre, que cuando estuviéramos a determinada distancia de la mesa quedáramos tan unidos a la misma que no pudiéramos separarnos. En conclusión, la mesa es sólida para nosotros porque nosotros somos cómo somos. 

Cuando nos damos la vuelta, las cosas simplemente dejan de ser algo concreto para pasar a ser una probabilidad

A los ejemplos anteriores, además, habría que aplicarles lo que nos ha enseñado la mecánica cuántica sobre el comportamiento de las partículas. No sólo las cosas son como son para nosotros porque nosotros somos como somos sino que si no estamos nosotros observándolas o intentando interaccionar con ellas, las cosas ni siquiera son algo concreto. El universo está constantemente en movimiento y las partículas dejan de tener naturaleza de partícula para pasar a tener naturaleza de onda en cuanto nosotros nos damos la vuelta. Y entonces, cuando nos damos la vuelta, las cosas simplemente dejan de ser algo concreto para pasar a ser una probabilidad.



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La conciencia

Etimológicamente conciencia tiene su origen en el latín conscientia que significa con conocimiento. La conciencia es la capacidad humana que nos permite reconocernos a nosotros mismos e interactuar con lo que nos rodea. Aunque desde un punto de vista biológico, tenemos que buscar la naturaleza de la conciencia en las cualidades de nuestro cerebro, las interacciones entre las neuronas, los mensajes electroquímicos y los efectos de los neurotransmisores, en realidad la conciencia es una actividad mental que no tiene una estructura física definida. La conciencia no está localizada en un tejido o unas células, sino que es un estado mental, no puede diseccionarse y estudiarse cómo funciona biológicamente.

La conciencia no está localizada en un tejido o unas células, sino que es un estado mental, no puede diseccionarse y estudiarse cómo funciona biológicamente

La conciencia, además, estando presente en todos los seres humanos en su esencia no es un concepto universal. Ha ido variando con el tiempo y no ha sido compartida uniformemente por toda la Humanidad. La conciencia, es decir el estado de percepción mental de las personas, que se ha considerado normal y el que se ha catalogado como alterado o incluso patológico no han sido los mismos en unos lugares y momentos concretos que en otros. Ello obedece a que la conciencia es consecuencia de un larguísimo proceso de evolución mental basado en aspectos de supervivencia y adaptación a entornos y medios que no eran iguales en todos los sitios.

El estudio de la evolución de la conciencia es complejo porque es muy difícil imaginar los parámetros que regían los estados de conciencia del pasado y a veces es inevitable aplicar en este estudio los condicionantes actuales. Aunque en el pasado no fue así, hoy en día sólo consideramos un estado normal de conciencia, el estado de vigilia. El estado de vigilia es aquél en el que nos mostramos completamente receptivos a las influencias del entorno que nos rodea y a nuestros propios comportamientos y en el que abordamos la interpretación del medio con la máxima objetividad y raciocinio. Todo lo que no sea vigilia se considera un estado alterado de conciencia. Entre estos, se estima como una alteración normal el sueño, donde no somos conscientes de lo que ocurre en el entorno pero mantenemos una importante actividad mental donde sentimos y reaccionamos a otro tipo de influencias. Aparte del sueño, el resto de estados alterados de conciencia pueden clasificarse en aquellos en los que está disminuida, cuyo máximo exponente sería el estado de coma, y aquellos en los que está aumentada, como serían la excitación o el delirio.

Otra forma de clasificar la conciencia es viéndola como una especie de continuo entre el estado de vigilia más despierto y el del sueño profundo, marcando estados intermedios: la vigilia, la somnolencia, el sueño leve en semivigilia, las primeras fases del sueño y el sueño profundo.

La conciencia, además, para actuar (tener conocimiento) necesita apoyarse en el lenguaje. No podemos tener conocimiento de aquello que no sabemos que existe, ni siquiera podemos percibirlo. Nuestra conciencia cuando es capaz de diferenciar una parte del todo, inmediatamente la define con un nombre para poder reconocer esa parte de forma independiente a otras. Pongamos un ejemplo, para los no introducidos en la materia un gorrión es un gorrión y podemos identificarlo a primera vista. Pero para un ornitólogo hay docenas de especies de gorrión y para él las diferencias entre un gorrión del desierto (Passer simplex) y un gorrión alpino (Passer italiae) son tan evidentes como lo pueden ser para nosotros las que hay entre una ballena y un delfín. Simplemente alguien que no esté introducido en el tema y que no disponga de más nombre que gorrión para denominar a esa clase de aves, no será consciente de la cantidad de especies que existen. El lenguaje da categoría a las cosas y por una implícita necesidad biológica, somos una especie que necesita que las cosas tengan nombre y estén categorizadas y clasificadas para poder distinguirlas, percibirlas, reconocerlas y darles naturaleza. No hay conciencia sin lenguaje y viceversa. La conciencia y el lenguaje son las herramientas que tenemos para aprehender el mundo que nos rodea. El universo sólo puede ser interpretado a través de nuestra conciencia y sólo podrá serlo aquello que hayamos podido identificar y nombrar.



La conciencia y el lenguaje son las herramientas que tenemos para aprehender el mundo que nos rodea

¿Qué es la vida, cómo, cuándo y dónde surgió? En mi opinión, esta forma de plantear esta cuestión es errónea. Nuestra mente se esfuerza en escribir relatos racionales al respecto y no niego que estos relatos tengan fundamento. Lo que considero discutible es la forma en que los organizamos para escribir un relato que merecería una mayor reflexión. La vida es conciencia y es ésta la que confiere sentido a la otra. La conciencia da sentido a la vida y no al contrario. Las preguntas que tendríamos que hacernos deberían estar relacionadas con el origen y la propia naturaleza de la conciencia, concepto del cual estamos aún más lejos de cualquier narración que por lo que respecta a la vida.

Sobre el origen de la vida sabemos muchas cosas. Sabemos lo de la sopa primigenia, donde átomos convertidos en moléculas por millones de años de interacciones químicas, llegaron a crear las proteínas básicas, la cápsula protectora y diferenciadora del ser y el entorno y, lo más apasionante, los compuestos con una voraz capacidad de auto-replicación. Todo se reduce a esto: metabolismo y reproducción. Nuestro ADN, nuestros genes, precisan de las proteínas para hacer cosas, buscar materias primas, generar biomasa, protegerse de los peligros, sobrevivir, y las proteínas precisan de nuestro ADN para replicarse y perpetuarse en el tiempo.

Sabemos también que sólo tuvo que crearse una célula inicial para que a través de la replicación, el azar y las mutaciones, el mundo se poblara de seres vivos y especies aparentemente muy diferentes pero que comparten un origen común en sus elementos básicos y sus procesos químicos.

Sabemos todo eso y mucho más, pero lo que no sabemos es como se pudo originar esta conciencia que tenemos los seres humanos. Por mucho proceso evolutivo y mucha narración histórica acerca del origen de la vida, la evolución, nuestros primeros ancestros y nuestro pasado como especie, ni los más avezados científicos pueden darnos una explicación al origen de la conciencia, entendida, como decía antes, como la capacidad de reconocernos a nosotros mismos e interpretar todo lo que nos rodea.

¿La conciencia es una consecuencia del origen de la vida o es al contrario, la vida una consecuencia de la conciencia? ¿Existe el concepto de vida más allá de la conciencia? Las cuestiones sobre la vida podrían plantearse de otra forma: ¿cómo, cuándo y dónde nuestra conciencia fue capaz de crear la vida, y aún más, el mundo y el universo? Porque sin nuestra capacidad para tener conocimiento de ello, sin nuestra conciencia, no existiría la vida ni todo lo demás. Es nuestra conciencia la única que otorga cartas de naturaleza.


La conciencia da sentido a la vida y no al contrario. Sin ella no existiría la vida ni todo lo demás. Es nuestra conciencia la única que otorga cartas de naturaleza

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Los sentidos

Desde pequeños nos han enseñado que tenemos cinco sentidos: la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto, y que con ellos los seres humanos somos capaces de manejarnos por el medio y, aún más que ello, conocerlo en profundidad hasta el punto de descubrir cómo funciona. Los sentidos también son el producto de una larga evolución biológica de adaptación al medio. Los compartimos con diferente nivel de intensidad con el resto de seres vivos de nuestra clase, los mamíferos. El número de cinco está tan asentado en el acervo cultural que nos es difícil pensar que podría haber alguno más o para ser más exactos, que  alguno de los cinco estándares podría subdividirse en otros. Por ejemplo, diferentes autores sostienen que a la lista de los cinco sentidos conocidos se podrían añadir:
-    El sentido del equilibrio
-    La termocepción o capacidad de sentir el frío o el calor del ambiente
-    La nocicepción o percepción del dolor.
Todos ellos, de igual forma que los cinco recitados de memoria, disponen de receptores identificados y una fisiología concreta y ampliamente estudiada.

De cualquier modo, nuestros sentidos son los que son y son, además, las únicas vías que tenemos para que aquello que no somos nosotros mismos llegue a influir de alguna forma en nosotros. Sin las funciones de nuestros sentidos seríamos unos completos autistas del medio y por supuesto nuestra capacidad de supervivencia sería cero. Existen otros sentidos, otras capacidades sensoriales con las que la evolución no ha dotado al ser humano. Por ejemplo, algunos peces aprovechan la mayor conductividad del agua y son capaces de detectar los débiles impulsos eléctricos que provocan otros peces de la zona. Otros animales, como las abejas o las truchas, son capaces de detectar los campos magnéticos y utilizar esta información para orientarse. O la quimiotaxis, esa capacidad que tienen las bacterias o determinadas células como los leucocitos de orientarse según perciban la concentración de determinadas sustancias químicas en el medio en el que se hallan.

Teniendo en cuenta que por lo que sabemos todos los seres vivos del planeta, desde el más simple ser unicelular hasta la más compleja organización celular, compartimos el mismo origen y que todos provenimos de la misma célula primigenia, como prueba el hecho de compartir los mismos tipos de aminoácidos y otras moléculas básicas, así como funciones y mecanismos vitales estándar, no es de extrañar que el número de vías sensoriales conocidas sea más bien bajo. De lo que sí podemos estar seguros es que por una simple cuestión de economía, los sentidos utilizados por la vida son los imprescindibles para sobrevivir en las condiciones de este mundo. ¿Podrían existir otros tipos de canales de comunicación con el entorno? Obviamente sí. ¿Qué podríamos detectar y conocer acerca de nosotros mismos y lo que nos rodea con otros sentidos disponibles? Podemos dejar libre la imaginación, pero está claro que las cosas serían muy distintas.

¿Qué podríamos detectar y conocer acerca de nosotros mismos y lo que nos rodea con otros sentidos disponibles?

Considero que nuestros sentidos están magnificados y sobrevalorados dado que son los únicos que tenemos y nos han traído hasta aquí, pero con solo que le dediquemos un poco de atención, imaginando la cantidad de vías sensoriales posibles, son más bien escasos. Interpretamos el mundo con lo que tenemos, nuestros sentidos y nuestra mente, pero bien pensado ello no es demasiado.

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Nuestro cerebro crea la realidad

Así pues, para valorar qué es la realidad tenemos nuestros sentidos, nuestra conciencia, el lenguaje y las ciencias desarrolladas por nuestra mente, como la física. Todo lo que somos capaces de interpretar depende de estos elementos. Las ciencias pretenden ser tan objetivas que se han olvidado que nosotros estamos aquí, observando, tomando medidas de las cosas, interpretando e inevitablemente interactuando y modificando nuestro entorno. Nuestra conciencia está limitada a ser tomada en consideración solo en el estado de vigilia, obviando las aportaciones que pudiera hacer a nuestros pensamientos desde otros estados. Y finalmente, nuestros sentidos son escasos y muy limitados para el propósito de interpretar la realidad de forma fehaciente.

Por todo ello me adhiero a los pensamientos de la corriente biocentrista que abre la puerta a la idea de que no hay una realidad sólida e inmutable fuera de nosotros que funciona como una maquinaria precisa en nuestra ausencia y que se resiste a ser completamente explicada, sino que somos nosotros con nuestra presencia y la fuerza de nuestra conciencia los que creamos la realidad a nuestra medida. Creo firmemente que cuando nos damos la vuelta, en nuestra ausencia, las cosas dejan de ser como nosotros las hemos percibido y que sin nuestra observación regresan a una situación de probabilidades flexible e infinita sin más formas, colores u otras características concretas con las que nosotros somos capaces de dotarlas con nuestra simple presencia. No hay un mundo exterior que pueda ser explicado con objetividad, sino que el mundo lo construimos nosotros en nuestras mentes. No hay mas realidad que la que nosotros somos capaces de crear.

Cuando nos damos la vuelta, en nuestra ausencia, las cosas dejan de ser como nosotros las hemos percibido y sin nuestra observación regresan a una situación de probabilidades flexible e infinita sin más formas, colores u otras características concretas

Los ojos son literalmente unas ventanas por las que se cuelan estímulos del exterior hacia nuestro propio interior. Estos estímulos no serían nada sin el proceso de recepción e interpretación que realiza nuestro cerebro. Son muchos los estímulos que llegan a la vez. El proceso de observar es muy distinto al de escuchar. Cuando escuchamos una conversación, por ejemplo, las palabras, las frases y los conceptos que nos van llegando a través de nuestras ventanas auditivas lo hacen de forma paulatina y ordenada, por lo que la función que tiene que llevar el cerebro de organización, interpretación y en su caso respuesta es mucho  más sencilla que cuando observamos algo. Si contemplamos un paisaje o, por poner un ejemplo en el que nuestro cuerpo tuviera que responder, si estamos observando a una pieza a la que intentamos cazar, los estímulos que penetran por nuestras ventanas oculares son muchos y nos llegan todos a la vez. Colores, formas, posiciones, cambios, movimiento, todo ello representa una enorme cantidad de información que hay que procesar al instante con el fin de actuar de la forma correcta y eficaz. No hay demasiado tiempo para tomar nota de todo. Por ello, nuestro cerebro funciona llevando a cabo asociaciones entre lo que recibe en cada momento y otras experiencias similares que hayamos tenido antes. Por decirlo de otra forma, nuestro cerebro sintetiza los estímulos según nuestro interés del momento y no se preocupa demasiado por describirlo todo sino que si encuentra algo parecido ya pregrabado en su memoria, actúa y responde. Para que esa respuesta sea lo más rápida posible (cuestión de supervivencia) el cerebro filtra y se centra en la información mínima necesaria para realizar el proceso de ver y después rellena los huecos que necesita para interpretar esa información utilizando lo que ya conoce del mundo que le rodea. En consecuencia, no vemos la realidad tal como es o, para ser más exactos, como la veríamos si nuestro cerebro sólo se centrara en los estímulos que le llegan sin ninguna información previa basada en experiencias, sino que la reconstruimos a medida, utilizando la información imprescindible del movimiento, color, contornos, luz, etc. Esto convierte el proceso de ver en un arte creativo, a la medida de las capacidades individuales de cada uno y explica por qué los recién nacidos, a pesar de tener un órgano de la vista que recibe perfectamente los estímulos del exterior, por su falta de experiencias previas y la imposibilidad de realizar estas asociaciones, no es capaz de interpretar lo que ve.

Hay multitud de ejemplos de ello y cada uno de nosotros constantemente, si presta atención, podría percibirlos. Si como peatones vamos a cruzar una calle, nuestro cerebro resume los estímulos visuales a todo aquello que nos viene por el lado en que circulan los vehículos quedando prácticamente ciego para lo que nos pueda venir por el otro lado. Si estamos concentrados leyendo, cualquiera podría acercarse a  nosotros despacio y sin hacer demasiado ruido prácticamente hasta tocarnos sin que nos diéramos cuenta de ello, permaneciendo ciegos a lo que ocurre a nuestro alrededor y a pesar de que quién se acercara estuviera en nuestro campo de visión.

Son muchas las imágenes que circulan por internet y que nos ponen a prueba para evidenciar cómo nuestro cerebro va al grano a la hora de interpretar. Una de las más conocidas es la capacidad que tenemos de leer utilizando números por el parecido que tienen con algunas letras. Por ejemplo, todos podemos leer con facilidad el siguiente texto: UN D14 D3 V3R4N0 3574B4 7UMB4D0 3N L4 4R3N4 D3 L4 PL4Y4… Nuestro cerebro sabe que estamos leyendo una frase y de forma casi instantánea, por analogía transforma los números en letras. Otra es la capacidad de pasar por alto porciones de texto que se se hayan repetido en una frase y que no aporten información adicional (vuelve a leer con atención esta frase y te darás cuenta de ello)

Ocurre lo mismo con todos los sentidos, pero quizás con el de la vista es más llamativo. Nuestro cerebro hace lo mismo con el sentido del oído cuando estamos en plena calle en un lugar con mucho tráfico y alboroto a nuestro alrededor y somos capaces de llevar una conversación con la persona que nos acompaña. En este caso nuestro cerebro es capaz de filtrar y minimizar todo aquello que no sean las palabras que estamos intercambiando.

No hay un mundo exterior que pueda ser explicado con objetividad, sino que el mundo lo construimos nosotros en nuestras mentes. No hay mas realidad que la que nosotros somos capaces de crear

En conclusión, tenemos que ser conscientes de que la interpretación que hacemos de aquello que está fuera de nosotros y que nos llega a través de las ventanas de nuestros sentidos, es creada literalmente por nuestro cerebro. Se dice que nuestro cerebro nos engaña, pero lo que ocurre es que necesitamos que nuestro cerebro nos permita actuar muy rápido y para ello tiene que resumir y sintetizar toda la información que recibe.

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Acerca del tiempo

Desde que Einstein demostró que el tiempo no es un concepto absoluto, son muchos los físicos (y también los filósofos) que han profundizado en su estudio. Casi un siglo después de que se teorizara y demostrara que el tiempo es un concepto relativo, ello todavía nos parece ciencia ficción. Pero lo cierto es que quedó físicamente demostrado que podríamos viajar al futuro siempre que fuéramos capaces de alcanzar unas velocidades aún prohibitivas para la tecnología presente.

Nuestra mente ha evolucionado de forma que todos los acontecimientos propios y externos pueden clasificarse dentro de tres estados temporales: pasado, presente y futuro y que, además, el tiempo solo puede tener una dirección transcurriendo inexorablemente desde el pasado hacia el futuro pasando por el presente. Reflexionemos un poco sobre todo ello.

Cuando pensamos en el ahora, incluimos toda la información que nuestros sentidos son capaces de capturar en este preciso instante. Ahora estoy aquí sentado escribiendo y por la ventana puedo ver como circulan los automóviles o como atardece. Ahora en mi reproductor de música suena una canción, mi gato duerme plácidamente enroscado en el sofá y mis dedos se mueven sobre las teclas del teclado del ordenador. Esta es la información de nuestro ahora que por supuesto es coincidente con cualquier otra persona que esté evaluando también su propio ahora cerca de mí. Los automóviles circulan para ella en el mismo ahora que para mí, atardece del mismo modo y si esa persona pudiera verlo, vería a mi gato en plena siesta. ¿Estamos seguros que es así? Pues parece ser que no. Einstein dejó plenamente establecido que nada puede viajar más rápido que la luz, al menos en el vacío, y de momento aún nadie ha podido contradecirlo, y es la luz la que trae a nuestros ojos, mente, percepción y pensamiento todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Hay cosas que están suficientemente cerca de mí como para que la diferencia temporal sea muy pequeña, pero aún así existe. Si mi gato pongamos que duerme a un metro de mi, el gato que considero mi ahora es el que estaba durmiendo hace 3 milmillonésimas de segundo (3x10-9), que es el tiempo que ha tardado en llegar hasta mí la información de la presencia de mi gato a esa distancia. Y si los automóviles circulan a 100 metros de mi ventana, mí ahora es la imagen del lugar que ocupaban en la calzada hace 333 milmillonésimas de segundo. Si vamos a objetos a mayor distancia, las diferencias empiezan a ser notables. Nuestro ahora contempla la luna que existía hace un segundo y medio y el sol podría explotar en cualquier momento pero yo no alcanzaría a notar los efectos de esa explosión hasta transcurridos algo más de 8 minutos. ¡El sol podría desaparecer arrasado en llamas lo que provocaría la destrucción de la Tierra, pero yo seguiría viéndolo plácidamente atardecer durante 8 minutos adicionales como si nada hubiera ocurrido! En conclusión, nuestro ahora no está constituido por acontecimientos que estén ocurriendo en este preciso instante, sino que más bien nuestro ahora es un cúmulo de acontecimientos que ya han ocurrido en diferentes ahoras propios del pasado.

Nuestro ahora contempla la luna que existía hace un segundo y medio y el sol podría explotar en cualquier momento pero yo no alcanzaría a notar los efectos de esa explosión hasta transcurridos algo más de 8 minutos

Aún más. En mi percepción mi ahora coincide con el de mi vecino, pero ello sólo es así porque estamos muy cerca y nuestros movimientos relativos tanto si ambos estamos sentados como si uno de nosotros se ha levantado y se dirige a la cocina son insignificantes. ¿Pero qué ocurriría si mi vecino estuviera sentado en su casa en un planeta de una galaxia situada a cientos de millones de años luz de mí? Si ambos permanecemos sentados en el salón de nuestras casas en una situación de movimiento relativo, nuestros ahora serán coincidentes (no la luz que me llega de su estrella, que es una imagen de lo que era hace muchos siglos, sino el momento exacto que él está viviendo en su casa sería el mismo que el que estoy viviendo yo aquí). Si ello fuera posible y pudiéramos mantener una conversación por algún sistema instantáneo de transporte de voz (lo que con el conocimiento actual es imposible), yo lo estaría escuchando a él y él a mí en nuestros tiempos presentes coincidentes. Pero imaginemos que mi vecino de pronto recuerda que tenía que ir a la tienda de la esquina a comprar una ensalada para la cena y sale corriendo porque están a punto de cerrar. En el momento en que nuestras velocidades fueran distintas (yo sigo sentado y él ha salido corriendo hacia la tienda) y prescindiendo de la velocidad propia de cada uno de nuestros planetas a través del firmamento y de otros detalles como la propia velocidad de cada una de nuestras galaxias que se alejan sin remedio, Einstein demostró que nuestras escalas temporales también serían diferentes. De pronto, mientras él corre, nuestros ahoras se distancian. Si corre en dirección opuesta a la Tierra, su ahora coincidirá con acontecimientos ocurridos en la Tierra docenas de años atrás, según la distancia entre ambos, ¡incluso antes de haber nacido yo!, y si en su carrera corre en mi dirección, su ahora será el ahora de nuestro planeta en un futuro en el que yo posiblemente ya no estaré presente. Y no se trata de meras fórmulas matemáticas: los relojes atómicos presentes en las naves espaciales actuales adelantan varias decenas de microsegundos diarios incluso a las velocidades tan alejadas de la luz que somos capaces de utilizar con la tecnología actual. Ello nos obliga a revisar ese concepto absoluto de tiempo que a pesar del siglo transcurrido desde las publicaciones de Einstein sigue estando presente en nuestra conciencia.

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El tiempo y su dirección única

¿Qué es el tiempo? ¿Existiría el tiempo si el Universo estuviera completamente vacío de movimiento y cambios? Es la misma pregunta que podríamos hacernos para el espacio. ¿Existiría el espacio en un universo vacío donde no hubiera materia que situar en un lugar u otro? Pero sigamos con el tiempo. ¿Es el tiempo, eso que consideramos que “fluye” constantemente y sin remedio, algo tangible que tiene existencia por sí mismo? Parece ser que no. Sin materia cambiante ni movimiento, el tiempo carecería de sentido. El tiempo no es más que la medición que hacemos del cambio constante al que está sometida la materia. El tiempo mide el cambio, el movimiento. Nos sirve a nosotros, y en mi opinión sólo a nosotros, para medir esos cambios y, a la vez, situar nuestra existencia en cada uno de ellos.

¿Es el tiempo, eso que consideramos que “fluye” constantemente y sin remedio, algo tangible que tiene existencia por sí mismo?
Parece ser que no

Lo primero que tenemos que considerar es que nosotros nos encontramos situados siempre en lo que llamamos presente. Pensémoslo un momento. Cuando consideramos el pasado, lo hacemos mediante un ejercicio mental de evocación que está situado plenamente en el presente. Y si nos referimos al futuro, igualmente lo hacemos con la imaginación situados en el ahora. Todo ocurre en el presente. Y nada es más real que aquello que alcanzan a fabricar nuestras neuronas que sólo trabajan en tiempo presente. Lo cierto es que nuestra vida es una constante sucesión de momentos presentes y que sólo somos capaces de percibir el instante actual. Cualquier otra referencia a otros instantes son construcciones mentales que hacemos también aquí y ahora.

Nuestra vida es una constante sucesión de momentos presentes y sólo somos capaces de percibir el instante actual

¿Tiene el tiempo un orden cronológico edificado sobre un pasado que precede a un presente y es continuado por un futuro? Si atendemos a los físicos, no hay fórmula matemática que confirme que este orden concreto es inexorable. En realidad, en las fórmulas físicas que intentan explicar el universo, en ningún caso el tiempo que consideramos que avanza hacia una dirección está imposibilitado para hacerlo en la contraria. ¿Por qué percibimos que el tiempo fluye en una sola dirección, camino hacia el futuro? A mi entender la respuesta es sencilla: porque nosotros somos así y necesitamos que los acontecimientos tengan un orden para poder relacionarlos. Si acudimos a la física para encontrar explicación a esa especie de dirección única e inapelable del tiempo, nos encontramos con respuestas relacionadas con el principio de entropía. La segunda ley de la termodinámica nos dice que los sistemas físicos sólo pueden evolucionar hacia estados de mayor grado de desorden, es decir estados de entropía más alta. Es fácil de entender: esto es así porque las posibilidades de que un estado esté desordenado son muchísimo más altas que lo contrario. Imaginemos que arrancamos las hojas de un libro y las tiramos al aire. Al caer, las posibilidades de que se distribuyan por el suelo de forma desordenada superan con creces a la única posibilidad que hay de que caigan de forma que al hacerlo mantengan el orden en el que estaban en el libro. Todos los estados físicos tienden hacia el mayor desorden simplemente por una cuestión de posibilidades. Si un vaso de cristal frágil cae de la mesa al suelo, se romperá en un montón de pequeños pedazos. Lo contrario, que los pedazos se reorganicen y vuelvan a subir a la mesa formando un vaso de cristal, es una posibilidad del sistema tan remota, tan probabilísticamente difícil, que simplemente no ocurre nunca (aunque en teoría no sería imposible que ello ocurriera). Se ve vencida por el casi infinito número de posibilidades de que ocurra lo contrario. Así explica la física la existencia de esa dirección única del tiempo. En el origen, en el instante del big bang, de alguna forma aún no muy bien explicada, el universo tomó una configuración altamente ordenada que a partir de aquel momento sólo podía tender hacia estados de mayor desorden. No hay forma de volver atrás los procesos porque el principio de entropía no lo permite. Esa es la explicación física.

Alguien podría decir que el ser humano es capaz de romper este principio cuando a partir de materiales que están desordenados en la naturaleza es capaz de construir un edificio perfectamente ordenado, por ejemplo. Pero para construirlo hemos consumido una enorme cantidad de energía que compensa sobradamente la impresión de orden que nos da el edificio terminado. Al final el sistema ha ganado en desorden. Si ampliamos la visión de las cosas a nivel global, no hay nada que hagamos o dejemos de hacer que no contribuya al mayor desorden del universo.

Personalmente, esta explicación física de la dirección única del tiempo me parece demasiado rebuscada. Más aún cuando para explicar ese estado primigenio de orden imposible de superar los físicos tienen que retorcer mucho sus teorías. Todavía hoy no está claro cómo pudo el universo aparecer de pronto en un estado de máximo orden, en su entropía más baja. De una forma u otra, intuyo que todo es más simple en su formulación aunque quizás más complejo en su entendimiento.

El ahora, atrapado en una pequeña fracción de movimiento que llamamos tiempo por conveniencia, es lo único que podemos decir que es real

Creo que lo que existen son instantes. El ahora, atrapado en una pequeña fracción de movimiento que llamamos tiempo por conveniencia, es lo único que podemos decir que es real. Algo parecido es lo que anticipó el filósofo griego Zenón con sus paradojas relativas al movimiento. Zenón conjeturó que si lanzábamos una flecha nos daba una impresión falsa de movimiento, ya que si la pudiéramos observar en un instante concreto, la flecha estaría ocupando un espacio fijo en reposo. La flecha no se movía, sino que en infinitos instantes ocupaba en reposo infinitos espacios concretos y diferentes. Zenón decía que éramos nosotros los que la poníamos en movimiento al poner uno junto a otro los diferentes momentos de reposo de la flecha. Nuestra vida, así, estaría formada por un número enorme instantes, de ahoras, cada uno de ellos con una realidad independiente y sin relación causa-efecto entre ellos. Simplemente son ahoras que están en el instante en que los percibimos. Esa colección enorme de ahoras existe y está en el universo, aunque nosotros sólo podemos percibir uno en cada momento. Sería como una inmensa colección de microvideos de nuestra vida, pequeños instantes captados en su particular ahora, con apenas segundos o fracciones de segundo de duración, que se guardan sin ningún orden en un superordenador donde tienen cabida todos los acontecimientos, todos los ahoras, del universo. Nuestra vida, esa gran película que percibimos como real que nos lleva desde nuestro primer recuerdo hasta el momento de la muerte, no sería más que la percepción de todos esos instantes organizados en la forma pasado-presente-futuro sólo por la fuerza de nuestra mente. Estos instantes y cualquier otra posibilidad que pudiéramos haber vivido y que nos parece que no ha sido así, está grabada en microvideo, guardada en desorden en el superordenador y con la posibilidad de ser percibida por nosotros en este mundo o quizá siendo percibida por algo como nosotros en otra dimensión. Que nosotros sólo seamos capaces de sentirnos libres de modificar el instante presente con nuestras acciones y que sólo podamos recrear lo que consideramos el pasado sin posibilidad de reconstruir en nuestra mente nada del futuro, todo ello organizado en un camino de dirección única, es sólo una exigencia biológica, pero no física. Sencillamente, nuestro cerebro y nuestra mente no están preparados para hacerlo de otra forma. No pueden hacerlo de otra forma. Y no estoy hablando de que el destino esté predefinido. El destino es otro concepto humano que precisaría de revisión. Todo es, ha sido y será, pero nuestro instante actual, nuestro particular ahora, no está dirigido o programado para llegar a otro instante concreto que a su vez nos lleve a otro para llegar a un instante lejano que esté definido en este momento, en este ahora concreto. Simplemente todos los instantes están presentes en el universo y nosotros como entes biológicos sólo vamos percibiendo con las capacidades de nuestra conciencia uno u otro sin más orden que el que nuestro cerebro impone de forma biológica.

Todos los instantes están presentes en el universo y nosotros como entes biológicos sólo vamos percibiendo con las capacidades de nuestra conciencia uno u otro sin más orden que el que nuestro cerebro impone de forma biológica

Por supuesto solo son ideas que no son capaces ni de lejos de establecer una teoría y que incluso a mí mismo me parecen a veces descabelladas, pero son un punto de reflexión.

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¿A dónde nos lleva todo esto?

Hace poco descubrí por casualidad a través de una brevísima referencia que leí en un periódico, un libro titulado Biocentrismo, escrito por un científico y profesor de medicina norteamericano llamado Robert Lanza. Cuando lo tuve en mis manos y leí la introducción de apenas un par de páginas, un silencioso pero muy sentido ¡Eureka! se formó en mi mente. Allí estaban desarrollados buena parte de los pensamientos desordenados acerca de la vida, el mundo, el tiempo, la realidad y el universo que llevaban años captando mi atención. Disfruté mucho con su lectura, quizás un poco radical a mi gusto en algunos aspectos, por ejemplo cuando al final de la obra se refiere a la inmortalidad de la conciencia basándose en el concepto de la conservación de la energía y, por tanto, apuntando a la inexistencia del concepto de la muerte tal como lo conocemos, pero en la mayor parte de su contenido se refería a muchas de mis inquietudes. De pronto descubrí que esta idea difusa que lleva años atrapándome sobre la inexistencia de una realidad firme como la que creemos que existe y, asimismo, sobre el concepto del tiempo como una creación humana, había científicos que la defendían y daban forma. Coincido en buena parte de los planteamientos del Biocentrismo y creo que es una puerta abierta a futuras investigaciones que pueden dar quizás mejores respuestas que las que nos está dando la física bajo el paradigma de que hay un universo ahí afuera más allá de la conciencia que nosotros ponemos en su existencia. Da cierto placer descubrir que no se está sólo.

Si podemos imaginar que todo lo que está fuera de nosotros es una elaboración de nuestra propia mente y una construcción de nuestra conciencia y que no tiene sentido preguntarse si existe sin nosotros o si dispone de unas leyes y unas normas que lo hagan funcionar si no estamos nosotros para medirlas, todo adquiere un cariz menos dogmático

La vida, el universo, la muerte, los tres grandes temas que concentran la atención de nuestra mente, aquellos a los que dedicamos nuestras energías de pensamiento, podrían encontrar explicaciones sencillas desde el reconocimiento de que su existencia está en nuestro interior y que es en nosotros mismos donde hay que buscar respuestas a las inquietudes humanas. Por el camino científico que trata de enmendar todo aquello que se rompe cuando se suman teorías nuevas a las ya conocidas no encontraremos más que nuevas preguntas a las ya existentes. Quizás todo sea más sencillo.

En resumen, estas páginas son simplemente una llamada de atención. Si podemos imaginar que todo lo que está fuera de nosotros es una elaboración de nuestra propia mente y una construcción de nuestra conciencia y que no tiene sentido preguntarse si existe sin nosotros o si dispone de unas leyes y unas normas que lo hagan funcionar si no estamos nosotros para medirlas, todo adquiere un cariz menos dogmático. Si en realidad, con todo el sentido que tiene esta palabra en nuestro lenguaje, ahora mismo, en este instante en el que no estoy allí presente percibiendo su existencia, la cocina de mi casa no es la cocina que yo percibo cuando estoy, sino un montón de átomos y moléculas moviéndose en un campo de posibilidades y de incertidumbre, sin formas, consistencias ni colores que solo cobran forma de mi cocina cuando yo entro en ella, podemos aprender a movernos por el mundo menos atados a paradigmas y dogmas conceptuales, tanto científicos como sociales, religiosos, económicos, etc. Las cosas no son así y punto, sino que las cosas tienen la capacidad de ser de una forma u otra y solo son cosas concretas cuando ponemos conciencia sobre ellas. Si es nuestra conciencia la que pone las cosas en la existencia, cabe la esperanza de que nuestra conciencia, si la modulamos y trabajamos sobre ella, cree para nosotros un mundo en el que tenga cabida una existencia confortable y plácida, o por decirlo de otra forma, donde podamos ser felices.

Si es nuestra conciencia la que pone las cosas en la existencia cabe la esperanza de que cree para nosotros un mundo en el que tenga cabida una existencia confortable y plácida, o por decirlo de otra forma, donde podamos ser felices







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 Bibliografía


Damasio, Antonio. Y el cerebro creó al hombre. Destino 2010
Dawkins, Richard. El gen egoísta. Salvat 1994
Einstein, Albert. Sobre la teoría de la relatividad especial y general. Alianza Editorial 2005
Einstein, Albert. Cien años de relatividad. Artículos clave de Albert Einstein de 1905 y 1906. Nívola 2003
Elias, Norbert. Sobre el tiempo. Fondo de Cultura Económica 2010
Gould, Stephen Jay. La vida maravillosa. Drakontos 2009
Greene, Brian. El universo elegante. Drakontos 2006
Greene, Brian. El tejido del cosmos. Drakontos 2011
Hawking, Stephen. Historia del tiempo. Alianza Editorial 2005
Hawking, Stephen. El universo en una cáscara de nuez. Crítica 2005
Hawking, Stephen. El gran diseño. Crítica 2010
Klein, Étienne. ¿Existe el tiempo? Akal 2005
Lanza, Robert & Bob Berman. Biocentrismo. Sirio 2012
Léourier, Christian. El origen de la vida. Istmo 1988
Lewis-Williams, David. La mente en la caverna. Akal 2005
Lewis-Williams, David. Dentro de la mente neolítica. Akal 2009
Oparin, A. I.. El origen de la vida. Akal 2000
Schrödinger, Erwin. ¿Qué es la vida? Tusquets 1997
Stachel, John. Einstein 1905: un año milagroso. Drakontos Crítica 2004
Taleb, Nassim Nicholas. El cisne negro. Paidós Ibérica 2008

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 Josep Crusellas
Agosto 2014


Ilustraciones: Mónica Crusellas




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