miércoles, 28 de abril de 2010

Nuevo diseño

He tenido que cambiar el diseño anterior ya que por algún error en su configuración no permitía la inserción de comentarios. He probado con esta nueva plantilla y parece que ahora funciona.
Cuando creas el blog, las plantillas estandar que ofrece Blogger son muy sencillas y poco atractivas visulamente, pero por otra parte son fáciles de configurar y rediseñar. En internet encuentras muchas plantillas muy atractivas que puedes subirte, pero sus diseñadores las cierran a cambios y dejan de ser flexibles. Es decir, o la tomas tal como es o no la tomas.
Con más tiempo buscaré alguna que realmente se ajuste a mis deseos (ésta, por ejemplo, obliga a que las entradas aparezcan completas y no como el anterior diseño que en la vista de la página inicial incluía un breve resumen de cada entrada).

Espero que ahora os animéis a colgar comentarios...

domingo, 25 de abril de 2010

LA BATALLA DE ACCIO

LA BATALLA DE ACCIO




1. ANTECEDENTES

Los conspiradores y asesinos de Julio César ya habían sido eliminados, en un trabajo conjunto entre Octavio y Marco Antonio. Tras su eliminación, el llamado Segundo Triunvirato se repartió los territorios bajo dominio romano: Lépido, el jefe de los ejércitos de César, se quedó en África, mientras Octavio, su heredero, y Marco Antonio, ex-lugarteniente de César, se repartían la parte occidental y oriental del Mediterráneo respectivamente.

Tras el reparto, cada uno se dedicó a consolidar su posición y a conspirar contra el otro. A Octavio no le resultó fácil hacerse con el poder de la capital, tras años de guerra civil y enfrentamientos y con muy poco haber en su historial como gobernante. Pero lo consiguió, y en pocos años ya gozaba de crédito suficiente como para afrontar su propósito: eliminar a Marco Antonio y quedarse con todo el poder. Marco Antonio, por su parte, había malgastado esos años en una vida libertina en Alejandría, junto a Cleopatra.



2. LOS GENERALES

OCTAVIO



Octavio

Cayo Julio César Octavio Augusto (Roma 23 de septiembre 63 aC.–19 de agosto 14 dC.), de nombre Octavio durante el período de su vida anterior al año 27 aC, es considerado como el primer, y más importante de los emperadores romanos, aunque él mismo no se consideró como tal durante su reinado, prefiriendo usar el título republicano tradicional de princeps civium (esto es, el primero de los ciudadanos). Augusto mantuvo externamente las instituciones republicanas, pero en realidad reinó como un autócrata durante más de 40 años. Acabó con un siglo de guerras civiles y dio a Roma una era de paz (Pax Romana), prosperidad y grandeza imperial.

Octavio era sobrino nieto de Julio César que, cuando fue asesinado el 15 de marzo de 44 aC., le nombró su heredero.

Con apenas 18 años y siendo un desconocido para los ciudadanos de Roma, se enfrentó al lugarteniente de César, Marco Antonio, que esperaba ser el heredero de Julio César.

El año 43 aC se hace nombrar cónsul con poderes especiales para perseguir a los asesinos de César. En noviembre de 43 aC se forma el Segundo Triunvirato entre Octavio, Marco Antonio y Lépido, jefe del ejército de César.

En el 42 aC., Bruto y Casio, los asesinos de César, son derrotados en la batalla de Filipos, por las tropas conjuntas de Octavio y Marco Antonio. A partir de ese momento, los caminos de ambos se separan y empieza su lucha por el poder.

Octavio no tenía experiencia militar, pero contaba con la ayuda de un general de la altura de Agripa.

Marco Antonio



Marco Antonio

Marco Antonio, (Roma, circa 83 aC - Alejandría, 30 aC). Fue un importante colaborador de Julio César, como comandante militar y administrador.

Era familiar lejano de César y lo acompañó en sus campañas de las Galias, mostrando su talento como comandante de la caballería y destacando por su valentía y coraje. Mostró siempre una lealtad a César a toda prueba.

Con César como dictador, Marco Antonio fue nombrado magister equitum, siendo la mano derecha del dictador y permaneciendo como administrador de Italia (47 adC), mientras César luchaba contra los últimos pompeyanos, quienes se habían refugiado en África.

A la muerte de Julio César, Marco Antonio sufrió una gran decepción al comprobar que en el testamento no constaba como heredero legítimo de su mentor. Peor aún, el heredero era un jovenzuelo casi desconocido que no había demostrado nunca su valía como militar ni como político.

Tras la disolución del Segundo Triunvirato el 33 aC., la tensión entre Octavio y Marco Antonio se convirtió en una guerra civil abierta.

La batalla de Accio fue el principio de su fin y de su aliada y amante Cleopatra.



Cleopatra



3. LOS PREPARATIVOS

La propaganda oficial de Augusto, unida a la negligente actuación de Marco Antonio, su alianza con la reina Cleopatra y la deserción y huida de Roma de los cónsules y senadores partidarios de Marco Antonio el año 31 aC, provocaron una escalada en las hostilidades entre ambos triunviros. Marco Antonio sabía que el enfrentamiento entre las tropas de oriente y occidente no tardaría en llegar y se preparó para ello. Convenció a numerosos reyes orientales para que lo apoyaran con tropas, entre ellos a los del Ponto, Galacia, Capadocia y Mauritania. Herodes de Judea se excusó diciendo que estaba en guerra con Arabia. Ello le salvó probablemente la vida y el reinado.

Marco Antonio se trasladó primero a Efeso, después a Samos, Atenas y la ciudad de Patrás, concentrando sus fuerzas en las costas griegas. Octavio y su general Agripa llevaron sus tropas al otro lado del Adriático, evitando que el conflicto armado llegase a Italia. Marco Antonio se trasladó a Accio. Con audaces victorias navales, las naves de Octavio llegaron a ocupar Corinto y cortaron las líneas de suministro del ejército de Antonio, que quedó anclado en el Golfo de Ambracia. Las naves de Octavio no podían entrar en el golfo porque estaba bien protegido por torres de defensa con catapultas a ambos extremos de su entrada. De todas formas, la flota de Marco Antonio estaba encerrada en el interior sin poder salir sin plantar batalla. Las escaramuzas eran continuas, pero la batalla dependía de la salida de las naves de Marco Antonio.


Fotografía Aérea actual del golfo de Ambracia y el promontorio de Accio

Octavio intentó atraer a Marco Antonio hacia el interior de Grecia, buscando un enfrentamiento en tierra, de modo igual al que hiciera pocos años antes Julio César con Pompeyo, ya que la flota de su oponente anclada en el golfo era imponente. Algunos consejeros de Marco Antonio también le insistieron en que abandonara la flota y la diera por perdida, ya que era mucho mejor adentrarse hacia el interior, camino de Macedonia, donde las cosas podrían serle más favorables. Contaba con numerosas tropas de tierra, tantas al menos como Octavio, y con muchos reinos leales en Oriente, por lo que podría esperar escapar con alguna que otra escaramuza y reorganizarse en tierras amigas. Pero ello hubiera significado abandonar el Mediterráneo al sur de Grecia, por lo que las costas griegas en primer lugar y después Asia Menor, Siria y Egipto caerían en manos de Octavio. Hubiera sido el fin del sueño de crear un imperio oriental, pero aún más, Cleopatra no podía consentir que Egipto quedara en manos de sus enemigos e influyó sobre Marco Antonio para que utilizara la flota.

Mientras, la falta de suministros, el racionamiento consecuente, las victorias de la flota de Octavio al mando de Agripa en las costas cercanas a Accio y la baja moral que empezaba a cundir entre las tropas de Marco Antonio, empezaron a causar la deserción en masa tanto de los reinos orientales que lo apoyaban como de parte de su propio ejército (descontento y mal alimentado), desde soldados a jefes militares. También muchos de los senadores que se habían mostrado leales a Marco Antonio empezaron a cambiar de bando, huyendo sigilosamente hacia las filas de Octavio.

4. LA DECISIÓN DE MARCO ANTONIO

Antonio tenía pocas opciones: o avanzaba por el norte, tierra adentro, abandonando las naves y esperando encontrar un lugar más propicio para el enfrentamiento, lo que en las condiciones de falta de provisiones era muy arriesgado, o intentaba romper el cerco al golfo con un ataque directo a las naves de Octavio que se encontraban en el mar, bloqueando la huída. Antonio confió el ejército de tierra a Canidio y se decidió por intentar la batalla en el mar y salvar lo que pudiera de la flota. Por razones obvias, Cleopatra también era partidaria de esta opción.

La opción que tomó Marco Antonio junto con Cleopatra en un consejo de guerra previo a los enfrentamientos y que debía estar en conocimiento de muy poca gente, entre ellos seguramente Canidio, fue la de escapar del cerco de la manera más rápida posible, llevando en los barcos el máximo número de tropas, regresar a Alejandría, recomponer el ejército con las legiones que habían quedado allí e intentar otra estrategia para vencer a Octavio. Las tropas que no pudieran cargarse en las naves se diseminarían por las costas orientales griegas con el objetivo de reunirse con el resto en las costas de Asia Menor o en Egipto.

Pero esta decisión tenía un problema: si los soldados eran conscientes que lo que se estaba preparando era una huída, era muy probable que muchos prefirieran pasarse al bando enemigo y dar por terminados los enfrentamientos. Aún más, cuando los reyes orientales supieran que Marco Antonio pensaba huir, intentarían hacerlo ellos antes, abandonándolo a su suerte y procurando preparar el terreno para apaciguar la venganza de Roma. Así pues, fue una decisión que tuvo que llevarse en secreto.



2.5. LOS EJÉRCITOS

Aunque no hay acuerdo en el número de navíos, una aproximación del total de las tropas podría ser la siguiente:


Las fuerzas enfrentadas en Accio


6. LAS NAVES


El tipo de embarcación militar predominante en el mediterráneo era la galera, de las que existían varias categorías en función del número de órdenes de remos que tuviesen. El más común era la quinquerreme, que poseía cinco, aunque también existían birremes, trirremes y cuatrirremes, que tenían dos, tres y cuatro órdenes de remos, respectivamente. Las galeras poseían un espolón en su proa que servía para embestir a la nave enemiga.

Como armamento, solían llevar scorpios, e incluso torres a proa y popa, donde se situaban arqueros para tener un mejor ángulo de tiro. Aunque el motor principal de una galera eran los remos, también hacían uso de una vela cuadrada. Todas las velas re recogían antes de la batalla, que se desarrollaba a golpe de remo. A modo de timón usaban dos remos situados a popa. El casco estaba formado por tablas de madera que no iban clavadas, sino que eran ensambladas entre sí mediante lengüetas de madera y sobre ellas se recubría con planchas de plomo. Su eslora era considerable

Durante la Primera Guerra Púnica los romanos desarrollaron el corvus, una especie de plataforma móvil que les permitía abordar a las embarcaciones cartaginesas.



Mandos

Las flotas se encontraban bajo el mando de un prefecto y cada nave era mandada por un capitán. La tripulación de un quinquerreme estaba compuesta de 300 marinos y al menos 120 soldados de infanteria, mientras que la de un trirreme por 200 hombres, de los cuales 170 eran remeros. No se usaban esclavos como remeros, todos los tripulantes eran soldados, prestaban servicio durante 25 años y recibían la ciudadanía romana a su licenciamiento, pues las flotas se organizaban de manera similar que las tropas auxiliares. La estructura de mando se asemejaba al de una legión.

1.QUINQUERREME



Quinquerreme romano

• Unos 300 soldados a bordo, 270 de ellos remeros.

• 40 metros de longitud y 6 metros de ancho.

• Entre 10 y 15 kms. por hora.



Quinquerreme en el que se observa el uso del corvo o pasarela de abordaje



Quinquerreme en el que se aprecia la torre de asedio



2.TRIRREME

Trirreme romano

• Unos 200 soldados a bordo, 170 de ellos remeros.

• Entre 35 y 40 metros de longitud y 4,5 metros cada remo.

• Velocidad máxima: 15 kms. por hora.


Trirreme con el palo y las velas recogidas, en pleno combate.



3.BIRREME



Birreme romano

• Menos de 30 metros de longitud.

• Un centenar de soldados a bordo, unos 50 remeros.

Muy manejable y muy rápida, sobre todo con la fuerza de los remos y las velas desplegadas.


7. LA BATALLA

El enfrentamiento final llegó el 2 de septiembre frente al promontorio de Accio, en plena boca del golfo de Ambracia.

Marco Antonio arengó al ejército hablando de una batalla naval total y completa en la que destruirían a la flota enemiga, lo que daría pie a la rendición absoluta del resto de tropas de Octavio estacionadas en tierra. Concentró a todas las tropas posibles en el mínimo número de barcos, haciendo quemar al resto para que no cayeran en manos enemigas. Las fuentes no se ponen de acuerdo en el número de naves y hablan de entre 200 y 400. Parece ser que Octavio tenía casi el doble, pero las naves de Marco Antonio eran quinquerremes grandes e imponentes y este decía que eran capaces de arrasar con el enemigo, cuya flota estaba compuesta de trirremes y pequeños birremes. La ventaja de Octavio estaba en la maniobralidad de sus naves, pues las de Antonio eran pesadas y se movían lentamente.



Embarcó a unos 20.000 legionarios, muchos de los cuales no habían servido nunca en la flota e imploraban quedarse en tierra. Pero los planes de Marco Antonio iban más allá de la batalla, como hemos visto, y necesitaba llevarse al mayor número de soldados. El tesoro de Cleopatra fue colocado secretamente en la nave de la reina, pués si se hubiera sabido que se cargaba con él, nadie hubiera dudado de las intenciones de huir de Cleopatra. Los senadores leales huidos de Roma fueron situados en la escuadra egipcia. Antonio ordenó que no se retirasen las velas de las naves, como era habitual en los combates navales, decisión que extrañó a todos, pues las velas estorbaban para el combate. Pero Marco Antonio esgrimió que eran necesarias para perseguir a un enemigo que tendría más velocidad por el menor tamaño de sus naves.



QUINQUERREME ROMANO

Se observa el corvus, plataforma que se utilizaba para el abordaje de las naves enemigas

Las naves de Marco Antonio, comandadas por el cónsul Cayo Sosio, y las de sus aliados egipcios al mando de Cleopatra, partieron de su base en el golfo de Ambracia con intención de plantear la batalla en mar abierto. El orden de batalla de las naves de Marco Antonio y Cleopatra era imponente, avanzando en compactas filas parecían capaces de arrasar con todo lo que se les pusiera por delante. Marco Antonio salió del golfo y dispuso su flota en un ancho frente. Las 60 naves egipcias formaron una segunda fila.

En un principio, Octavio pensó en dejar pasar a la flota enemiga hacia mar abierto para atacarles por detrás, pero había riesgo de que escaparan con las velas desplegadas y si lo hacían, no habría batalla y el enemigo podría reagruparse en otro lugar. Agripa, al ver llegar las naves de Antonio, fingió replegarse, lo que hizo que se confiaran las naves enemigas. Pero pronto dio media vuelta bruscamente y dividiéndose en dos atacó la flota enemiga. Antonio creyó que iba a ser atacado por los flancos e inició la batalla.

La escuadra de Octavio y sus generales Agripa, Lucius Arruntius y Marcus Lurius, no se amedrentó y empezaron a acosar por los flancos a las naves de Marco Antonio. Estas, una y otra vez, repelían los ataques, pero las otras no se cansaban de acercarse, lanzar flechas y proyectiles y dar vueltas alrededor de los pesados quinquerremes, intentando romperles los remos. Las naves de Antonio lanzaban sus garfios con el fin de atrapar a las pequeñas trirremes y amarrarlas junto a ellas. Cuando ello ocurría, se producía el abordaje con un cruel enfrentamiento cuerpo a cuerpo.


Despliegue naval en Accio

Los barcos de Cleopatra se mantenían al margen, observando desde atrás el desarrollo de la contienda. Cada vez parecía más claro que iba a tratarse de un combate definitivo y que las naves de Marco Antonio estaban inmersas en una lucha sin cuartel, con una huída en bloque más que imposible. Probablemente ello hizo decidirse a Cleopatra por hinchar las velas y huir con todas sus naves.

En un momento que la dirección del viento se dispuso de forma favorable, Cleopatra extendió las velas de su buque de mando, que se encontraba anclado en la retaguardia, y avanzó a toda marcha rompiendo las filas de Octavio y huyendo mar adentro seguida de las 60 naves egipcias de escolta.

Huída de Cleopatra

Todos los combatientes pudieron ver la huída de las naves egipcias. Marco Antonio, al darse cuenta, abandonó de inmediato la nave capitana y en un pequeño y veloz velero abandonó el campo de batalla y partió tras ella. Los romanos que luchaban a su lado quedaron horrorizados viendo cómo su gran general los dejaba desamparados. Las naves egipcias rompían sus torres y las lanzaban al mar, con el fin de aligerar su peso y avanzar aún más aprisa. Las naves fieles a Marco Antonio se dispusieron a caer en el combate. Una a una fueron asediadas e incendiadas por la flota de Octavio.

Naves en combate

Los historiadores afirman que la batalla duró poco menos de cinco horas, aunque las galeras incendiadas estuvieron ardiendo en el mar hasta bien entrada la noche. Cuando la nave de Antonio alcanzó la nave de Cleopatra, éste subió a bordo y permaneció tres días en la proa, hasta la llegada al cabo Tenaro, sin hablar palabra, apoyando la cabeza entre las manos (Plutarco). En Tenaro se detuvieron en espera de los barcos que les habían seguido. La depresión de Antonio se explica si se tiene en cuenta que había perdido su flota y desconocía qué habría pasado con las tropas de tierra. Estas habían emprendido la huída hacía Macedonia al mando de Canidio Craso, perseguidas por las de Octavio. Pero en cuanto tuvieron noticia de la derrota naval y de la huída de Marco Antonio se entregaron sin combatir, cambiando en bloque de bando. Al fin y al cabo, todos eran romanos.


LA BATALLA DE ACCIO (Óleo de Lorenzo A. Castro. 1672)


LA BATALLA DE ACCIO (Dibujo de J. C. Ridpath. 1880)


8. DESPUÉS DE LA BATALLA

La victoria de las tropas de Octavio fue total y absoluta. Tras la batalla, hizo fundar una ciudad, Nicópolis, en el lugar donde había estado instalado su campamento.

La batalla de Accio decidió el resultado del enfrentamiento entre Marco Antonio y Octavio, pero en principio no terminó la guerra. De todas formas, las cosas no se pusieron fáciles para Antonio y Cleopatra. A su llegada a Alejandría, se encontraron con la noticia de que las legiones que habían dejado en las costas de Asia Menor también habían decidido cambiar de bando, ya que no había nada peor para el prestigio de un general que abandonar a sus soldados en el campo de batalla. A pesar de ello, reorganizaron la resistencia en Alejandría, donde fueron vencidos sin lucha en agosto del año 31.

Los últimos días en Alejandría fueron como el desarrollo de un drama griego. Marco Antonio, creyendo 8que su amada Cleopatra se había suicidado, acabó con su vida atravesándose con su propia espada. Cleopatra se suicidó también para evitar figurar en el desfile triunfal de Augusto. El ejército de tierra de Marco Antonio y Cleopatra se rindió y fue tratado con clemencia.


La muerte de Cleopatra de Guido Cagnacci. 1568

La propaganda oficial convirtió Accio en un enfrentamiento entre los grandes dioses romanos y los dioses-animales egipcios. El futuro político de los nobles romanos quedó marcado por el lado del que se habían inclinado. La fecha de esta batalla se ha usado para marcar el final de la República Romana y el comienzo del Imperio.



9. LA CONTROVERSIA

Existen diferencias entre los historiadores a la hora de valorar el enfrentamiento. Por un lado hay quien postula que Marco Antonio buscaba una retirada completa, pues sus naves llevaban un velamen demasiado grande, del que no se hubiese hecho uso si se preparase una batalla naval. Otros sugieren que lo que se buscaba era un enfrentamiento con una parte del ejército que encubriese honrosamente lo que en realidad era una huida. Otro motivo de conflicto es la participación de Cleopatra en esta decisión.

La derrota de Accio fue aplastante, pero no tuvo demasiado de gloriosa, ya que desde el primer momento la situación fue favorable para las tropas leales a Roma, pero Octavio y sus partidarios, sin embargo, la presentaron como un triunfo glorioso en una guerra justa, la victoria de la virtud romana sobre la depravación oriental, al tiempo que difundieron la historia de que Cleopatra había traicionado a Antonio y éste a sus hombres. Los historiadores antiguos culparon a Cleopatra del desastre. Según Plutarco, la huida de Marco Antonio se debió a su amor por la reina, que le hizo olvidar su dignidad y honor.

Las cifras que se dan para el número de naves caídas y de bajas sufridas en cada bando no son fiables. Según Plutarco, antes de la confrontación Antonio contaba con 600 naves, de las que César capturó 300, cifrándose en unas 5.000 las bajas humanas. No hay datos para los caídos del bando de Octavio.



10. SI EN ACCIO HUBIERA VENCIDO MARCO ANTONIO…


A priori, en Accio las ventajas no estaban claras, salvo la ventaja de ánimo y moral que tenían las tropas de Octavio. Marco Antonio contaba con suficientes tropas, tanto de infantería como navales. Disponía de un 20% más de tropas de infantería, una cantidad superior de naves y estaba en su terreno, cerca de las costas de la Magna Grecia y del apoyo de los reinos orientales que estaban a su favor.


Si Marco Antonio no hubiera estado tan presionado por la situación y no hubiera cundido en su ánimo el sentido de derrota y las ganas de huir a Egipto que lo dominaron, podía haber planteado las cosas de otra manera:

• Marco Antonio podría haber planteado una batalla en tierra, tal como algún general suyo le aconsejó. La boca del golfo de Ambracia podía quedar protegida con un pequeño efectivo y con el resto de tropas haberse adentrado dirección Macedonia buscando un lugar oportuno para la batalla. Sin duda, con la ventaja de la alta moral que tenía de su parte, Octavio lo hubiera perseguido para enfrentarse con él.

• En una batalla frontal, Marco Antonio contaba con su gran experiencia en combate, mientras Octavio era apenas un aprendiz. Es cierto que contaba con grandes generales, como Agripa, pero Marco Antonio se había formado junto al gran Julio César y había combatido con él en innumerables batallas en la Galia, por lo que en estrategia había poco que pudiera ya aprender.

• La batalla ya no hubiera sido naval. Ninguno de los dos contendientes prefería el enfrentamiento en mar, ya que los romanos no eran expertos en ellos. La fuerza de las legiones se ponía de manifiesto en tierra, no en el mar. Accio hubiera sido una batalla terrestre.

• Con unos efectivos similares, mayor número de tropas auxiliares y en su terreno, Marco Antonio podría haber derrotado a las tropas de Octavio.

• Tras su victoria y la eliminación de Octavio, Marco Antonio podría haber tomado dos decisiones con consecuencias muy distintas:

- Podría haber entrado victorioso en Roma, desencadenando una venganza sin cuartel contra todos los senadores, políticos y generales que le habían vuelto la espalda durante los últimos años. Ya lo había hecho en una ocasión, tras el pacto de Bolonia con Octavio y Lépido. Esta opción, siendo sangrienta, hubiera sido la menos mala para los romanos, ya que a fin de cuentas Marco Antonio se hubiera designado Dictador y poco a poco las cosas podrían haber vuelto a la normalidad. Con toda probabilidad la República habría tocado a su fin, pues tanto el carácter de Marco Antonio como sus tendencias orientalizantes le habrían llevado a instaurar una especie de Reino, al estilo de los reinos orientales. Algo parecido al Imperio que impuso Octavio, aunque con guante de hierro y no de terciopelo como el que utilizó este último. Sea como fuere, Roma habría seguido siendo la capital del mundo conocido, aunque con una forma de gobierno diferente.

- Pero Marco Antonio podría haber tomado una decisión de peores consecuencias para Roma. Podría haber regresado victorioso a Alejandría, mostrando el mayor de los desprecios hacia la capital que tanto le había despreciado durante los últimos años. Desde Alejandría, a través de las tropas y de sus fieles seguidores, podría haber llevado a cabo igualmente su venganza contra sus enemigos en la capital y haberse hecho designar directamente el nuevo Rey del mundo. Y Roma se hubiera convertido en una ciudad satélite de la nueva capital: Alejandría, desde donde Marco Antonio y Cleopatra hubieran gobernado tanto Oriente como Occidente. Las influencias orientales se hubieran multiplicado y la civilización romana se hubiera visto inmersa a un cambio brutal de costumbres e instituciones, empezando por el propio idioma, que en pocos años podría haber cambiado del latín al griego, como de hecho ocurrió siglos después en el Imperio cuando esté se concentró en Oriente. El Imperio Romano hubiera tocado a su fin antes de empezar y el mundo que hoy conocemos sería muy distinto a como es. El peso del Mediterráneo se hubiera decantado hacia Oriente.




…………………………………………………………

jueves, 22 de abril de 2010

NO, NO PUEDES DARME AMOR




No, no puedes darme amor,

pues tú el amor lo regalas.

Vives desbordando amor.

Todo lo que te rodea

se inunda de tanto amor

que te está sobrando a ti.


Vas andando por la casa

y los armarios, las sillas,

el paragüero, los cuadros,

todo va dando suspiros

de amor que finges no oír.


Nuestro gato, con migajas

de amor que de ti recoge,

seduce por los tejados

las gatas del vecindario.


El otro día, a tu paso,

se abrieron de par en par

las dos puertas del balcón.

Dijiste: “habrá sido el aire”,

pero en el fondo sabías

que querían abrazarte.

Y esta tarde, de soslayo,

me ha parecido observar

que te seguía al pasar,

con sus ojos de madera,

el Cristo de la pared.



=====================================
 
=================================================

miércoles, 21 de abril de 2010

PARADIGMAS


Hoy he realizado una presentación sobre los cambios de paradigma. Un tema apasionante: ¿cómo es pobible que haya cosas relevantes que nos afectan que están cambiando de forma significativa pero de manera que nosotros no somos capaces de percibir?. Y no lo hacemos porque hemos adquirido la capacidad de responder de formas concretas a situaciones que damos por conocidas.

El concepto de paradigma aplicado a este cambio de entorno no percibido y ante el cual actuamos con acciones del pasado, parte de la definición del diccionario:


A principios de los años 60 del siglo pasado, Thomas Kuhn, físico y filósofo, aplicó este concepto al ámbito de las percepciones:


En la ciencia hay numerosos ejemplos como el de la imagen anterior, pero hay otros muchos, como por ejemplo:



Esta visión "upside down" del mundo con toda seguridad tendría consecuencias que no podemos imaginar, a nivel de ámbitos de influencia, de zonas que ocupan las diferentes civilizaciones, etc. Tendríamos diferentes paradigmas para afrontar esta visión del planeta, en la que Europa está en un extremo y el Pacífico ocupa la zona central (por cierto, hay que darse cuenta de dónde esta España...).

Los paradigmas son útiles y necesarios para que nuestro cerebro funcione con agilidad, aunque también tienen sus puntos negativos:;






Podemos afrontar estos cambios con mucha dificultad y preocupación o con dejadez y dándoles la espalda, pero lo óptimo sería "salir de la caja":



Aunque siempre preferimos que lo hagan otros antes...


Deberíamos hacer un esfuerzo para pensar:

¡¡¡NADA ES IMPOSIBLE!!!





=================================================

¿CÓMO NACE UN PARADIGMA?. Un ejemplo que circula por internet y que he resumido en estas diapositivas:




...................

...............

.............

............

.............

....................
............


..........

.............

............


===============================================

domingo, 18 de abril de 2010

FARSALIA (otra de romanos...)

LA BATALLA DE FARSALIA
(ver: http://www.historialago.com/)



La batalla de Farsalia es la obra maestra de la táctica de César y presenta algunas particularidades que la han hecho objeto de estudio a lo largo de los siglos.

En primer lugar, los contendientes son dos "primeros espadas" romanos, los más destacados desde Cayo Mario sesenta años antes. En segundo lugar, la batalla de Farsalia es una batalla de romanos contra romanos, de legiones contra legiones, lo que la hace enormemente atractiva ya que en teoría existía una cierta igualdad táctica. En tercer lugar, es una de esas pocas batallas que realmente han cambiado el curso de la Historia.


 Situación de Farsalia

1. LOS GENERALES


Cneo Pompeyo "Magno"



Pompeyo no era un genio, pero era un general competente y cualificado. Su experiencia militar era más amplia que la de César, ya que había combatido en la I Guerra Civil al lado de Sila, en Oriente y en Hispania y había comandado la campaña para limpiar la piratería del Mediterráneo. Su hoja de servicios era impresionante y su fama se extendía por todo el Mare Nostrum. Tras servir fielmente a Sila, formó el Triunvirato con César y Craso apoyando a los Populares para cambiar de nuevo de bando aliándose con el sector más reaccionario del Senado cuando este pretendía destruir a César. Cuando César respondió a las ilegales agresiones de los optimates cruzando el Rubicón con una legión, Pompeyo no quiso enfrentarse a él y cruzó el Adriático para refugiarse en Grecia. Más adelante veremos por qué tomó esta decisión Pompeyo, una decisión que no fue un error, sino una opción más por la que él tomó partido en ese momento.

El problema de Pompeyo es que no estaba solo, sino rodeado por una extraña corte. Su estado mayor, con la única excepción de Tito Labieno, estaba compuesto por senadores cobardes que creían que ganarían la batalla con sólo enseñarles a los proletarios de César sus impresionantes orígenes. Hombres como Catón, no aportaban nada salvo desequilibrio y encima miraban a Pompeyo por encima del hombro porque no pertenecía a su rancia casta, pero era lo mejor que tenían, o al menos eso pensaron. En lugar de dejarle trabajar en paz, los optimates, con una experiencia militar ridícula, le reprochaban haber abandonado Roma sin combatir y tras el enfrentamiento que tuvo lugar en Dyrrachium, en la actual Albania, le urgían a acabar de una vez con César. Presión que, como veremos, tuvo su efecto. En Dyrrachium Pompeyo logró hacer huir a las tropas de César, pero no acertó a perseguirles y dar el golpe final creyendo que era una estratagema de César.

En Farsalia, los cuatro cuerpos del ejército de Pompeyo estaban al mando de Léntulo Sphinter (derecha), Marcelo Escipión (centro), Lucio Domicio Enobardo (izquierda) y Tito Labieno (caballería). Pompeyo había elegido a los mejores dentro de su numeroso grupo de aspirantes.


Cayo Julio César



César llegó a Farsalia con su triunfo en las Galias aún humeante, al mando de los hombres que lo habían hecho posible. César se enfrentó en las Galias a ejércitos que lo superaban numéricamente en proporciones enormes. Por ello, desarrolló una estrategia nueva en la historia militar romana: una guerra de movimientos, una auténtica epopeya romana en la que la velocidad del ejército y la rapidez de la maniobra tendían a compensar la inferioridad numérica. Era la estrategia de la rapidez ya ensayada con éxito por Escipión el Africano en Cartago Nova y desarrollada plenamente por César en las Galias. Su estado mayor se hallaba compuesto por militares profesionales con años de experiencia que conocían perfectamente al ejército y a su jefe, adaptándose como un guante a las necesidades de ambos. Los tres cuerpos de su ejército se hallaban bajo el mando de Marco Antonio (izquierda), Cneo Domicio Calvino (centro) y Publio Sila (derecha). En Farsalia César estaba en su mayor apogeo intelectual, tenía plena confianza en todos y cada uno de sus hombres, fueran legionarios u oficiales y se sentía un favorito de la Fortuna, idea que sus hombres compartían con él de manera entusiasta. A diferencia del de Pompeyo, el mando de César no se hallaba cuestionado, sino reforzado por sus hombres que le veían como a su líder natural. No sólo en lo militar, sino también en lo político.

2. LOS EJÉRCITOS

Aunque no es fácil conocer el número de efectivos de las tropas de las batallas de aquella época, ya que los vencidos tendían a exagerar la cantidad de soldados de los ejércitos enemigos, por los datos históricos disponibles, en este caso podemos hacernos una idea bastante aproximada. En la siguiente tabla se resume el contenido de ambos ejércitos:

CÉSAR
a) Caballería: Galos 600 Germanos 400. Total 1.000
b) Infanteria: 23.000 Legionarios
c) Infanteria auxiliar: Caballeria 400 Aliados 7.000. Total 7.400
TOTAL: 31.400

POMPEYO
a) Caballeria: Aliados 7.000. Total 7.000
b) Infanteria: 50.000 Legionarios
c) Infanteria auxiliar: Hispanos 5.000 Aliados 4.200. Total 9.200
TOTAL: 66.200

Parece ser, por lo visto, que las tropas de Pompeyo podían casi doblar a las de César.

El ejército de Pompeyo

Pompeyo contaba con 117 cohortes (una cohorte estaba compuesta por unos 480 hombres, una décima parte de una legión aproximadamente) de las que 7 quedaron de guarnición en el campamento y en la línea fortificada que iba de éste al río. Las 110 cohortes de la línea de batalla formaban un total de once legiones bastante completas, ya que no habían tenido bajas ni habían dejado guarniciones en puntos fuertes en su recorrido. Era un poderoso ejército que superaba en más del doble al de César, aunque su nivel de adiestramiento y de experiencia no eran los de los legionarios de César.

Pompeyo además, contaba con varias cohortes de guerreros hispanos traídos por Afranio, que combatían como infantería pesada.

Pompeyo se rodeó de un impresionante cuerpo de caballería que incluía a sus numerosos aliados romanos de Picenum, en el centro de la península itálica, y numerosos contingentes enviados por las provincias orientales y los reyes de los estados-satélite de Roma, que habían estado subordinados a Pompeyo en su época de autoridad en roma. A diferencia de César, Pompeyo prefirió la cantidad a la calidad y la mejor muestra de ello fue este enorme cuerpo de caballería que, en realidad, no era más que una gigantesca masa de caballos y jinetes con un valor táctico que era una incógnita. Porque Pompeyo siguió a César desde Dyrrachium hasta Farsalia (y hay una buena distancia) sin que sus 7.000 jinetes consiguieran, no ya derrotar a la columna cesariana, sino ni siquiera entorpecerla. Algo que Labieno debería haber meditado.

La infantería auxiliar pompeyana incluía varias cohortes hispanas con las que formó una legión auxiliar, además de arqueros y honderos.

El ejército de César

Las legiones de Julio César eran las mismas legiones que acababan de conquistar las Galias. Formadas por veteranos avezados que sabían reaccionar ante el peligro con disciplina en lugar de pánico, mandados por centuriones que habían ascendido peldaño a peldaño el duro escalafón desde abajo y que llevaban años junto a ellos. Como César mismo dijo, su ejército se componía de un millar de brazos dirigidos por una sola cabeza, y es que en el ejército de César mandaba César.

César llegó a Farsalia con 87 cohortes de las que 7 permanecieron en el campamento. Las ochenta cohortes de la línea de batalla formaban nueve legiones bastante incompletas. Tras Dyrrachium unió a la Octava y a la Novena Legión, que estaban al límite de efectivos para formar una sola, lo que indica que entre ambas apenas juntarían catorce o quince cohortes. Estas ocho legiones tenían una media de unos 2.800 hombres por legión cuando lo normal eran 4.800. César en Italia pudo haber esperado para reclutar más hombres en la Cisalpina, pero no lo hizo. También muchos itálicos, hartos del Senado, pretendieron alistarse en sus legiones, pero él no quiso, ya que según su planteamiento eran más valiosos “pocos” pero veteranos que “muchos” pero inexpertos. Farsalia le dio la razón.

Sus legiones eran la Sexta, Séptima, Octava, Novena, la legendaria Décima, favorita de César y con una historia de leyenda asentada en sus victorias en la Galia y la devoción que sentían por su jefe, la artorio mero, la Decimosegunda y dos nuevas reclutadas recientemente, entre ellas la Quinta, conocida por el sobrenombre de Alaudae (alondra), ya que sus legionarios, que eran todos galos cisalpinos, en lugar de penachos de crines de caballo en los yelmos se ponían plumas de alondra. Si bien estos jóvenes galos eran “novatos” comparados con sus míticos compañeros de la Décima, tenían más experiencia que la mayoría de los legionarios de Pompeyo, y una confianza ciega en su general, que además de ser su caudillo militar era su caudillo político, ya que fue precisamente Julio César, durante su consulado del año 59 aC, quien promulgó la ley que otorgaba la ciudadanía romana a los galos de la Cisalpina.

Además de las legiones, César tenía unos 7.400 infantes auxiliares, soldados altamente especializados que combatían en formaciones complementarias de la legión.

La caballería de César era su punto débil, al menos aparentemente. De los 1.000 jinetes con que contaba unos 400 eran ubios, los famosos germanos que empleó en Alesia y cuya sola presencia en el campo de batalla producía pánico en el enemigo. Los mil restantes jinetes eran en su mayoría galos, probablemente eduos y un pequeño contingente de hispanos que en realidad formaban la escolta personal de César. César introdujo una innovación aprendida en las Galias: unir a los escuadrones de caballería un contingente de infantería ligera de 400 hombres al típico modo germano, con lo que la eficacia de los jinetes se veía redoblada. Esta innovación resultó decisiva en el planteamiento táctico de César y demuestra lo que ya he comentado anteriormente, la importancia del momento en el que ambos jefes llegan a la batalla, con un César recién salido de las Galias, con ideas nuevas y frescas y un Pompeyo anquilosado por los mármoles de Roma con un manual en lugar de ideas.

Aquellos hombres que formaban el reducido ejército de César eran el mejor cuerpo de combate que se ha paseado por la Historia y estaban mandados por el más grande general de todos los tiempos, el maestro absoluto de la estrategia.

3. LA ESTRATEGIA

Pompeyo pensó que llevar la campaña a Grecia era una idea brillante, pero se equivocó. Mucho se ha discutido sobre su negativa a combatir a César en Italia. En realidad no fue ni un acierto ni un error, sino una de las opciones que pudo tomar y tomó, sin más. Es cierto que tenía muchísimos más hombres que César, pero los 3.000 legionarios con los que el conquistador de las Galias cruzó el Rubicón eran veteranos curtidos y Pompeyo sabía de sobra que en Italia César no se dejaría coger en una emboscada. Además, las legiones de las Galias ya marchaban hacia la Península Itálica para apoyar a su jefe y encima las ciudades italianas le recibían como a su salvador, por lo que corría el riesgo de ser él y no César el que acabara cayendo en esa emboscada. Pensó que lo mejor era retirarse al otro lado del Adriático y tener tiempo de organizar el enfrentamiento.

Pompeyo había aprendido la lección en Hispania combatiendo a un brillantísimo artorio, cuya muerte prematura le impidió llegar a tener una merecida fama militar. La estrategia de Pompeyo era alejar a César lo más posible de sus líneas naturales tanto de suministros como de los hombres que estaban en las Galias y salir de una Italia, que se estaba declarando cesariana. Si Pompeyo hubiera continuado en Italia hubiera perdido la guerra sin necesidad de una batalla. ¿A dónde ir entonces? Podía haber ido a Hispania, donde sus legados Afranio y Petreyo tenían un poderoso ejército, pero eso suponía tener que cruzar el mar con naves de altura exponiéndose demasiado ya que no podrían costear por el riesgo que eso hubiera tenido. La tierra que se extendía entre los Pirineos y los Alpes era zona cesariana y por allí no podría cruzar de ninguna manera, por eso optó por ir a Grecia, más cerca del Oriente donde se había hecho famoso y en el que tantos amigos tenía y de cuyos inmensos recursos podría disponer. Pero en Grecia se dejó atrapar en Dyrrachium por una brillante maniobra de César que comenzó a construir una circunvalación de asedio tipo “Alesia” pero muy mejorada con fortines externos y varias líneas de defensa. Dos cabecillas eduos de la caballería cesariana, al ser descubiertos malversando los fondos de sus hombres, corrieron a pasarse al bando de Pompeyo al que detallaron el sistema de fortificaciones y su punto débil. Pompeyo reaccionó al fin y contraatacó antes de que estuviera terminada la obra por la parte más débil. César perdió 500 hombres y se retiró de allí seguido a distancia por Pompeyo hasta llegar a Farsalia.

Estratégicamente, Farsalia fue un error tremendo de Pompeyo. La verdadera clave de la derrota pompeyana fue, en realidad, más estratégica que táctica, ya que la decisión de plantarle cara a César la tomó presionado por su corte. Es evidente que Pompeyo no deseaba un enfrentamiento directo con César, al que temía y con razón. Pompeyo no era nada tonto y sabía perfectamente que el ejército de Julio César, aunque muy inferior numéricamente, era muy superior tácticamente. La estrategia de Pompeyo era seguir a César pisándole los talones, estorbando sus suministros y aprovisionamiento para ir acorralándolo en Grecia, forzándole a fortificarse, tal y como el mismo Pompeyo había hecho en Dyrrachium y que había estado a punto de costarle la derrota.

Esta estrategia es buena, pero tiene un problema fundamental: no se puede emplear una estrategia que el enemigo acaba de emplear contra ti, y más si ese enemigo se llama Cayo Julio César. Si Pompeyo hubiera continuado con su juego del ratón y el gato, no es de extrañar que el ratón hubiera acabado encontrando un sitio adecuado para tenderle al gato una trampa en la que se dejara las uñas y el bigote. Exactamente igual que hizo César cuando derrotó a Ambiórix en 54 aC.

Cuando tras Dyrrachium César llegó a Farsalia, acampó en el lugar presumiblemente menos bueno del terreno, dejándole a Pompeyo, que llegó días después, levantar su campamento fortificado en el que, según los cánones, era el mejor lugar. Probablemente Pompeyo debió pensar que César no era tan bueno como decían, pues se había instalado en el peor lugar. ¿Cómo es posible que César hiciera algo así? Realmente llevaba haciendo cosas así años y años en las Galias, dando al enemigo ventajas que luego su genio manipulaba convirtiéndolas en desventajas. Para Pompeyo el campamento era algo crucial, pero para César no era más que un complemento estratégico y no táctico. En doce años de campañas continuas sólo hay dos excepciones: Britania y la mencionada batalla contra Ambiórix. En el caso británico no podía actuar de otro modo, ya que tenía que proteger a su flota y las fortificaciones del campamento eran la llave que guardaba su vuelta a las Galias. Con Ambiórix, César utiliza su campamento como cebo. Realmente el campamento no tiene más función que la de ocultar su brillante maniobra. César es un estratega de la movilidad, del recorrido, y sobre todo, tácticamente, de la maniobra, por lo que para él el campamento sólo tiene una función meramente complementaria. En realidad le daba igual que Pompeyo estuviera allí o en otra parte, ya que él tenía muy claro que la batalla se decidiría en campo abierto, allí donde sus legiones podrían demostrar su superioridad, y si Pompeyo creía que su campamento estaba en mejor lugar, pues más confiado se volvería.

Por otra parte, César no tenía fuerzas suficientes para intentar un asalto al campamento fortificado de Pompeyo, por lo que su única opción era tratar de provocar a Pompeyo para que aceptara el combate, cosa que éste hizo dilapidando así la valiosa ventaja estratégica conseguida en Dyrrachium que fue estúpidamente despilfarrada. César es un genio en estado puro que convierte los reveses de Gergovia y Dyrrachium en las victorias de Alesia y Farsalia aprovechándose hasta de los elementos desfavorables, manipulándolos para utilizarlos a su favor. Tras el revés de Gergovia César se retira atrayendo a Vercingetórix a su terreno y el caudillo galo muerde el anzuelo. Tras el revés de Dyrrachium hace lo mismo con Pompeyo y éste también muerde el anzuelo siendo atraído hasta Farsalia.

¿Es que Pompeyo no había leído los Comentarios de la Guerra de las Galias que ya habían sido publicados?


4. EL TERRENO

Pompeyo debía estar muy orgulloso del lugar que había escogido para instalar su campamento: la ladera oeste del monte Dogandzis que se proyecta hacia el río Eunipeo. El lugar tenía dos ventajas para Pompeyo: por un lado, la posición de su campamento era muy buena para la defensa, ocupando un alto de la ladera, y por otro, la zona donde las laderas meridionales del Dogandzis bajaban hacia el río eran ideales para una maniobra de flanqueo de la caballería, que era el sueño de Labieno.



Zona de la batalla en Farsalia

Si Pompeyo le daba batalla a César, el río y la montaña encerrarían los flancos de los dos ejércitos. Sin duda Pompeyo y Labieno pensaron en Cannas, ya que la situación era muy parecida, con un río cerrando un flanco y una montaña cerrando el otro. En realidad, la llanura de Farsalia era demasiado estrecha para formar adecuadamente un ejército del tamaño del de Pompeyo y además, el norte estaba ocupado por el monte, a diferencia de Cannas. El terreno, que a simple vista favorecía a Pompeyo, en realidad jugó a favor de César gracias a su análisis más meticuloso y profesional, nada raro ya que César llegaba recién terminada la guerra de las Galias y Pompeyo había pasado demasiados años en Roma.


5. LA TÁCTICA

Pompeyo

Ya hemos visto que el lugar convencía a Pompeyo (por eso presentó batalla) y más aún a Labieno, que fue el que presionó hasta el final para lograrlo. Pero si hubieran sabido leer entre líneas (cosa que sólo saben hacer los Grandes), Pompeyo y más aún Labieno, se hubiera dado cuenta de la encerrona en la que había caído, ya que cuando se planea una maniobra de flanqueo de caballería, y Pompeyo fió toda la batalla a ésta, los espacios deben ser grandes, amplios y, por encima de todo, abiertos. Cierto que Aníbal consiguió en Cannas flanquear al ejército romano, pero Pompeyo no era, ni mucho menos Aníbal, y menos aún podía compararse su sentido táctico con el de Julio César. La batalla de Farsalia tenía dos claves: a) lo que ocurriría si la caballería pompeyana conseguía pasar el flanco de César y b) lo que ocurriría si no conseguía pasar. Dependiendo de una u otra se decidiría la batalla.


Planteamiento táctico de Pompeyo

Estaba claro que con una superioridad de 7 a 1 en caballería, Pompeyo dejaría que Labieno se luciera, y la especialidad de Labieno era el ataque de flanqueo, tal y como hizo en Alesia. Sin embargo, en Alesia, frente a la marea de galos que asaltaban el campamento de Antistio y Rebilio, situado en el punto débil del anillo fortificado romano, Labieno tuvo suficiente espacio para maniobrar, algo que es fundamental para la caballería. En Farsalia no existía ese espacio, pero Labieno, que era sin duda el mejor comandante de caballería de Roma, decidió utilizar su tremenda superioridad numérica para romper a la caballería cesariana situando a todos sus jinetes en su flanco izquierdo. En realidad, no podía hacerse otra cosa, ya que el terreno que bordeaba el río no era apropiado para la caballería. Además, Pompeyo puso en práctica un "refinamiento táctico" que César atribuye a uno de sus oficiales y que consistía en no avanzar hacia el enemigo, sino esperarle quieto, lo que según él haría llegar a los legionarios de César ante ellos cansados por la carrera cuesta arriba, ya que Pompeyo pensaba situar a sus legiones en la ladera del monte. Evidentemente, esto haría que los cesarianos tuvieran que combatir cuesta arriba, pero ¿qué ocurriría si los pompeyanos tenían que retirarse? el espacio entre ellos y su campamento era demasiado corto como para permitir un repliegue ordenado y dar posibilidad a rehacer las líneas. Con tan poco espacio, las legiones pompeyanas sólo tenían una posibilidad si eran batidas: huir a la carrera para impedir que las legiones de César las aplastasen contra las defensas de su propio campamento y tratar de llegar a él lo antes posible para evitar el tapón que se formaría con decenas de miles de hombres tratando de entrar. Militares de la talla de Pompeyo y Labieno debieron darse cuenta de todos estos importantísimos factores, y sin embargo los obviaron víctimas de la prepotencia porque todos los factores tácticos estaban a su favor, pero tratándose de César, ni siquiera los factores tácticos tenían validez absoluta.

César

Frente a las once legiones prácticamente completas de Pompeyo César sólo disponía de ocho muy mermadas de efectivos. En realidad eran nueve, pero dos de ellas, la Octava y la Novena, habían quedado tan reducidas que las unió en una sola. Evidentemente, ocho legiones no pueden ocupar el mismo frente de combate que once, y esto es importante cuando el enemigo tiene tanta superioridad numérica, ya que si se dejan los flancos al descubierto las líneas pueden ser flanqueadas y las tropas acabar rodeadas. La maravillosa elasticidad de la legión romana permitió a César "alargar" sus cohortes para conseguir que cubrieran mayor espacio, casi tanto como las de Pompeyo.


Organización de las tropas antes de la batalla

A pesar de ello, la línea de César no era tan larga como la de Pompeyo, por lo que César formó a toda su infantería auxiliar, compuesta de infantes y honderos españoles y arqueros cretenses, en su ala izquierda.

César deseaba terminar aquella guerra allí mismo. Por ello buscó el combate sacando cada día a sus legiones y formándolas en orden de batalla en la llanura. Cuando al final Pompeyo se decidió a combatir y formó a sus tropas César debió relamerse de gusto.

Evidentemente, César sabía que Labieno, con su superioridad 7 a 1 sería la estrella de la función. Toda la batalla dependía del ataque de Labieno que lanzaría a sus 7.000 jinetes contra los 1.000 de César arrollándolos como un tren y ganando así la retaguardia cesariana donde podrían atacar a gusto a la tercera línea de sus legiones, que era la más débil. Para evitar esto, César tuvo una genial idea y sacó de la tercera línea de cada legión una cohorte. Teniendo en cuenta que una cohorte de cada legión se quedaba a guardar el campamento, la tercera línea de César sólo tendría dos cohortes por legión y además muy mermadas de efectivos, por lo que esta tercera línea no podría entrar en combate más que fortaleciendo las dos líneas anteriores o como reserva táctica.



El plato fuerte de la táctica de César eran las ocho cohortes que había sacado de la tercera línea y que situó a la derecha, junto a la Décima legión y por detrás de la caballería. En el éxito de la misión de estas ocho cohortes estaba el resultado de la batalla, ya que, ni más ni menos que su cometido era frenar en seco a los 7.000 jinetes de Pompeyo. César instruyó a estos legionarios para que dejaran pasar entre sus huecos a sus propios jinetes, cerraran los huecos y atacaran a los jinetes de Pompeyo sin darles tiempo a reaccionar. Para ello el ataque había de ser extremadamente rápido y agresivo, por lo que César ordenó a sus hombres que atacaran directamente al rostro de sus enemigos para infundirles pánico. No es de extrañar que los yelmos de caballería imperiales utilizados décadas después cubrieran casi toda la cabeza del jinete…


6. LA BATALLA

Una vez formado su ejército, César dio inmediatamente la orden de atacar. Los legionarios avanzaron hacia las líneas pompeyanas que no se movieron. Cuando los cesarianos comenzaron a correr hacia ellos tampoco se movieron los pompeyanos, entonces tuvo lugar una de esas escenas para la Historia: los legionarios de César, espontáneamente, se pararon en su carrera, descansaron unos minutos, recuperaron el aliento y después siguieron avanzando hacia las líneas de Pompeyo. Era la reacción de un ejército veterano al que Pompeyo no iba a tomarle el pelo ni mucho menos. A medida que la distancia entre los ejércitos disminuía, César pudo hacerse una idea más clara de la situación. Su ala derecha, con la mítica Décima legión, no tendría problema en resistir el empuje enemigo y él mismo había colocado su puesto de mando tras ella, pero el ala izquierda estaba comprometida, ya que la formación de auxiliares tendría que enfrentarse no sólo a la infantería auxiliar pompeyana, sino a una legión, por lo que César delegó el mando de este ala a Marco Antonio, su mejor legado. Que César hiciera esto confirma que sus temores eran las alas y no el centro, ya que él siempre se colocaba en los lugares donde el peligro era mayor para poder acudir rápidamente, algo que aprendió en la batalla contra los nervios. Toda la clave de la táctica pompeyana era el ala derecha de César y por ello se situó allí, para estar cerca de la “cuarta línea” formada por las ocho cohortes.



La primera línea

La posición de las ocho cohortes

La clave de la maniobra era "frenar" en seco a los jinetes pompeyanos, ya que si éstos conseguían pasar por el hueco formado por la Décima y la ladera del monte, toda la retaguardia cesariana estaría comprometida sin remedio. Si las ocho cohortes hubieran querido atacar a la caballería pompeyena está claro que ésta no se hubiera dejado, ya que la velocidad de un caballo al trote supera la carrera de un legionario y en cuestión de un par de minutos todos los jinetes podrían estar en la ribera del Eunipeo espoleando a sus monturas. No podemos imaginarnos a las ocho cohortes atacando a 7.000 jinetes en un espacio abierto y a éstos dejándose masacrar tan tranquilos. Así como tampoco podemos imaginarnos a las ocho cohortes atacando en línea con la caballería puesto que ello obligaba a la caballería a ir al mismo paso que los legionarios a fin de no dejar un peligroso hueco por el que los jinetes pompeyanos hubieran podido introducirse.

La clave de las ocho cohortes era impedir que la caballería pompeyana consiguiera flanquear el ala cesariana, por lo que lo más lógico es pensar que las ocho cohortes se situaron de la forma abajo expuesta, en línea, con los huecos entre manípulos abiertos para permitir el paso de la caballería propia.

De esta manera, las ocho cohortes forman un muro entre el flanco derecho de la Décima y la ladera del monte, así no hay posibilidad alguna de replegarse y reagruparse, ya que al este y al norte está el monte, al sur las ocho cohortes y al oeste dos ejércitos que se aproximan como una prensa en la que la caballería quedaría aplastada. Si la caballería de Pompeyo era rechazada sólo cabía huir ladera arriba, esparciéndose monte arriba en completo desorden. Es posible que estas ocho cohortes permanecieran ocultas detrás de la línea de legiones hasta el último momento para evitar que Pompeyo las detectara y se diera cuenta de la trampa, pero aunque hubiera sido así, una línea de tan escasa profundidad no hubiera inquietado a éste ni a Labieno que hubieran pensado en arrollarla fácilmente.


El contacto

¿Dónde tuvo lugar el primer contacto? Evidentemente entre los jinetes de uno y otro bando. Era imposible que los cesarianos avanzaran hasta chocar con las líneas pompeyanas mientras la caballería de Pompeyo se quedaba quieta. Al menos unos cincuenta metros antes de llegar a ella, debió cargar contra la caballería cesariana. ¿Cómo se dispuso ésta? Lo más lógico es que no se dispusiera en una larga línea cubriendo toda la zona abierta entre el flanco de la Décima y el monte como habían hecho las ocho cohortes. Debieron situarse en su formación de combate natural y lanzarse contra el centro de la enorme formación pompeyana, obligando a ésta a juntar sus líneas. Es lógico que fuera la caballería de Pompeyo la que cargara antes, ya que los jinetes cesarianos tenían el apoyo de 400 infantes ligeros que no podrían cargar a gran velocidad durante mucho trecho.


En combate

Mientras la caballería pompeyana cargaba contra la cesariana los infantes auxiliares de Pompeyo (infantería ligera, ya que toda la infantería auxiliar pesada pompeyana se hallaba en el lado del río) siguieron a sus jinetes esperando el momento de realizar el flanqueo y lanzarse contra la retaguardia de las legiones. Por ello, esta infantería no sólo había sobrepasado la línea trasera de sus legiones, sino que se hallaba justamente en el flanco de éstas. Si la maniobra de Labieno salía bien estarían en magnífica situación para correr a flanquear la línea cesariana... pero si salía mal, serían atropellados por su propia caballería en fuga.

Poco después los legionarios de César lanzaron sus lanzas y desenvainando sus espadas hispanas cargaron contra las líneas pompeyanas.

Los 1.000 jinetes de César a cuya cabeza se hallaban los 400 jinetes germanos, no fueron arrollados por los 7.000 pompeyanos, y seguro que los germanos tuvieron buena parte de la "culpa". Si los galos de Alesia, que conocían de sobra a estos gigantes se aterrorizaron al verlos ¿qué sentirían hombres que jamás habían visto a un gigante germano al verle lanzarse a la carga?... Pues de todo menos alegría. Además, entre los jinetes cesarianos se encontraban infantes que atacaban directamente a los jinetes pompeyanos desde abajo, lo que aumentó la confusión de éstos. Pero no duró mucho el susto ni la confusión, ya que los jinetes cesarianos volvieron grupas, los infantes que los acompañaban se agarraron fuertemente a las crines y colas de los caballos y rápidamente se alejaron a galope tendido hacia el sur. ¡Victoria! debieron pensar los aturdidos pompeyanos mientras se reagrupaban para cargar contra la caballería de César en retirada que se replegaba ordenadamente a través de los huecos dejados por los manípulos de las ocho cohortes.


El ataque de las ocho cohortes

El ataque de la caballería cesariana había frenado la carga pompeyana. Los germanos habían conseguido unos segundos de pausa preciosos, ya que ahora los pompeyanos dejaron pasar otros segundos más preciosos aún reorganizándose para embestir en línea. Esos segundos de desfase entre la pérdida de contacto y la carga fueron vitales para permitir que la caballería cesariana escapara por los huecos de las ocho cohortes que tras pasar el último jinete y el último infante ligero se cerraron en cuestión de pocos segundos formando así una línea continua entre el flanco derecho de la Décima y las laderas del Dogandzis. Si la caballería pompeyana quería pasar sólo podía hacerlo por allí, así que, confiada, cargó contra la delgada línea formada por las ocho cohortes.


Ataque de las cohortes de César

César dice que fueron sus cohortes las que cargaron contra los jinetes pompeyanos. Es decir, que las ocho cohortes atacaron a los jinetes y no al revés. Efectivamente, cuando los jinetes pompeyanos llegan ante la línea cesariana, las ocho cohortes atacan como una muralla de escudos y pila móvil ante la que los jinetes de Pompeyo no pueden hacer nada salvo frenarse. Exactamente igual que les ocurrirá a los jinetes franceses en Waterloo cuando atacaron a los cuadros de infantería inglesa, solo que los cesarianos no permanecieron clavados en el suelo, sino que cargaron contra los jinetes. Y es que la caballería nunca ha podido vencer a una infantería disciplinada, conjuntada y, sobre todo, bien mandada que oponga un bloque sólido, un verdadero muro infranqueable. Si los jinetes de Pompeyo no pueden cruzar, evidentemente tienen que frenarse, y es en ese momento cuando las ocho cohortes atacan como un mazo a aquella gigantesca masa de jinetes cuyo factor primordial táctico, la potencia de carga, ha sido anulado por el frenazo al que han sido sometidos. Como una verdadera muralla, en orden cerrado, los legionarios cesarianos atacan ferozmente a los jinetes pompeyanos de la primera línea destrozándoles el rostro a lanzazos. Ante la inusitada violencia del ataque, el pánico se apodera de la segunda línea pompeyana que no tarda en reunirse con sus compañeros caídos. Los jinetes de las siguientes líneas vuelven grupas tratando desesperadamente de escapar de aquella mortal encerrona y se origina una oleada de histeria colectiva que partiendo de las primeras líneas no tarda en alcanzar las últimas. Los jinetes pompeyanos de las primeras líneas en el flanco izquierdo, que están más cercanos al monte, escapan de la trampa subiendo la ladera a galope. Y en ese momento todos sus compañeros pueden verles escapar monte arriba. ¿Qué ocurre? ¿Por qué nos hemos detenido? debían preguntarse los jinetes de las últimas líneas, y de repente ven como su ala izquierda escapa ladera arriba, por el único camino posible. La huida de parte del flanco izquierdo de la caballería pompeyana posibilitará ahora a las cohortes cesarianas más próximas al Dogandzis atacar también de flanco a los jinetes pompeyanos que se enfrentan ahora a la posibilidad de quedar atrapados entre las ocho cohortes y la Décima legión cesariana por un lado y el monte y su propia infantería ligera por otro. Y entonces estalla el pánico generalizado. Los jinetes de las últimas líneas vuelven grupas y se lanzan contra su propia infantería ligera a la que atropellan en su alocada huida. La caballería cesariana no pierde el tiempo y emprende la persecución de los jinetes pompeyanos a los que irán cazando por grupos por las laderas del Dogandzis. Pompeyo observa boquiabierto la huida de sus jinetes, pero no puede hacer nada, ya que no ha previsto una reserva táctica. Sus legiones no sólo no pueden romper la línea cesariana, sino que los legionarios de César les están ganando terreno, infringiéndoles muchas más bajas de las que ellos pueden hacerles a su vez. Ahora Pompeyo se queda mudo de espanto cuando desde su posición en la ladera del Dogandzis ve claramente cómo las ocho cohortes atacan a su infantería ligera, que previamente había sido atropellada por su propia caballería. Las ocho cohortes cargan contra los infantes ligeros empujándolos hacia el flanco izquierdo de su propia línea de combate. El resultado es que la infantería ligera pompeyana es aplastada contra la legión de la izquierda pompeyana y masacrada por los legionarios de César que se abren paso hasta el mismo flanco de la línea de combate pompeyana sobre un mar de cadáveres para embestir la legión de su izquierda. En ese momento a Pompeyo sólo podía salvarle lo que ocurriera en la ribera del Eunipeo, pero allí Marco Antonio dirige con eficacia el ala izquierda de César donde los infantes auxiliares cesarianos se baten como leones contra los legionarios de Pompeyo, demostrando que un soldado bien preparado y mandado puede enfrentarse a cualquier enemigo, aunque sean legiones romanas.


Huída de la caballería de Pompeyo

La retirada del ejército de Pompeyo

Probablemente Pompeyo se aferró a una última esperanza: que su caballería consiguiera reagruparse y contraatacar. Pero los jinetes que regresaron no fueron los suyos, sino los de César, para cargar contra la retaguardia del ala izquierda pompeyana.

Un soldado no hay nada a lo que tenga más miedo que a quedar rodeado. Y no estamos hablando de Stalingrado, donde las líneas se extendían kilómetros y kilómetros. En Farsalia todo estaba a la vista y el momento definitivo fue cuando la caballería cesariana apareció para lanzarse contra la retaguardia del flanco izquierdo pompeyano. El propio Pompeyo huyó mudo de espanto a su campamento, seguido por toda su corte de optimates y dejando abandonados a sus hombres que quedaron a merced de sus errores y su prepotencia al pensar que la victoria era completamente segura. En ese momento las cohortes de la tercera línea de Pompeyo, que habían visto a su jefe huir, decidieron que no iban a dejarse matar por un general que les había dejado tirados y comenzaron la huida a la carrera hacia el campamento. Y la verdad es que ¿quién puede culparles de algo? Su propio jefe ya estaba a salvo en su lujosa tienda y ellos habían quedado sin mando y sin órdenes, y sobre todo, sin esperanza alguna en lograr la victoria, ya que ningún plan alternativo se había dispuesto.


Huída de las líneas de Pompeyo

Cabe imaginar una huida alocada y sin orden de las cohortes pompeyanas, ya que allí primó el “¡Sálvese el que pueda!”. Algún historiador supone que la persecución cesariana se produjo de igual manera, cada cohorte a su aire, persiguiendo a la que se había enfrentado, pero es difícil creer en ello. Es difícil imaginar la línea de batalla de César rota en mil pedazos para perseguir al enemigo cuando aquella retirada podía ser una trampa. César nunca se hubiera arriesgado a que de repente los pompeyanos se reagruparan y cargaran contra él en las laderas del Dogandzis. De un soldado como César se puede esperar que arriesgue hasta el límite, pero no que sea tonto. La retirada al campamento fue frenética y allí es donde cohortes enteras debieron quedar aisladas y comenzaron las rendiciones en masa. Miles de pompeyanos se rindieron ante la imposibilidad de continuar la lucha. Sabían que César era clemente y que tenían la libertad asegurada, por lo que ¿para qué seguir luchando por una causa perdida? Ante los fosos y vallados del campamento de Pompeyo se repitió la misma escena de pánico: miles de hombres tratando de entrar en el campamento por sus estrechas puertas, sobre todo por la del sur, mientras las cohortes cesarianas se acercaban tranquilamente a terminar la faena. El valor de la desesperada resistencia que trataron de oponer los pompeyanos ante su campamento queda reflejado por el hecho de que Pompeyo huye de él antes de que un sólo cesariano haya puesto el pie en sus terraplenes. Es César en persona quien dirige la acometida al campamento, lo que claramente demuestra su valor y su ansiedad. César pretende capturar a Pompeyo con vida y poner fin allí mismo a la guerra. No hace mucho Pompeyo había sido su amigo y había hecho feliz a su hija Julia. Y César no podía olvidar ni lo uno ni lo otro. Por lo tanto, la decisión de lanzarse espada en mano al frente de sus hombres al asalto del campamento tiene un motivo lógico e importante, pero es sumamente arriesgada. Alejandro Magno lo hizo en Tiro y ello sirvió para que sus hombres escalaran los muros con más brío. Y César, que sabía que sus hombres estaban muy cansados por el tremendo esfuerzo del combate, no dudó en arriesgar una vez más su vida poniéndose al frente de sus “muchachos”, consiguiendo de paso lo mismo que consiguió Alejandro: que sus hombres vieran redoblarse sus energías.

Frente a un jefe que se lanza a la lucha a la cabeza de sus hombres otro que los abandona disfrazado de mercader y escapa a caballo hacia la costa dejando tirados a sus soldados que, sin embargo, continuarán la lucha demostrando que tal general no merecía aquellas tropas. La resistencia pompeyana se derrumba. César salta de su caballo y corre espada en mano seguido de sus legionarios, cruza el foso del campamento, escala ayudado por sus hombres el terraplén, pasa por encima del vallado derribado y, jadeante por el esfuerzo, observa el caos producido en aquel recinto que dos horas antes sus defensores consideraran “inexpugnable”. Sus hombres le rodean orgullosos. Los pompeyanos que defendían esa zona arrojan sus armas y se rinden mientras miles de camaradas suyos escapan por la zona trasera del Praetorium al que ya se encamina César seguido de sus oficiales ante la asombrada mirada de miles de pompeyanos que observan en silencio al hombre que ha conseguido lo imposible. Pero los más asombrados son César y sus acompañantes al ver las tiendas de los nobles pompeyanos adornadas estrafalariamente como si de una fiesta se tratara. Boquiabiertos ante tal espectáculo de lujo y despilfarro, llegan a la tienda de Pompeyo, que más parece una sala de exposiciones que la tienda de campaña de un general, con sus obras de arte, estatuas, trofeos, tapices, triclinios y demás lujos y comodidades. César explicó posteriormente en sus “Comentarios”, entre asombrado e irónico, que al ver el fastuoso ágape que habían preparado para celebrar la victoria se sentó a la mesa con sus hambrientos oficiales para dar buena cuenta de las viandas mientras sus “muchachos” también descansaban y disfrutaban brevemente de las comodidades y el botín que el campamento enemigo les ofrecía. Allí todo estaba preparado para la victoria, las tiendas se hallaban adornadas con guirnaldas y cada contubernium de cada centuria había dejado preparado cuidadosamente su propio festín para celebrar una victoria de la que disfrutaba ahora el enemigo. Ante César, los oficiales depositan nueve águilas pompeyanas. En total, la batalla había durado menos de dos horas.


Rendición de las tropas de Pompeyo

7. LAS BAJAS

César escribe en los Comentarios que tuvo 200 muertos por 10.000 pompeyanos. Parece una cifra muy baja la que nos da. ¿Miente César?. No, mentir no miente, pero evidentemente tampoco nos lo cuenta todo. Lo que ocurre es que en este caso "olvida" mencionar las bajas de los auxiliares y la caballería aliada. En realidad César no miente, ya que él habla de bajas "romanas", es decir, de ciudadanos romanos, que posiblemente fueron doscientos a lo largo de la línea de combate (hablamos de veteranos combatiendo contra tropas inexpertas). Sumando las bajas de los auxiliares tanto de infantería como de caballería tendríamos una cifra calculada generalmente en torno a las 1.200 bajas que es la cifra más comúnmente aceptada por los historiadores. La verdadera zona crítica de César fue su ala izquierda, ya que allí sus tropas auxiliares debieron enfrentarse a las cohortes hispanas y fue donde mayor número de bajas tuvo. En realidad, Farsalia, más que una batalla fue una auténtica matanza de pompeyanos enviados literalmente al matadero. De las escasas dos horas que duró el enfrentamiento los pompeyanos llevaron la peor parte más de tres cuartas partes del tiempo, lo que nos da una idea de por qué se generaron tantas bajas, y más en la huida al campamento y la lucha entablada frente a él en el que los legionarios pompeyanos, cada uno por su lado, combatieron sin orden ni concierto contra sólidas cohortes formadas en orden de batalla. En esa situación es fácil imaginar miles de muertos pompeyanos contra apenas unas decenas cesarianas.

César escribe que perdió a treinta centuriones y lo destaca con gran dolor, entre ellos a su fiel Cayo Crastino. Treinta centuriones entre doscientos legionarios es una cifra altísima que nos da una proporción de uno a seis cuando la proporción en filas era de uno a sesenta, es decir ¡diez veces más!. Ésta es una de las claves que explican perfectamente por qué tuvo tan pocas bajas, al igual que ocurrió en Gergovia o en Dyrrachium donde son los centuriones los que salvan la situación. La pérdida de tantos oficiales nos explica que mantuvieron la situación bajo control hasta el último momento, sacrificándose para evitar bajas entre sus hombres. Los centuriones eran plenamente conscientes de su gran inferioridad numérica y sabían que debían evitar bajas a toda costa, aunque esa dedicación por evitarlas les acabara costando la propia vida.

En realidad, en lo que fue la batalla propiamente dicha, el choque entre las dos grandes masas de infantería, las bajas debieron ser muy pocas:

Hay algo que en las batallas de la Antigüedad puede sorprender, y es que generalmente los que pierden sufren muchísimas más bajas que los que ganan. Las batallas de espada no son como las de fusiles. En la Edad Contemporánea los ejércitos han sido más grandes, pero la proporción de bajas más pequeña. En ninguna batalla del siglo XX un ejército ha tenido la proporción de bajas que los romanos sufrieron en Cannas, Arausio o Adrianópolis, ya que entonces las batallas eran combates prácticamente a exterminio. Ni siquiera en batallas terribles como Stalingrado, la proporción de bajas fueron tan espantosas como en las batallas antes mencionadas. En realidad, con la retirada de la caballería pompeyana, terminó la batalla de Farsalia para comenzar "la matanza de Farsalia". Los cesarianos masacraron a los infantes ligeros pompeyanos que lo único que pudieron hacer fue morir en cuestión de minutos sin ninguna posibilidad no ya de frenar la embestida cesariana, sino ni siquiera de defenderse físicamente. Y tras los infantes ligeros vinieron los legionarios pompeyanos, atrapados por delante por las legiones de César, por un flanco por sus propios compañeros de las otras legiones, por otro por las ocho cohortes y por detrás por la caballería de César. Como quedó en evidencia en Cannas, el legionario romano necesitaba al menos un metro cuadrado para maniobrar. Si las filas se cerraban comprimiéndose, el espacio entre cada legionario se reducía impidiéndole maniobrar. Miles de legionarios romanos murieron en Cannas sin ni siquiera poder levantar su escudo para defenderse, apretados unos contra otros como ovejas en el matadero. En Farsalia, toda el ala izquierda pompeyana fue comprimida, aplastada por los cuatro costados, por lo que la matanza en aquella zona fue terrible.

No es sólo que los legionarios de César, avezados veteranos, fueran mejores que los pompeyanos y que cada cesariano muerto se hubiera llevado antes a unos cuantos pompeyanos por delante (En Cannas, se alternaron unidades galas e hispanas en la media luna saliente y a pesar de estar alineados unos con otros, las unidades galas tuvieron muchas más bajas que las hispanas). Es que, además, las tropas de Pompeyo fueron privadas de sus recursos tácticos incluso en el combate cuerpo a cuerpo, primero la caballería y después la infantería. Por eso las bajas fueron tan elevadas entre los pompeyanos:

CÉSAR
Total efectivos 31.400
Bajas 1.200
% de Bajas 3,8

POMPEYO
Total efectivos: 66.200
Bajas 10.000
% de Bajas 15,1

Como vemos, si los dos ejércitos hubieran presentado una batalla convencional y tras una hora de combate se hubieran retirado cada uno a su campamento con las líneas intactas, las bajas hubieran sido aproximadamente de un 4 a un 5% por bando, lo que concuerda con las bajas cesarianas. Que los pompeyanos tuvieran casi ¡cinco veces! más bajas es la consecuencia de la carga de las ocho cohortes contra el flanco que comprimió sus líneas y la huida alocada que se tradujo en una verdadera carnicería al encontrarse los fugitivos atrapados entre el enemigo y sus propias fortificaciones. Las tajantes órdenes de César de respetar la vida de los enemigos que se rindieran en combate (gran número de pompeyanos tiraron sus espadas y se sentaron en el suelo mientras los cesarianos les sobrepasaban tranquilamente persiguiendo a los que huían) impidió que las bajas pompeyanas se dispararan. Miedo da pensar en lo que hubiera ocurrido si Pompeyo no huye y sus hombres le siguen. Si los pompeyanos se hubieran quedado clavados en el suelo como hicieron las legiones en Cannas o en Adrianópolis, las bajas hubieran superado, con toda probabilidad, el 80% de los efectivos.


8. CONCLUSIÓN

La batalla de Farsalia es una obra maestra en la que uno de los contendientes aprovecha en su propio beneficio las enormes ventajas tácticas del otro. Una obra de genios que tan sólo Alejandro, Aníbal, César y Napoleón conseguirán a lo largo de la Historia de manera tan rotunda, tan definitiva. De ellos, tan sólo Alejandro y César morirán invictos, triunfantes en la cumbre de su poder, demostrando que además de genios de la táctica fueron maestros de la estrategia. Frente al proyecto de Alejandro, diluido tras su muerte, César conseguirá dejar los cimientos del Imperio Romano listos para ser edificado. Farsalia fue el inicio del fin de la República, la batalla en la que se decidió que Roma se convertiría en un Imperio Universal como el que soñó Alejandro siglos antes y que ahora César iba a convertir en realidad.



………………………………………………….