lunes, 16 de febrero de 2009

SOBRE LOS GENOCIDIOS

SOBRE LOS GENOCIDIOS
(Diciembre 2006)

¿Por qué?

Respuestas, respuestas, siempre respuestas. Creemos que para todo hay un “por qué” y nos esforzamos por contestar a la pregunta, sin darnos cuenta de que, a veces, las cosas simplemente suceden.

Cuanto más graves o relevantes resultan las consecuencias de los actos humanos, bien colectivos o individuales, tanto más nos asaltan las preguntas, los “por qués”. Y de todos los actos colectivos que pueden realizar los humanos, ninguno que más preguntas plantee sobre sus causas que los genocidios, los ataques masivos de humanos contra humanos, la eliminación sistemática del “otro”, del que es diferente. A todos nos recorre un escalofrío cuando pensamos que podríamos haber sido víctimas inocentes, pero pocos pensamos que también podríamos haber formado parte de los verdugos.

Salvajes ataques entre grupos étnicos, como los ocurridos en Ruanda, exterminios masivos de poblaciones por motivos religiosos como los que tuvieron lugar en la Guerra de los Balcanes o, en la máxima expresión del terror, el holocausto nazi, son los hechos dramáticos que nos vienen hoy a la mente al pensar en genocidios, como si éstos solo hubieran sucedido a lo largo del siglo XX. Pero sólo hay que dar un vistazo a la historia para darse cuenta de que el hombre nunca ha tenido límites a la hora de infringir daños masivos sobre los “otros”, el enemigo, el infiel, el distinto, el incapacitado. Los genocidios han sido una constante en la evolución de la humanidad, en todas las civilizaciones y en todos los continentes.

Lo que ocurre es que en el siglo pasado nos creíamos curados de la posibilidad de que estos actos salvajes volvieran a repetirse. Habíamos llegado a creer que la civilización, la información, la cultura, el conocimiento, la educación e incluso la democracia, nos ponían a salvo de estos ataques colectivos de locura que llamamos genocidios. Y no fue así.

Definición de genocidio
La definición de genocidio aparece por primera vez en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio y fue plasmada en una resolución de las Naciones Unidas en 1948. Se define el genocidio o asesinato de masas como la comisión, por funcionarios del Estado o particulares, de actos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Estos actos comprenden la muerte y lesión a la integridad física o moral de los miembros del grupo, el exterminio, la adopción de medidas destinadas a impedir los nacimientos en el grupo o el traslado forzoso de niños.
Esta definición fue recogida en el Estatuto de la Corte Penal Internacional en 1988, donde se especifica que se trata de un delito internacional.

Algunas pautas de frecuente repetición
¿Podríamos encontrar pautas comunes que nos den alguna respuesta?. Podemos intentarlo.

1. El caldo de cultivo: las guerras civiles

En los precedentes inmediatos de muchas explosiones genocidas encontramos guerras civiles larvadas (o no tanto). Guerras civiles que bien por sí mismas, en su avance, han sido la causa directa de actos salvajes, o bien han propiciado la llegada al poder de individuos o facciones que se han encargado después de aplicar la ley del más fuerte.

Una guerra civil larvada es la que había en la Alemania de los años veinte, cuando grupos obreros con ideas prosoviéticas pugnaban con los grupos fascistas por hacerse un hueco en el frágil estado Alemán nacido tras el fin de la I Guerra Mundial. Resultado de este clima fue el apoyo creciente que fue ganando el fascismo nacista, resultado del cual acabó obteniendo una destacada representación parlamentaria que fue el primer paso para alcanzar el poder total.

La Guerra de los Balcanes también puede considerarse como una guerra civil, entre ciudadanos que durante decenios habían compartido estado, la antigua Yugoslavia. De las ansias de independencia a la exaltación de las diferencias, de éstas al odio, del odio al salvajismo, en una escalada sin fin.

También una guerra civil imperaba en Ruanda en 1994, año del genocidio. La explosión de violencia de los miembros de la etnia hutu contra los tutsis, tratándolos a todos por igual como miembros de la guerrilla opositora, fue una consecuencia anunciada a gritos por la violencia creciente existente en el país justo antes del inicio de los ataques masivos. Casi un millón de personas pagaron con su vida las consecuencias.

2. Las voces mesiánicas

Cuando el caldo de cultivo es el apropiado, el populismo tiene pocas barreras para hacerse con el poder. Y no hace falta que ese ambiente propicio sea exageradamente turbulento, como sería el caso de una guerra civil declarada (caso de los Balcanes). En la Alemania previa a la II Guerra Mundial, no había una guerra civil manifiesta, pero el ambiente era propicio para el populismo. El país estaba pagando las consecuencias de su derrota en la I Guerra y de las duras condiciones impuestas por los países vencedores en el Tratado de Versalles. Los alemanes se sentían maltratados. Una nueva generación, que no había participado en aquella guerra, sufría las consecuencias de miseria, paro e incluso hambre que los gobiernos occidentales permitían sin pudor. Era una situación propicia para que surgiera alguien que levantara la voz contra esa injusticia y, sobre todo, que clamara al orgullo de país. Y para desgracia de todos, incluyendo los propios alemanes, esa persona fue Adolf Hitler.

Más de medio siglo más tarde, ese papel lo ocupó también en un pais europeo, Slobodan Milosevich, que alentó con su voz y desde su púlpito de Presidente del pais, el sentimiento serbio, haciéndoles creer que sus vecinos eran sus enemigos.

3. Los dictadores

Si el populismo sabe manipular a las masas, a las dictaduras ni siquiera les hace falta esa capacidad. La fuerza de las armas dota de un poder absoluto a los líderes militares. Es el caso de las dictaduras Argentina o Chilena. Los miles de desaparecidos, ajusticiados sin juicio y sin posibilidad de defensa, cuyos cuerpos, además, fueron ocultados y enterrados en fosas comunes escondidas, pueden calificarse también de genocidio.

Muchas voces populistas, una vez en el poder, se transformaron en los más duros dictadores. Es el caso de Mussolini en Italia o del mismo Hitler. Llegaron al poder utilizando los resortes que les ofrecían los sistemas políticos participativos imperantes en sus países, pero una vez en el poder, se encargaron de cambiar las leyes para perpetuarse y convertirse en puros y duros dictadores.


4. La distorsión de los medios de comunicación

Los nazis fueron pioneros en darse cuenta del poder que tenían los medios de comunicación. La prensa y, sobre todo, la radio, se convirtieron en armas de cautivar a las masas. La intoxicación de la información fue vital para perpetuar en el poder al nacionalsocialismo y, sobre todo, para mantener a la población alemana muy lejos de conocer las barbaridades que se estaban llevando a cabo desde el estado durante la guerra.

Todos los aprendices a dictador del mundo reconocen el valor de los medios de comunicación y saben que una de sus primeras misiones para hacerse con el poder y evitar voces contrarias, es conseguir el dominio de la prensa, la radio y la televisión.

Con el dominio de los medios de comunicación, a base de destilar constantes falsedades, puede conseguirse que una mayoría social esté a favor o en contra de determinadas actuaciones, incluyendo las más incomprensibles, como podían ser las leyes anti-judías que fueron apareciendo en Alemania en los años inmediatamente anteriores a la II Guerra Mundial.

Y si pensamos que hoy en día la gente está más informada y que es más difícil conseguir adhesiones inquebrantables sobre decisiones incomprensibles, no hay más que dar un vistazo a lo que ocurre en nuestro país con los asuntos políticos. Un ejemplo: muchas personas fuera de nuestra Comunidad Autónoma creen de verdad que en Catalunya se vive en un clima de crispación social explosivo. Los medios de comunicación siguen gozando de un gran poder de convencimiento.

5. Los desastres económicos

Desde nuestra atalaya privilegiada, tras más de medio siglo sin hambrunas y sin miseria colectiva, creemos que un desastre económico es un punto más o menos de inflación o que los tipos de interés suban unas décimas más o menos. Pero un desastre económico, un verdadero desastre económico no es eso. La miseria, el hambre, las injusticias sociales, la pobreza masiva, el desatendimiento de las necesidades más básicas, son motivo más que suficiente para provocar revoluciones y levantamientos sociales, con odio y sed de venganza que pueden desencadenar en masivas muertes violentas.

Un ejemplo de ello sería la revolución bolchevique que se vivió en Rusia en 1917. La miseria de las masas campesinas rusas no tenía igual en ningún otro país europeo. En cuanto un partido supo aunar las voces de los hambrientos, la revolución estaba servida. Y las venganzas y los asesinatos masivos. Lo que ocurrió después en época de Stalin fue otra cosa.

6. Las amenazas

Desde sus orígenes como especie, el ser humano ha aprendido a defenderse de las amenazas. Varios miles de años atrás, el encuentro ocasional con miembros de otra tribu desencadenaba un ataque defensivo y un enfrentamiento a muerte. Con los años hemos aprendido a tolerarnos, básicamente porque ya no es posible vivir en pequeñas poblaciones separadas por grandes distancias entre unas y otras. Pero las amenazas siguen latentes en nuestros genes. La amenaza del enemigo político provocó en Rusia, en tiempos de Stalin, uno de las mayores genocidios de toda la historia de la humanidad, sino el mayor, ya que fueron entre 20 y 50 millones, según las fuentes, los rusos que pasaron por los campos de concentración y fallecieron en ellos.

También fue el miedo a la amenaza del “otro” lo que convirtió un enfrentamiento entre cuerpos militares hutus y tutsis en una auténtica masacre entre dos etnias que habían convivido juntas desde hacía siglos.

7. Las fobias, el racismo


Del mismo modo que desde un punto de vista médico hay que buscar explicación a las fobias desde la psicología, el racismo tampoco tiene un significado racional. Los judíos o los gitanos no representaban una amenaza para nos nazis. Era puro y simple racismo. Un odio ancestral hacia determinados grupos sociales o razas. En estos casos, cualquier motivo es bueno para emprender una campaña violenta contra el otro.

El racismo o los odios ancestrales o las falsas o forzadas convivencias han sido motivo de enfrentamientos desde tiempos inmemoriales. No sólo es el caso de los nazis, este motivo también está detrás de las barbaridades cometidas en Bosnia o en Ruanda.


8. La confianza en la falsa democracia

Las recién nacidas democracias europeas, surgidas tras el fin de la I Guerra Mundial y el triunfo de las ideas liberales, pudo generar una falsa sensación de confianza entre los ciudadanos. Por una parte, si el poder estaba en las urnas y la población elegía sus gobernantes, era imposible que se instaurara una dictadura. Por otra, las decisiones tomadas por un Parlamento soberano, en el que en teoría convivían gobierno y oposición, tenía que ser una garantía para que las decisiones tomadas no carecieran de sentido común. Ambas cosas se mostraron como falsas en Alemania. Fue a través de elecciones libres que el partido de Hitler ocupó sus escaños en el Parlamento Alemán y, más tarde, el propio Hitler se hizo con la cancillería del país para a continuación poner en marcha los medios de acallar la disidencia. Y fue esa aparente democracia dominada por los nacionalsocialistas la que consiguió que millones de ciudadanos alemanes aceptaran la promulgación de leyes que ofendían a la dignidad humana. ¿Cómo pudieron aceptar los ciudadanos que muchos de sus vecinos tuvieran que ir por la calle con brazaletes que los identificaban como judíos?.

9. La explosión, la locura de las masas.

Y al final se desencadenan los acontecimientos. Salvo en aquellos genocidios planificados desde el poder, como el ruso o el alemán, es habitual que se produzca una chispa, un primer momento que dispara la furia colectiva. Todo lo comentado hasta ahora, la miseria, el hambre, la pobreza, el miedo a la amenaza, el odio irracional del racismo, la intoxicación creada por la falsa información, la voz omnipresente de los dictadores mesiánicos, todo ello se mezcla en una olla a presión incontrolada que puede llegar a explotar. Y cuando lo hace, es difícil contener sus consecuencias. Los seres humanos protegemos nuestra individualidad. Somos y queremos ser distintos y únicos. Pero cuando nos encontramos en medio de una masa de personas con los instintos desatados, perdemos la individualidad y nos convertimos con facilidad en seres irracionales capaces de cualquier cosa. Si se produjera una emergencia, un incendio o un ataque terrorista, en un estadio de fútbol ocupado por 100.000 personas, podríamos salir del lugar de forma ordenada, por los pasillos correspondientes y ayudando a los niños y los ancianos. Pero el riesgo de perder los estribos y dejarnos arrastrar por la masa depende tan sólo de unos pocos que pierdan los nervios y motiven al resto. Son docenas las personas que han muerto en estadios de deporte por este motivo. Lo mismo pudo ocurrir con las tropas serbias que realizaron atrocidades en los pueblos musulmanes bosnios. ¿Todos los soldados eran asesinos racistas?. ¿O se produjo un estado de histeria y violencia colectiva que arrastró a las tropas hacia las mayores salvajadas?.

Pautas comunes

No creo que haya pautas comunes que se repitan en todos los casos de genocidio, pero si pienso que hay unas causas que se repiten en muchos de ellos. Las que he comentado podrían agruparse en:

Sociales: las amenazas, el racismo.
Económicas: la pobreza, el hambre, la miseria
Políticas: las guerras, el populismo, las dictaduras, las falsas democracias, la manipulación de los medios de comunicación.

También podríamos diferenciar entre una mayor o menor planificación. El ejemplo de planificación más fría y estricta es el holocausto nazi, donde se planificó el exterminio de millones de personas de una forma consciente y estudiada. También estuvieron bien planificados los genocidios ruso y camboyano, por ejemplo, que contaron con sus campos de internamiento o “reeducación”. En otros casos, la dinámica de la guerra, con sus odios y sus atrocidades, fue el principal motivo, bajo mi punto de vista, del exterminio. Sería el caso de los Balcanes.

A todo ello podríamos añadir otros elementos que pueden favorecer los genocidios, pero que no son imprescindibles:
- Un bajo nivel de educación.
- Las desigualdades sociales
- Las injusticias del pasado que desencadenan en venganzas

La responsabilidad social

Podríamos diferenciar entre la responsabilidad de la sociedad previa al desencadenamiento del genocidio, la que podemos considerar que ocurre durante y la posterior.

1. La responsabilidad previa

Los genocidios no surgen de la nada. Todos tienen un más o menos largo periodo de preparación. Y es en este periodo cuando la sociedad puede intervenir para detener el desastre. En la década de los años treinta, fueron constantes los ejemplos que dio el poder alemán sobre lo que podría ocurrir con los judíos. Las leyes anti-judías se proclamaron una tras otra, a cual peor, y la sociedad alemana miró hacia otro lado o creyó que alguna razón debería tener el gobierno para actuar así y, en cualquier caso, pensó que el tema no iba con ellos. No hay signos inocentes o de poco alcance, cualquier movimiento dirigido a dañar a un grupo concreto de ciudadanos, sea por motivos raciales, políticos o religiosos, debe ser criticado y detenido por parte de la sociedad. Esa fue una gran enseñanza que pudimos aprender de la época nazi.

2. La responsabilidad durante

Algo parecido ocurre cuando se desencadena el desastre, si bien en este momento los verdugos son conscientes de la necesidad de amortiguar a las buenas conciencias y utilizan todos los medios posibles para desinformar o torturar la información par que la sociedad no sea conocedora de lo que ocurre. Coincido con la opinión de los que creen que la mayoría de la sociedad alemana no era conocedora o conocía solo muy parcialmente lo que estaba ocurriendo en los campos de concentración. Alemania estaba en guerra y los ciudadanos alemanes tenían muchas cosas por las que preocuparse. Una desinformación bien manejada por parte del poder pudo tener a millones de personas alejadas de la realidad. A pesar de ello, puedo comprender el sentimiento de culpa que arrastró una generación entera de alemanes, cuando al finalizar la guerra se destaparon las atrocidades llevadas a cabo por el poder alemán.

3. La responsabilidad después

¿Quién debe pagar por los crímenes cometidos?. ¿Sólo los verdugos directos?. Es imposible juzgar con la razón hechos que han sido cometidos con locura fanática. ¿Cuántos fueron los ruandeses hutus que actuaron como verdugos durante las masacres de tutsis del año 1994?. Probablemente miles de personas se dedicaron durante semanas a matar a machetazos a sus conciudadanos y docenas de miles las que consintieron las matanzas. ¿Qué ocurrió?. ¿A quién juzgar, condenar y castigar?. Es difícil llegar a conclusiones. Los verdugos directos son culpables, pero detrás hay una sociedad que apoyó y alentó las matanzas. Después, con el tiempo y la reflexión, también son miles los que sienten un sentido de culpa atroz. Ocurrió en Ruanda, y también en Alemania. Los militares alemanes que en base a la obediencia debida (¡se jugaban su propia vida si desobedecían!), o muchos ciudadanos que sí tuvieron suficiente conocimiento de lo que ocurría y no actuaron (¿cómo actuar si la oposición era masacrada y tratada como una víctima más?), arrastraron durante el resto de su vida un sentimiento de culpa considerable.

¿Estamos nosotros libres de este mal?

La respuesta en mi opinión es muy clara: no, un no rotundo. Nadie está libre de convertirse en consentidos o incluso en verdugo. Ni la educación, la cultura, el bienestar económico, la democracia, nada nos libra de ese mal. Reconozco que en parte todo lo anterior son buenas medidas para dificultarlo, pero no sirven para erradicarlo.

Podemos poner muchos ejemplos del riesgo en el que todos estamos inmersos.

- Han sido millones los franceses que han apoyado las ideas racistas de Le Pen. Hasta un 15% de la población francesa llegó a votar a su partido en algunas elecciones.

- Son frecuentes los brotes de violencia nazi que atacan inmigrantes, queman los albergues o se manifiestan por nuestras calles. Son miles los europeos seguidores de las ideologías más extremistas, incluso en nuestro propio país, donde no es difícil encontrarlos en determinados lugares de reunión. Aunque el proselitismo nazi está prohibido, no es anecdótico encontrar jóvenes con la esvástica en su ropa o tatuada en su piel.

- ¿Qué hubiera ocurrido en España si la autoría de los atentados del 11-M de Madrid se hubiera conocido desde el primer momento?. ¿Qué hubiera ocurrido si en el momento de mayor dolor, cuando aún se estaban contando los muertos, hubiera aparecido en televisión un seguidor de Al-Qaeda diciendo que los españoles somos unos infieles, que todos merecemos la muerte, etc.?. La reacción tras los atentados fue un ejemplo para todo el mundo. No se produjo ninguna reacción contra los musulmanes que viven con nosotros. Pero, ¿quién está seguro de que las cosas no podrían haber sido muy distintas?. Sólo hubiera hecho falta una mecha, algo que hubiera hecho saltar un resorte en una parte afectada de la población para entrar en la dinámica de la locura colectiva, ¿o no?.
- ¿Qué decir cuando un camionero parece atropellar a una niña, cosa que en realidad no ocurrió pues apenas la rozó, y en un momento es linchado en plena calle por vecinos y familiares que se encontraban en el lugar?. ¿Todos ellos eran unos asesinos?. La locura colectiva previa al genocidio puede aparecer en cualquier momento y en cualquier lugar.

¿Qué podemos hacer?

Se me ocurren algunas cosas que podríamos hacer para alejar el peligro:

* Educar, educar y educar. Seguir aumentando el nivel cultural de la sociedad. La cultura nos hace sabios y más independientes y la sabiduría puede alejarnos de la locura colectiva.

* Implicarnos en la política. A los jóvenes parece no interesarnos demasiado la política. La verdad es que lo políticos tampoco hacen mucho para que nos interesemos. Pero dejar que los políticos actúen sin crítica e inhibirse en los momentos cruciales, como son las elecciones, es peligroso.

* Hacer oídos sordos a los populistas que calientan a determinados grupos sociales en contra de otros. No sólo no escucharlos, sino utilizar la crítica social para desacreditarlos.

* Elegir los medios de comunicación más independientes, alejarnos de los extremos. Exigir transparencia y cordura a los responsables de los medios de comunicación.

* Abrir nuestras mentes a la diferencia. En el mundo del siglo XXI ya no son posibles las naciones “puras”. La mezcla, el libre movimiento de ciudadanos por el mundo son el futuro. Tenemos que potenciar aquello que nos une por encima de nuestras diferencias de raza, culturales o religiosas. Hay unos valores comunes que hemos de poner por encima de todo.

* Ser intransigentes con los pequeños detalles. Un simple chiste racista no es nada inocente. No sólo hay que evitarlos, sino criticarlos cuando aparecen en una conversación.

Ni estamos libres de ser víctimas ni de ser verdugos, pero podemos hacer cosas para mantenernos lejos de caer en este terrible mal.


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