domingo, 4 de septiembre de 2011

PURA METÁFORA


Por fin me decidí a releer el clásico de la literatura castellana de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo. Un libro cuyo título nos sabe a los que peinamos canas a días de clase en colegios de pizarra verde, tiza blanca, mapa detallado de los ríos de España y plumier de madera con lápiz, goma y sacapuntas.

¡Cielos, es un álbum de metáforas! Recomiendo su lectura a quién quiera sumergerse en la lírica más intensa. De fácil lectura, a pesar del profundo y magnífico uso del lenguaje que hace el autor, por su estructura de páginas/momentos independientes. No recuerdo haber leído un compendio de metáforas tan completo como el que contiene este pequeño y a la vez enorme libro.

Un ejemplo, abriéndolo al azar, así, sin más, capítulo XIX, PAISAJE GRANA:

La cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera. A su esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido, y las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.
Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre.
El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extraño, ruinoso y monumental. Se dijera, a cada instante, que vamos a descubrir un palacio abandonado. ..
La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es infinita, pacífica, insondable...
- Anda, Platero...



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