domingo, 26 de septiembre de 2010

NUESTRAS FRONTERAS (II)


Más sobre el libro La conciencia sin fronteras, de Ken Wilber.

Al utilizar fronteras creamos un mundo de opuestos. La frontera, al delimitar un “dentro” crea a la vez un “fuera”. Y este mundo de opuestos lo invade absolutamente todo, bien/mal, placer/dolor, amor/odio, dios/diablo, vida/muerte, etc. Y nos aferramos en hacer que nuestra vida transcurra por sólo uno de ellos (placer, amor, dios, vida, etc.), haciendo todo lo posible por evitar el otro. Esta visión dualista del mundo y de nuestras vidas nos exige un esfuerzo constante y demoledor, y el progreso al final se entiende como avanzar hacia lo deseado y alejarse de lo negativo. Y en esta idea hemos olvidado que lo positivo sólo puede definirse desde lo negativo. El día sólo puede reconocerse desde la existencia de la noche.

El problema parte de la consideración de irreconciliables que tenemos de los dos polos de una misma cosa, cuando en realidad son inseparables. El placer y el dolor no son dos hechos lejanos y deferenciados, sino dos aspectos de un solo hecho. En la unidad interna de los opuestos podríamos encontrar alivio a la angustia que nos provoca la dualidad en la que nos movemos. El concepto claro sólo puede considerarse si se tiene en cuenta un fondo oscuro. Sólo podemos apreciar el placer si tenemos presente un fondo de incomodidad y dolor sobre el que destacarlo. En la realidad fundamental no hay fronteras. Incluso en la física esto es algo que está muy asentado: incluso materia y energía hace mucho que se convirtieron en un único concepto.
El lenguaje ha favorecido la creación de este mundo de opuestos. A través de las palabras podemos mantener un solo polo presente en nuestra mente, el que queremos tener dentro de nuestra frontera. De esta forma, prescindiendo de la presencia de ambos extremos en la unidad de todos los hechos, podemos mantenernos en la ilusión mental de que sólo existen la mitad de ellos a la que queremos aferrarnos. En el fono, hemos creado dos mundos a partir de uno sólo. A través de las palabras que se aferran en nuestra mente, creamos un mapa convencional, completo y lleno de fronteras para definir la naturaleza, cuando ésta carece de límites y demarcaciones. Y después, mezclamos el mapa y el terreno. Nuestras palabras, signos, pensamientos e ideas son meros mapas de la realidad, no la realidad misma, porque el mapa no es el territorio. La palabra agua no calma la sed.

En las tradiciones místicas de todo el mundo, de una forma u otra lo que se busca es trascender de los pares y alcanzar la paz de los no-opuestos y las no-dualidades. En estos casos místicos de liberación, ya no hay vida contra muerte ni bien contra mal, sino una situación única en la que todo fluye como un hecho único en el que no hay fronteras ni dentros ni fueras, ni necesidad de juicios o batallas entre pares. La liberación no consiste en librarse de lo negativo, sino del concepto de opuestos, en liberarse de los pares. Sólo entonces es posible entablar una relación auténtica con la totalidad del universo, en vez de seguir manteniéndolo dividido por la mitad.

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