martes, 12 de julio de 2011

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y RAFAEL ALBERTI


En 1924 el poeta Rafael Alberti publica en el periódico "La Verdad" algunos poemas de su obra aún por publicar "Marinero en tierra".

Por un amigo, Alberti se entera de que estos poemas han gustado mucho al que por entonces era ya un escritor reconocido, Juan Ramón Jiménez y se decide a pedirle una cita para mostrarle el resto de poemas del libro.
Hay que imaginarse el momento, un Juan Ramón Jiménez considerado un ídolo para los poetas jóvenes como Alberti, que buscaban hacerse un hueco en un mundo literario en el que JR Jiménez era una figura consolidada, capaz de vivir de su pluma y sus escritos.

La cita tuvo lugar el 30 de mayo de 1925 en la casa de la población de Moguer, en Huelva, lugar de nacimiento y residencia de JR Jiménez. Alberti tenía apenas 23 años, JR Jiménez 44. Allí pasaron juntos la tarde, hablando de poemas y poesía.

Tras el encuentro, JR Jiménez escribe una deliciosa carta al poeta gaditano:
........................................
Sr. D. RAFAEL ALBERTI


Mi querido amigo:


Cuando José Mª Hinojosa, el vívido, gráfico poeta agreste, y
usted se fueron, ayer tarde -después del precioso rato que pasamos  en la azotea hablando de Andalucía y poesía-, me quedé leyendo -entre las madreselvas en tierna flor blanca y la bellísima luz caída que ya ustedes dejaron hirviendo en oro en el rincón de yedra; trocadas las lisas nubes, con la hora tardía, en carmines marrones y verdes- su Marinero en tierra. Las poesías de este libro -que yo había visto ya, el año pasado, en "La Verdad" de nuestro fervoroso Juan Guerrero y en las copias que usted tuvo la bondad de enviarme para el primer Sí -me sorprendieron de alegría; y sospechando que un brote así de una juventud poética no podía ser único, tenía grandes deseos de conocer el resto de sus canciones.
 No me había equivocado. Desde el arranque:


... Y ya estarán los esteros

rezumando azul de mar,

hasta el final:


Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera,


la serie ésta del Puerto -que yo he elejido- es una orilla, igual que la de la bahía de Cádiz, de ininterrumpida oleada de hermosura, con una milagrosa variedad de olores, espumas, esencias y músicas. Ha trepado usted, para siempre, al trinquete del laúd de la belleza, mi querido y sonriente Alberti. La retama siempre verde de virtud es suya. Con ella, en grácil golpe, ha hecho usted saltar otra vez de la nada plena el chorro feliz y verdadero. Poesía «popular», pero sin acarreo fácil: personalísima; de tradición española, pero sin retorno innecesario: nueva; fresca y acabada a la vez; rendida, ájil, graciosa, parpadeante: andalucísima. ¡Bendita sea la Sierra de Rute, en donde la nostaljia de nuestro solo mar del sudoeste le ha hecho exhalar a usted, hiriéndole a diario con la espada de sal de su brisa, esa esquisita sangre evaporada!


Le voy a decir a El Andaluz Universal que adelante un Sí, para que pueda lucir todavía en el aire lijero de esta goteante primavera, la tremolante cinta celeste y plata de su Marinerito. Y mandaremos en seguida ejemplares a los carabineros del Castillo de Santa Catalina, que tendrá ahora su pozo de agua azul ahogado en lirios amarillos: y el viento de la ancha tarde de junio batirá ruidosamente las hojas mates impresas por el buen Maíz; al guarda del Castillo de Rota, la blanca torre hundida como otro pozo de cal en el altísimo mar azul Prusia que desde allí se ve, con aquellos cuadros de aquellos colorines en las paredes de la escalera: y él se lo enseñará a los visitantes y a las cigüeñas; al hermano enfermero del Colejio del Puerto, para que se lo lea al colejial malitó mientras le corta unas sopas de pan y yerbabuena, viendo los dos Cádiz por todas las ventanas abiertas de la enfermería colgada de canarios cantando; al viejo de la abandonada Plaza de Toros vecina del Colejio, en cuyo ruedo sembrado de trigo daba, los domingos de invierno, el sol solitario de aquel modo: y él intentará comprenderlo, ayudado por su niña, en la paz oscura de los chiqueros, inquieto de vez en cuando por las sombras de los toros; al maquinista del "trenito" del Puerto a Sanlúcar, que lo paseará en el bolsillo, entre las fincas con naranjas, con uvas, con piñas y la bahía destelladora, llena de "parejas" cabeceantes cargadas de mero, bonitos y acedías.


Enhorabuena y gracias de su amigo y triple paisano: por tierra, mar y cielo del oeste andaluz.

Juan Ramón
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Desde el día que leí esta carta, escrita con esa especie de irreverencia de la que hacía ostentación JR Jiménez cuando prefería la "j" a la "g" si la sílaba tenía que sonar con "jota", insertada en el "Marinero en tierra" de Alberti, me cautivó por su hermosura. Este párrafo tiene algo especial en su descripción del momento, como un enorme haiku en prosa "...entre las madreselvas en tierna flor blanca y la bellísima luz caída que ya ustedes dejaron hirviendo en oro en el rincón de yedra; trocadas las lisas nubes, con la hora tardía, en carmines marrones y verdes..."

Casa natal de Juan Ramón Jiménez en Moguer, Huelva

Alberti dedicó posteriormente un poema a ese encuentro, recogido en su obra "Retornos de lo vivo lejano" (1952):

Subí yo aquella tarde

con mis primeros versos
a la sola azotea
donde entre madreselvas y jazmines
él en silencio ardía.
Le llevaba yo estrofas
de mar y marineros,
médanos amarillos,
añil claro de sombras
y muros de cal fresca
estampados de fuentes y jardines.
Le llevaba también
tardes de su colegio,
horas tristes de estudio,
mapas coloreados,
azul niño de atlas,
pizarras melancólicas,
blancas del sufrimiento de los números.
Subía yo este ramo
de naturales, tiernas,
alegres, breves cosas sucedidas,
con el mismo temblor
de árbol sobrecogido
que en un día de fiesta
me cubrió cuando quise
llegar al pararrayo de la torre.
Estaba él derramado
como cera encendida en el crepúsculo,
sobre el pretil abierto
a los montes con nieve perdonada
por la morena mano
de junio que venía.
Hablamos con vehemencia
de nuestro mar, lo mismo
que del amigo ausente
a quien se está queriendo
ver de un momento a otro
después de muchos años.
Cuando se entró la noche
y apenas le veía,
era su opaca voz,
era tal vez la sombra
de su voz la que hablaba
todavía del mar,
del mar como si acaso
no fuera a llegar nunca.
¡Oh señalado tiempo!
Él entonces tenía
la misma edad que hoy,
dieciséis de diciembre,
tengo yo aquí tan lejos
de aquella tarde pura
en que le subí el mar
a su sola azotea.

Alberti también narra en su autobiografía "La arboleda perdida" el encuentro:

¡Qué extraña mezcla de alegría y miedo me produjo de pronto sentirme en presencia de aquel hombre admirado, negra y violenta la barba en su perfil de árabe andaluz, levantado a mis ojos en el descenso de la tarde (…).
Alberti confesó regresar aquella tarde a su casa como borracho de dicha, sin rumbo, como le hubiera sucedido a cualquier aspirante a poeta que saliese de visitar a Góngora o Baudelaire.

Alberti joven

La relación de JR Jiménez con Alberti fue siempre especial y de admiración mutua. A la muerte del que sería premio Nobel por su obra literaria ejemplarizada sobre todo por la prosa poética de su "Platero y yo", Rafael Alberti escribió:
Han pasado grandes poetas por la tierra del  mundo, de destellos brilantes, cegadores. Pero llama tan encendida, tan desvelada, tan sostenida día y noche, sólo a ti te tocó consumir.  Te marchaste (…) se nos apagó dolorosamente el alma que la sostenía, pero, como lo habías predicho en tu juventud, se quedaron los pájaros cantando, y aquí están. Estos son, se llaman “Arias tristes”, “Jardines lejanos”, “Pastorales”, …
El mar, la mar... Rafael Alberti y su Marinero en tierra

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