domingo, 21 de marzo de 2010

SOBRE EVOLUCIÓN Y PROGRESO

Ayer compré un libro de entrevistas a personajes de nuestra época y he vuelto a encontrarme con mi divulgador científico preferido, el zoólogo y geólogo Stephen Jay Gould (http://www.stephenjaygould.org/). Evolucionista convencido, sus teorías explicadas de forma sencilla y divertida en sus numerosos libros, han influido enormemente en mi forma de entender la evolución. S. J. Gould falleció en 2002, pero su legado y su forma de interpretar de dónde venimos y cómo hemos llegado hasta aquí, permanece viva y actual en las páginas de toda su prolífica obra.


En la entrevista en cuestión, Gould explica las diferencias que hay entre evolución y progreso. No podemos afirmar que la evolución en sí misma tenga ninguna tendencia hacia lo que consideramos progreso. Los mismos seres vivos que poblaron y ocuparon la Tierra hace casi 4.000 millones de años son los que lo hacen hoy en día: las bacterias siguen siendo los organismos más diversos y extendidos del planeta. Lo demás, los seres pluricelulares, siendo como somos muy vistosos, no somos más que consecuencias colaterales. Por supuesto que la evolución ha producido de forma creciente formas cada vez más variadas, en adaptación al medio cambiante, pero ello no prueba que haya un objetivo concreto, una tendencia determinada hacia el progreso.

De la obra de Jay Gould recomiendo sin duda “La vida maravillosa”. En este pequeño libro se resume toda su visión sobre la evolución. Para mí fue toda una revelación.



De forma convencional aún se interpreta la evolución según el esquema del “cono de diversidad creciente”, representado de la siguiente forma:

La interpretación de esta imagen muy arraigada en nuestras percepciones conduce a significados erróneos. La altura nos habla del tiempo transcurrido y la anchura de la diversidad morfológica. Pero, ¿cómo interpretamos el “arriba” y el “abajo”? Deberían significar sólo más reciente y más antiguo, pero también nos lleva con facilidad a pensar en más complejo y más sencillo, más avanzado y más primitivo. Es decir, la localización de cada ramita en su posición vertical nos lleva a situarla en el tiempo y además, por desgracia, a dotarla de valor. Y encima de todo ello, situamos al ser humano, como la cúspide de la “pirámide de la vida”. Si fuera así, y teniendo en cuenta que en la escala de tiempo de la evolución aparecimos hace un instante, ¿deberíamos considerar todos los miles de millones de años de evolución como una gran preparación de nuestra llegada? La enorme mayoría de los seres que consideramos más simples que nosotros no son ni de lejos antepasados nuestros, sino ramas colaterales en la evolución de la vida.

S. J. Gould propone un esquema diferente que resume mejor lo que realmente significa la evolución: el esquema de "Diezmación y Diversificación".

Nuestro planeta contiene hoy muchas más especies que en su origen, pero la gran mayoría de ellas deriva de unos pocos diseños morfológicos que aparecieron ya en un principio, en el momento en que explota la vida pluricelular, hace unos 600 millones de años. Los océanos y continentes de hoy en día gozan de un número mayor de especies, pero están basadas en muchos menos planes anatómicos. La máxima gama de posibilidades aparece en el primer impulso de diversificación, el resto es una historia llena de restricciones, desapariciones y adaptaciones a un mundo cambiante.
El cono de diversidad creciente ha llenado los libros de texto de ejemplos erróneos. Todavía aparece en ellos como gran ejemplo de la evolución, los cambios que fueron sufriendo las diferentes especies precursoras de nuestro caballo moderno. Diferencias en tamaño corporal, en los dedos de las pezuñas, la longitud de los dientes, hasta dar con el caballo que conocemos. Y todo ello se describe como un éxito evolutivo, como los pasos necesarios para llegar a la cúspide de la perfección.
S. J. Gould nos habla de una visión totalmente contraria: cuando de una determinada línea evolutiva queda una sóla especie presente hoy en día no debemos hablar de éxito evolutivo, sino de fracaso al borde de la extinción. El éxito evolutivo hay que contemplarlo en los roedores o los murciélagos, verdaderos campeones de la vida mamífera en palabras de Gould. Hay más de 2.000 especies diferentes de roedores clasificadas y un millar del orden de los murciélagos. Estos son ejemplos de ramas diversificadas y vigorosas. ¿Y qué pensar sobre el hombre, única especie viva del orden de los homínidos? Hace unos pocos miles de años éramos aún un par de especies, nosotros y los Neandertales, y un poco más atrás, con el Homo Erectus, posiblemente tres. Ahora sólo una, ¿éxito de la evolución? El 80% de las especies de seres pluricelulares que se conocen son artrópodos. Deberíamos reflexionar un poco acerca de ello.

Por último, decir que quienes defienden la supremacía de la especie humana sobre el resto de seres vivos esgrimen nuestro poderoso cerebro y nuestra capacidad de “dominar” al resto de vida del planeta como argumentos sólidos de nuestra superioridad. Y yo suelo contestar que si un ratón tuviera nuestro cerebro, no sería un ratón, sino otra cosa, pero lo cierto es que los ratones, con sus cualidades y sus desventajas, han llegado hasta aquí, igual que nosotros con nuestro gran cerebro. Aún más, han llegado hasta aquí siendo muchos más y más variados. Y sobre nuestro poder de dominación, siempre me pregunto si las hormigas son conscientes de ellos o si realmente seríamos capaces de “dominarlas” o eliminarlas de la faz de la Tierra sin eliminarnos a nosotros mismos primero.
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