lunes, 18 de julio de 2011

ANIVERSARIO FUNESTO


18 de julio de 1936, se inicia lo que desde un principio se percibió y definió como “guerra civil”. Para unos era un levantamiento insurrecto, para otros un alzamiento nacional. Más de medio millón de muertos después, a los que habría que sumar los fallecidos durante los duros años de represión y dictadura, hoy se cumplen 75 años de ese funesto aniversario.



Aunque es sorprendente la falta de interés de las generaciones más jóvenes por conocer los detalles de una guerra que sufrieron en vivo y en directo sus abuelos, o precisamente por ello, vale la pena que recordemos causas, motivos y consecuencias con el fin de evitar situaciones similares en el futuro.


Como el resto de las naciones europeas, la España de los primeros decenios del siglo XX tuvo que hacer frente al impulso de la corriente liberal. Tanto las instituciones como la sociedad civil en general tuvieron que ir asimilando un cambio de enfoque del concepto de gobierno. El poder de los gobernantes ya no era supremo ni estaba ajeno a rendir cuentas a los gobernados, aunque su intención fuera el servicio a la sociedad. La religión estaba abocada a perder el poder divino que ejercía sobre los gobernantes y creyentes. Y la sociedad, con el proletariado y la clase media como novedades sociales, ya no estaba dispuesta a que su voz no fuera escuchada. Todo ello constituía un caldo de cultivo propenso al enfrentamiento que tenía que conducirse con habilidad sobre todo por parte de los responsables políticos, religiosos y sindicales.

En apenas un decenio, España sufrió acontecimientos de enorme alcance. Un Rey que pasó de apoyarse en una dictadura, la de Primo de Rivera, a autoexiliarse tras reconocer que la mayoría de “su” pueblo no contaba con él (unas “simples” elecciones municipales fueron la gota que colmó el vaso). Una República naciente que no dudó en prometer lo inalcanzable y en levantar unas expectativas sociales (o unas amenazas, según de quién se tratara) de dimensiones difíciles de abarcar en el corto plazo. Una sociedad dividida desde el primer minuto en dos bandos que no supieron consensuar un futuro en común. De una parte aquellos que querían conservar el statu quo “de toda la vida”, con la oligarquía y la religión al frente. De otra las nuevas clases pujantes que exigían cambios inmediatos y en ocasiones radicales: el proletariado incitado por el éxito de la revolución bolchevique y la ideología que venía del este y una intelectualidad liberal que abogaba por la cultura, la democracia y la justicia social. Y un uso del recurso de la violencia, física y verbal, utilizado en claro exceso.

Al final pasó lo que pasó, fue un 18 de julio pero podría haber sido cualquier otro día. Con el paso de los años se nos antoja un hecho inevitable. Posiblemente si lo fue, pero ni unos ni otros fueron capaces de encontrar los cauces del consenso. Pronto la zona intermedia, aquella capaz de hacer concesiones para el acercamiento, quedó diluida y apartada de la arena política y social. Quedaron los extremos y estos sólo supieron tirar hacía su lado. Hasta que la cuerda se rompió. Todos tenían mucho que perder, pero parece que ninguno se dio cuenta. O quizás los que más tenían que perder, los ciudadanos que perdieron padres e hijos en un enfrentamiento cruel y salvaje, se vieron arrastrados por los acontecimientos sin ser conscientes de que cuando las armas empiezan a sonar, la marcha atrás es muy compleja.


Estamos lejos de ese ambiente y de esas circunstancias, pero… Siempre “peros” que habría que tener en cuenta. Me atrevo a apuntar algunos de ellos:


• La situación de crisis económica actual como caldo de cultivo del descontento de muchos y la precariedad de demasiados.


• Una clase política ausente de liderazgo y que se deja llevar en cada momento según sopla el viento y en permanente campaña electoral.


• Clases sociales que sólo luchan por conservar el statu quo: los sindicatos por un lado, la clase económico-financiera por otro, los beneficiarios absolutos del estado de bienestar (los que sólo o “casi sólo” reciben) sin intención de dejar nada en el camino.


• Una clase media sometida al empuje de un extremo u otro y que acabará por tener un papel social disminuido.


• Unos medios de comunicación que exaltan lo más sucio de la sociedad, la corrupción, la crisis, el pesimismo.


• La necesidad que sienten demasiados en calentar los nacionalismos, con los nacionalistas españoles incapaces de entender que España es un Estado rico y diverso por un lado y los nacionalistas históricos que cada vez más reclaman su independencia de un Estado que se esfuerza en mostrarse incomprensivo.
 Sólo dos instituciones que hace 75 años se mostraron intransigentes, hoy han sido asimiladas por la sociedad y carecen del poder decisivo de aquellos años: la religión y el ejército. La primera, por mucho ruido que haga en ocasiones (es lícito que defienda los conceptos de su dogma, ¡diablos, es una religión!). Y el segundo porque son ya demasiados años dedicados a misiones de “paz” como para recuperar ahora un papel guerrero, y menos si es para un enfrentamiento entre compatriotas.


Haríamos bien en recordar el pasado para tenerlo en cuenta en el futuro. 18 de julio de 1936, una fecha que no hay que olvidar y unas sociedad que debería recordar aquello que nunca debería repetirse.

 
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