No, no puedes darme amor,
pues tú el amor lo regalas.
Vives desbordando amor.
Todo lo que te rodea
se inunda de tanto amor
que te está sobrando a ti.
Vas andando por la casa
y los armarios, las sillas,
el paragüero, los cuadros,
todo va dando suspiros
de amor que finges no oír.
Nuestro gato, con migajas
de amor que de ti recoge,
seduce por los tejados
las gatas del vecindario.
El otro día, a tu paso,
se abrieron de par en par
las dos puertas del balcón.
Dijiste: “habrá sido el aire”,
pero en el fondo sabías
que querían abrazarte.
Y esta tarde, de soslayo,
me ha parecido observar
que te seguía al pasar,
con sus ojos de madera,
el Cristo de la pared.
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