Cada civilización tiene su gente, sus formas, sus usos, su espiritualidad, sus experiencias históricas. Todo ello marca las diferencias que si bien nos enriquecen como partícipes de la Humanidad con mayúsculas, por otra parte marcan distancias entre nosotros.
En este occidente de raíces cristianas, hijo de Roma y nieto de Grecia, que conforma nuestra propia civilización, cabe destacar unos pocos aspectos históricos fundamentales, específicamente nuestros y que son los que hoy predominan y nos hacen ser como somos. En la base tenemos a los filósofos griegos, con Platón a la cabeza como constructor de las creencias centrales del pensamiento occidental, aquello que llamamos sentido común; el cristianismo y su fuerza transformadora del espíritu a través del corazón, y el virtus, pietas y fides, entendidos como disciplina, respeto y honor que tan bien definieron el carácter romano. Por encima de esta base, han sido efemérides ocurridas en el transcurso del último medio milenio las que han influido radicalmente en nuestra forma de pensar y actuar:
• Descartes, que nos ató por siempre a la búsqueda de explicaciones racionales y científicas a todos los acontecimientos universales y nos convenció de que cualquier hecho puede explicarse por leyes inmutables y reproducibles.
• Bacon y su clara y precisa definición del método científico, que nos mantiene sujetos a la necesidad de aceptar sólo aquello que pueda probarse.
• Leonardo da Vinci, que nos enseñó que hay un tipo especial de belleza en todo aquello que nos rodea que puede espolear nuestra imaginación.
• La revolución francesa, con su declaración de derechos universales y sus aspiraciones de libertad e igualdad, nuevos para la época y hoy totalmente inseparables de nuestras aspiraciones culturales.
• La revolución industrial, que permitió el paso importante del sometimiento al dominio de las fuerzas de la naturaleza.
• Darwin, que nos situó en el universo, nos impuso la humildad de la comprensión de nuestro origen biológico y nos apartó de misticismos caducos.
• Einstein y la fuerza innovadora de su pensamiento, que abrió las puertas al relativismo cultural.
Claro que esta lista podría ser interminable, pero con estos pocos hechos y personajes sería suficiente para explicar el modus pensanti de nuestra civilización que, en las fechas actuales, podríamos resumir en:
* Una espiritualidad basada en una base cristiana, centrada más en el corazón que en el pensamiento. La moral.
* La confianza absoluta en la libertad del individuo y en su propia fuerza como ente ligado a la colectividad pero libre en sus decisiones y dueño de su propio destino. La democracia y el liberalismo.
* Un racionalismo omnipotente, con la razón como dueña absoluta de nuestro cerebro. La ciencia.
* La creencia de que la tecnología nos enriquece y refuerza nuestra propia libertad. La técnica.
* Un especial sentido de la belleza, con unas formas y colores especialmente elegidos para estimular nuestros deseos y que comprenden desde el canon de las Venus griegas, hasta las pinturas de Picasso. El arte.
Y es así como extrapolamos con tanta facilidad que la adhesión a nuestra moral, la democracia, el liberalismo, la ciencia y el arte son algo natural y que su rechazo es incomprensible e inaceptable.
¡Qué gran error!
La civilización hindú, por poner un ejemplo, con una cifra de población sólo ligeramente inferior a la occidental (en la que incluyo la práctica totalidad de Europa, América y Australia), ni conoció a Descartes, ni supo nada de la revolución francesa, ni fue impactada por el Renacimiento, ni aceptó que la técnica liberaba al hombre de la naturaleza. No podemos esperar, por tanto, que se adhiera a todo ello o que, caso de hacerlo parcialmente, ello le proporcione satisfacción.
Pero algo podemos hacer para el entendimiento colectivo. Hay un fondo cultural que es consecuencia de la propia evolución biológica. No matarás, no robarás, cuidarás de tus mayores y de tus descendientes, respetarás tu origen, la familia, obedecerás la ley establecida, etc., son comportamientos universales ligados a una especie que encontró en la vida en sociedad su palanca para la supervivencia y su ventaja competitiva, que bien podríamos compartir.
Y esta es mi propuesta para un mundo mejor: dejemos de confundir la globalización con la exportación de los cánones de nuestra civilización al resto del mundo, algo que ya está ocurriendo, y encarguemos a las instituciones mundiales que busquen, organicen y difundan un cuerpo de conceptos sociales que todos los seres podamos aceptar y compartir.
Y una vez los tengamos claros y bien definidos, legislarlos como base del respeto entre civilizaciones, sin renunciar cada uno de nosotros a nuestras propias esencias culturales.
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