Las torres gemelas y el Hotel Marriot
Yo estuve allí. En la vida en ocasiones ocurren sucesos inesperados que de pronto, de una forma inimaginable, convierten en únicos e irrepetibles momentos de la vida que pasan a la categoría del "yo estuve allí... y es algo que nunca más voy a poder repetir".
Pués bien, yo estuve allí: yo visité las Torres Gemelas de Nueva York en el año 1994. Es más, en ese viaje me alojé en el hotel Marriot Vista que formaba parte del complejo de las Torres y que desapareció por completo cuando éstas se derrumbaron. Recuerdo que era un edificio de 15 ó 20 plantas que apenas se percibía por estar anexo a las enormes moles de las torres.
Las torres y el Hotel Marriot: el edifico blanco que se ve en segundo plano
Quizá fue la cercanía a estos hoy icónicos edificios de la que disfruté durante esos pocos días, o realmente tenían algo especial, porque hoy, escanenando las viejas y poco resolutivas imágenes de aquel viaje que acompañan a esta entrada, me he dado cuenta de que la mitad de ellas son de las torres o del inolvidable viaje que hice a sus alturas. En aquellos años ni por asomo imaginábamos que tiempo después todos tendríamos cámaras capaces de almacenar miles de instantáneas en un solo viaje. Se trataba de "tirar" un par de carretes de instantáneas, carretes de los que a lo sumo un mal aficionado a la fotografía como yo podía aspirar a tener una treintena de imágenes de cada uno.
El hotel Marriot, anexo a las torres
Recuerdo lo aplastado en el asfalto que me sentí cuando alcé la vista a pié de torres al llegar al hotel. Simplemente eran de una altura imposible para una persona como yo que nunca había estado en Estados Unidos (fue mi primer viaje) y que a lo sumo había contemplado en España edificios de escasos 20 pisos de altura. Tenías que torcer tanto el cuello para ver lo alto desde su base que casi te dolían las cervicales. Recuerdo también lo enorme de su hall, con una amplitud que tampoco había visto nunca antes en ningún edificio. Y el ascensor, que tenía un contador de pisos que se movía al ascender a una velocidad que hacía sonreir a los presentes. ¡Casi ascendía 100 pisos en lo que el ascensor de mi bloque de pisos asciende media docena!.
Altas, altas, muy altas, casi imposibles...
La antena que las distinguía...
Como desde el cielo. El Empire "pequeñito" a lo lejos...
Enormes edificios a sus piés quedaban reducidos a simples juguetes...
Y las vistas... Era como estar subido en un avión. Todos los edificios de Nueva York parecían de una altura ridícula, y eso que cerca de las torres habían algunos de más de 50 pisos de altura. El Empire quedaba lejos y su altura quedaba empequeñecida por la distancia.
El Empire no hacía sombra por la distancia a la que estaba...
Como no podía ser de otro modo en ese primer viaje lleno de ansiedad por no perderme nada, hice un viaje en los helicópteros que sobrevolaban la ciudad por unos minutos. En la vista de Nueva York desde la estatua de la libertad destacaban las torres gemelas como dos mástiles emblemáticos. Simplemente no había nada que les hiciera sombra.
Una imagen emblemática, un icono irrepetible...
Hoy hace diez años, conforme los acontecimientos del infausto día iban transcurriendo, yo pensaba en eso, en ese viaje, en lo irrepetible del momento, en que mis hijos no podrían ya disfrutar de esas imágenes, de la fortaleza que transmitían las torres, de cómo a mí me hicieron sentir que la humanidad no tenía límites. Cuando viajé con ellos por primera vez a Nueva York en el año 2007, las torres eran un triste recuerdo...
He viajado a Nueva York en varias ocasiones. Recuerdo con especial intensidad el viaje del 2007 con la familia, pero también guardo sentimientos encontrados de la visita que realicé a esa ciudad apenas seis meses después de su desaparición. Nueva York aún estaba triste. El enorme agujero lleno de obras que ocupaba el lugar de las torres sólo podía contemplarse con tristeza y desasosiego.
El jardín de la pequeña iglesia de Saint Paul's, en la calle Broadway, justo al lado de donde estaban las torres, aún estaba lleno de cascotes y ceniza. En su pequeña fachada se había montado un tenderete donde la gente podía escribir cosas o colgar notas. Estaba lleno de papeles y fotografías... Sé que escribí algo en una cartulina llena de mensajes. No recuerdo lo que fue, pero esas pequeñas palabras fueron mi minúsculo homenaje a la memoria de las torres y de todos aquellos que perdieron allí la vida un día del que hoy se cumplen 10 años...
Nunca más, que no ocurra nada parecido nunca más...
Vista desde mi habitación en el Marriot
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