La soledad cae a plomo sobre mí
y me cubre como la escarcha
de un invierno permanente.
Tú no estás,
y yo podría seguir amándote.
Tu ausencia es como un sedal
que tira de mi
hacia ningún sitio.
¡Qué vacío tan grande has dejado!
Te amé y dejé de hacerlo,
pero aún podría seguir amándote.
El puñal de una vida que no soñé
persiste en seguir hiriéndome.
Y yo me ahogo en el océano de heridas
que cubre mi pecho, mis brazos,
las manos que te ofrecí,
aún llenas de las caricias que quedaron huérfanas.
Amé mis caricias y la tuyas,
tanto como te amé a ti,
pero un día quise creer que ya no te amaba,
y aún podría seguir amándote.
Amé tus lunas llenas,
aquellas que casi podíamos tocar
desde nuestro lecho de privilegios y gozos,
como amé tus amaneceres dorados,
tanto como dejé de hacerlo.
Desde la atalaya
de aquellos días de promesas,
solo había cándidas efemérides que celebrar
y llegaron las tormentas agrias,
las noches de tinta negra,
los mares de olas desgarradas.
Y yo aún podría seguir amándote.
Era tan simple como un anillo,
tan fácil como un suspiro,
tan sencillo como una mirada perdida,
pero queríamos más,
en un alarde de egoísmo compartido
que acabó por sepultarnos.
Amaba tu sencillez primigenia,
tus dedos pálidos y delgados,
tu limpia mirada.
Pero pronto el tapiz de nuestra humilde acuarela
se manchó de borrascas y desamor.
Te amé como eras, como éramos,
y dejé de hacerlo tras nuestra metamorfosis.
Y yo aún podría seguir amándote.
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