miércoles, 17 de noviembre de 2010

CAMBIAR EL SISTEMA EDUCATIVO

El sistema educativo actual está abocado al fracaso más absoluto o a cambios radicales que lo transformarán de pies a cabeza. Cada tiempo, cada época han tenido su forma de enfocar la educación de sus jóvenes. El origen del programa y la forma que desarrollamos actualmente cabe buscarlos en los años de la Revolución Industrial, que representó un cambio radical de los procesos productivos y del modo de vida de la sociedad occidental. La concentración de mano de obra en las fábricas y centros de producción exigía disponer de personas preparadas para asumir el manejo de maquinaria y herramientas muy sofisticadas en comparación con los sistemas productivos anteriores, más centrados en el trabajo agrícola. Se necesitaba, además, personal cualificado para dirigir legiones de obreros y mantener y reparar las máquinas. De ese modo se inició un enfoque educativo centrado más en la técnica que en el humanismo. Se precisaban ingenieros, mecánicos, organizadores de procesos, contables, y era necesario también extender las cuatro reglas matemáticas. El resto quedaba relegado a las profesiones liberales, abogados, médicos, escritores, que ocupaban a una parte de la burguesía dominante. Poco a poco, a lo largo del siglo XX, este enfoque educativo se fue universalizando y abriendo a todas las capas sociales, pero sin modificar su estructura inicial.

Ahora nos encontramos con un sistema orientado a que nuestros niños y jóvenes sigan teniendo amplio conocimiento de la tecnología, matemáticas, física, química, todo ello aliñado de cierto grado de conocimiento social, poco más que añadir. Nada útil para preparar a los jóvenes del presente y totalmente estéril para los jóvenes del futuro. Nos rasgamos las vestiduras con los porcentajes de desapego estudiantil y de fracaso escolar, que son cifras de vértigo ocultas tras el barniz de una sociedad protectora que de una forma u otra da cabida a todos sus miembros, ocultando a su vez las frustraciones que todo ello conlleva.

¿Qué podemos hacer? Nada que sea fácil. Los actuales profesores se formaron para lo que hacen y forman a su vez a los profesores del futuro, en un círculo vicioso que no permite rupturas ni cambios relevantes. ¿Qué enfoque deberíamos dar a la enseñanza que reciben nuestros jóvenes y que se prolonga en ocasiones por más de veinte años? En mi opinión deberíamos centrarnos y concentrar nuestro esfuerzo en formar personas responsables, éticas, imaginativas e inquietas, conocedoras de donde vienen, qué son y qué pueden aportar a este mundo, desde sus preferencias más innatas y desde las fortalezas que el sistema sea capaz de hacerles descubrir. Filosofía, historia, ciencias naturales, ética, etc. tendrían que ser dominantes en los programas escolares, nunca desde la memorización, sino desde el conocimiento que sólo se es capaz de adquirir desde el apasionamiento y la enseñanza basada en transmitir interés por la materia.

Claro que las cuatro reglas tendrían que estar presentes y los fundamentos básicos de la física y la química. Pero, ¿de qué nos sirven si los hacemos pasar por la necesidad de memorizar fórmulas o soportar pruebas teóricas que jamás tendremos que resolver de nuevo en nuestras vidas? Sólo de adulto he podido descubrir lo divertido de la física, la maravilla del nacimiento de las ecuaciones universales, los milagros de la química básica ligados al nacimiento y la evolución de la propia vida. Sólo cuando todo ello ha sido de mi interés personal, sin pruebas ni exámenes ni memorizaciones absurdas, he aprendido de verdad. ¡Esto es lo que tendrán que conseguir los profesores del futuro! ¿Imposible? Nada es imposible si se plantea con pasión, se cree en ello y se comunica con entusiasmo.

Niños que aprendan antes reglas de comportamiento y solidaridad que la tabla de multiplicar. Que sepan de los aciertos y errores de sus antepasados, antes que la ley de Boyle o la de Gay Lussac. Que conozcan antes a Platón que a Newton y que entiendan de humildad, generosidad, deberes sociales, amor y poesía, antes que resolver ecuaciones de segundo grado. Ya habrá tiempo de especializaciones basadas en intereses peculiares y concretos. Ya habrá ocasión de conocer los logaritmos neperianos o las integrales, si ello es lo que nos llama y apetece de forma individual. Que cada uno, pasados doce o catorce años de enseñanza humanista, se oriente a lo que sus puntos fuertes le empujen, pero con mi sueño tendríamos adolescentes responsables y plenos, preparados para afrontar un futuro generoso y a hacer crecer el mundo.

¿Un sueño? No creo que lo sea. Estoy convencido que será así, aunque para ello el fracaso actual tenga que llevarnos al colapso, la reflexión y la reacción consecuente.

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