domingo, 27 de febrero de 2011

AMPLIAR EL PUNTO DE VISTA (1)


Un par de ejemplos de cómo nuestro propio punto de vista puede darnos una visión parcial de los acontecimiento y de cómo debemos esforzarnos por interpretar los hechos históricos no sólo desde nuestra cultura, conocimiento y deseos, sino desde todos los ángulos posibles.

Primer ejemplo.

Si nos preguntan cuando cayó el Imperio Romano, nos viene a la mente que eso tuvo que ocurrir tras el auge de las invasiones bárbaras, no mucho después de Constantino, nombre de emperador romano más cercano al fin del Imperio que en general somos capaces de recordar de forma espontánea (quizás Juliano, por su intención de recuperar el paganismo convertida en libro biográfico). Si buscamos la respuesta exacta en algún libro tenemos muchas posibilidades de que nos digan que el Imperio Romano cayó en 476 dC, cuando el jefe bárbaro Odoacro depuso al último emperador, Rómulo Augústulo, y acabó con el Imperio Romano… ¡de Occidente!.

Constantino fue el último emperador romano que tuvo bajo su directo control todos los dominios del Imperio durante los últimos años de su gobierno, cuando consiguió imponerse sobre las diarquías y tetrarquías puestas en práctica por Diocleciano a finales del siglo III como medio para controlar el Imperio y acabar con las sangrientas guerras civiles que estuvieron a punto de hacerlo desaparecer en la última mitad de ese siglo.



Tras el fallecimiento de Constantino en 337 dC, el Imperio volvió a repartirse entre diferentes co-emperadores, con breves momentos de gobierno unificado (como los que protagonizó el antes nombrado Juliano). Teodosio I, que fue emperador entre el año 379 y el 395, fue el último gran emperador romano capaz de mantener sobre su único liderazgo todos los territorios del Imperio. Pero también fue Teodosio I el que estableció a su muerte la separación definitiva del Imperio en dos partes que nunca más volvieron a estar unidas. Dividió el Imperio en dos mitades, una con capital en Milán que quedó en manos de su hijo Honorio, y la otra en Constantinopla al cargo de su otro hijo Arcadio. La ciudad de Roma hacía ya muchos años que había caído en decadencia y no era la capital del Imperio. Constantinopla había heredado su influencia y atractivo.


Honorio y sus sucesores en el Imperio Occidental apenas pudieron contener durante unas pocas decenas de años las embestidas de los pueblos bárbaros que poco a poco fueron introduciéndose en sus territorios, y no siempre de forma negativa, ya que por ejemplo fueron las tropas godas junto con las romanas las que pudieron poner freno al avance de Atila que de otro modo podría haber puesto punto final al Imperio Occidental unos cuantos años antes de su fin definitivo.

Arcadio, en cambio, supo asentar y defender su mitad del Imperio que logró resistir como auténtico Imperio Romano hasta el siglo XV, ¡mil años más que la mitad occidental!. En efecto, en la ciudad de Constantinopla se sucedieron uno tras otro docenas de emperadores romanos que aunque con los años acabaron hablando griego, eran tan romanos como Augusto, Tiberio y compañía. Claro que durante mil años cambiaron estilos, formas, rituales, etc., pero el Imperio Romano de Oriente sobrevivió hasta el 29 de mayo de 1453, día en que las tropas turcas al mando de Mehmet II entraron en Constantinopla y pusieron el punto final definitivo al Imperio Romano.


Tanto nos molestaba a los occidentales que el concepto de Imperio Romano hubiera continuado existiendo durante tanto tiempo tras la caída de “nuestra” parte del Imperio, que los historiadores del siglo XVIII le cambiaron el nombre y pasaron a llamarle Imperio Bizantino, que es como ha pasado a nuestros libros de texto. Pero este nombre les hubiera resultado totalmente ajeno a los ciudadanos del imperio. El nombre de Roma tenía tanta transcendencia, que incluso en el siglo XVI el gran sultán turco, Soleimán el Magnífico, entre la larga lista de títulos que ostentaba incluía la de “emperador de los romanos”.

Conclusión: el Imperio Romano se mantuvo firme y auténtico durante mil años más tras lo que nosotros, desde el punto de vista occidental, creemos que tuvo su fin.

Dejaré el segundo ejemplo para mi próxima entrada.


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