Esta semana tuve la ocasión de compartir una larga conversación con el antropólogo José Mª Bermúdez de Castro, codirector del yacimiento de la Sierra de Atapuerca en Burgos, el de mayor valor de nuestro país y, en muchos aspectos, de Europa. Bermúdez, que forma parte del grupo de investigadores que ganaron el Premio Príncipe de Asturias en 1997, es una persona afable, de conversación sencilla y amena y gran conocedor de la evolución del hombre. De lo mucho que tuve ocasión de preguntarle y aprender, me llamó especialmente la atención el abordaje innovador que están haciendo para el estudio de la aparición del lenguaje.
Durante años se ha intentado esclarecer el momento en el que apareció el lenguaje por dos vías: el estudio del lugar donde se interpreta, es decir, el análisis del posible desarrollo de las áreas del cerebro relacionadas con el lenguaje a través de las mediciones que se han hecho en los cráneos encontrados y, por otra parte, el análisis del lugar donde se origina, los huesos cercanos a la zona de la garganta donde tiene su origen el habla. Ni las palabras ni los tejidos blandos con los que están formadas las cuerdas vocales y demás órganos de la lengua se conservan, así que hay que ser imaginativos.
Hay que tener en cuenta que nuestra laringe se encuentra en una posición mucho más baja que en los primates, lo que parece incongruente con la evolución, ya que esta posición tan baja nos provoca la imposibilidad de respirar y beber a la vez, como pueden hacer los chimpancés y que sin duda es una ventaja para vivir en el medio natural, y por otra parte nos provoca atragantamientos con un incremento del riesgo de muerte, lo que también parece chocar con la teoría de la evolución ya que ¿por qué el ser humano tiene una variación en su organismo que parece a priori más perjudicial que la que conservaron otras especies provenientes de los mismos ancestros? El propio Darwin dio respuesta a este caso diciendo que ello era posible cuando el órgano perdía su capacidad para algo a cambio de conseguir otra capacidad aún de mayor beneficio. Como curiosidad, decir que hasta los dos años de vida, los bebés conservan la laringe alta como adaptación a la lactancia, y por ello son capaces de succionar la leche y seguir respirando. A partir de esa edad, se producen cambios morfológicos y nuestra laringe baja. Por desgracia la laringe es cartilaginosa y no fosiliza…
Ninguna de las dos vías antes comentadas han dado resultados concluyentes. Hasta que al paleontólogo profesor de la Universidad de Alcalá de Henares y también miembro del grupo de investigadores de Atapuerca, se le ocurrió una nueva vía de estudio para este asunto: analizar los huesos del oído.
Ignacio Martinez Mendizábal
El supuesto parte de la idea de que nuestra audición está adaptada a lo que nosotros necesitamos, entre otras cosas escucharnos unos a otros, y que es distinta de la de otros primates como el chimpancé por ejemplo. Nuestra frecuencia auditiva es superior a la de los chimpancés, entre otras cosas porque nuestros ancestros se desarrollaron en un medio que no era la selva, donde los sonidos se desplazan de una forma muy distinta que en un medio abierto como por ejemplo la sabana. Al final es tan sencillo como analizar el “ancho de banda” nuestro y de los primates. Sucede como en los ordenadores: cuanta más información y más rápidamente circula, mayor es el ancho de banda que se necesita. En el caso de los humanos, el ancho de banda medido en el tipo de frecuencias que somos capaces de captar, es mayor que el de los primates y, por tanto, que nuestros ancestros comunes.
En el yacimiento de la Sima de los Huesos en la Sierra de Atapuerca se conservan todos los huesos de un buen número de individuos, incluyendo los huesos del oído. El sentido del oído se sitúa dentro de un órgano óseo formado por cavidades donde resuenan los sonidos en unas frecuencias determinadas. Analizar estas cavidades y compararlas con las que tenemos hoy en día es, como dice el profesor Martinez Mendizábal, una cuestión de física.
Estos estudios han concluido que los habitantes de la Sima de los Huesos tenían una capacidad auditiva como la nuestra y que, por tanto, estaban capacitados para el lenguaje, y que sólo éste podría haber dado lugar a esa capacidad auditiva, por lo que se cierra el círculo. Los individuos analizados que habitaron el lugar no son de nuestra especie, ya que se trata de huesos de Homo Heilderbergensis, especie que sí dio lugar a los Neandertales.
Así, si los Heilderbengensis y nosotros compartimos esta capacidad, cabe pensar que nos la legó nuestro antepasado común, el Homo Antecesor que también habitó hace 1,2 millones de años en la Sierra de Atapuerca, aunque de momento aún no se han hallado huesos del oído de esta especie… El profesor Martinez Mendizábal está seguro de que se encontrarán y de que se acabará demostrando que el lenguaje apareció hace más de un millón de años... por lo menos...
¿Podría decirnos algo?
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ME GUSTO MUCHO LO QUE LEI. SOY ESTUDIANTE DE ANTROPOLOGIA Y TODA ESTA INFORMACION ES CLARA Y AYUDA
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar y por tu interés. Esto me anima a seguir publicando entradas sobre ello. La antropología, junto con la Historia antigua, te dotan de una visión del camino recorrido por la humanidad que es de gran utilidad para poder juzgar mucho de lo que ocurre en la actualidad. Gracias.
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