domingo, 8 de marzo de 2009

SOBRE LOS SENTIDOS

Deberíamos intentar recuperar la fuerza de nuestros sentidos. Estamos en la era de la comunicación, sí, pero es una comunicación “fría”, a través de instrumentos creados por el hombre para poderse comunicar a distancia, pero ¿dónde queda el papel de nuestros sentidos?.

Sólo se nos exige estimular (y no en positivo) el sentido de la vista, ya que una serie de mercados e intereses se mueven alrededor de la moda y de las imágenes que nos venden como estereotipos de lo que es correcto o no (físicamente por ejemplo) y el del oído (¿) de una forma ecléctica, desordenada y, en general, terriblemente mala y siempre dirigida hacia el comercio (la música), nunca dirigida hacia la auténtica comunicación: la conversación, el diálogo.

En cuanto a comunicación entre personas, nos sirve un móvil o un email: ¿alguien podría recordar el olor del pelo de una persona amada, de la piel de unos hombros, de la tierra mojada, de una simple flor?. ¿Cuánto hace que no oléis una flor?. ¿Quién conserva un timbre y un tono de voz personal y reconocible, quién habla alguna vez en voz baja, quién susurra alguna vez palabras de amor?. Del gusto, mejor no hablar: ¿queda algo auténtico, no contaminado por edulcorantes, conservantes, etc.?. Si queda, probablemente ya no nos gustará.

Y el tacto... Ya no nos tocamos. Todos los instrumentos que nos “facilitan” la existencia (desde el televisor al coche, el teléfono, etc.) nos han separado definitivamente. Estamos acostumbrados a ver “masas” de gente, pero de ahí a tocarnos... Se ha perdido la costumbre de acariciar a las personas queridas (salvo a la esposa o al marido y aún así en contadas ocasiones), a los amigos. ¿Cuánto hace que no vais del brazo por la calle con un amigo o amiga, cuánto hace que no pasáis el brazo por encima del hombro de alguien del mismo sexo (en el caso de los varones, prescindiendo de las demostraciones machistas y breves entre “colegas”) o paseáis cogidas de la mano, en el caso de las mujeres (¿recordáis que lo hacíais cuando erais niñas?).

En fin, si seguimos evolucionando así, seremos seres unidos necesariamente a máquinas que sustituirán todo aquello que los sentidos nos han brindado durante cientos de miles de años: el contacto directo entre personas, sin intermediarios.


El mundo y el tiempo en que nos ha tocado vivir nos han convertido en seres humanos que tienen que convivir con una gran confusión entre lo que es "amor", "sensualidad" y "sexualidad". El "progreso" alcanzado en los países más "avanzados" (que por supuesto ha conllevado aspectos positivos para la humanidad, como son la cura de enfermedades, la desaparición de las epidemias mortales, la idea de "derechos humanos", la democracia, etc.) ha debilitado nuestra conexión física con el lugar, la familia, la comunidad, todo con el objetivo de dedicarnos en exclusiva a ser trabajadores, productores, profesionales que cambian su tiempo por bienes de consumo y todo aquello que la sociedad actual considera necesario para tener la máxima "calidad de vida".

Pero en el fondo, en lo más profundo de nuestro ser algo se rebela y vivimos en una perturbadora paradoja: por más facilidades de comunicación de las que dispongamos, cada vez nos sentimos más solos y "exiliados" del mundo de los sentidos. Vamos camino de abandonar del todo el contacto íntimo y sensorial que durante milenios, desde la formación de las primeras comunidades hace una docena de miles de años (o incluso desde las épocas más ancestrales), aprendimos a desarrollar para poder entender y abarcar (y disfrutar) el mundo que nos rodea y para llevar hasta el máximo de disfrute la potencialidad de nuestro ser físico y espiritual.

Cuanto más desconectados estamos de nuestra potencial sensualidad, cuanto menos posibilidades tenemos de disfrutar de la sinfonía de colores, sonidos, olores y sabores que nos ofrece el mundo "auténtico" que nos rodea, más nos alejamos de la sensualidad y acabamos convirtiéndolo todo en sexo. Hoy en día consideramos "sexo" cualquier aproximación entre dos personas. ¡Nos da miedo tocar y nos aterra ser tocados!. Las mujeres pueden tocarse si son amigas. En los "hombres" está totalmente prohibido, con la única excepción de lo que llamamos "deportes", que no son más que sustitutos de antiguas formas rituales de guerra (personalmente me recuerdan las "guerras floridas" que organizaban anualmente los aztecas con los pueblos de alrededor con el fin de mantener a sus ejércitos en forma y capturar prisioneros para sus sacrificios rituales).

En conclusión: ¿por qué no nos detenemos un momento un recordamos nuestra niñez y, con los ojos profundamente cerrados, en evocación intensa, nos esforzamos por recordar también los colores, olores, sabores, etc. que seguro asimilamos al ambiente protector de nuestro primer hogar?.

Hagamos un esfuerzo por educar nuestros sentidos. Escuchemos a nuestro corazón y a la sabiduría impregnada en cada uno de nosotros como consecuencia del transcurso de toda la historia de la humanidad y sabremos cuándo la compasión está llamando a nuestra puerta para rodear con nuestros brazos a una amigo afligido o cuando la alegría nos llama a abrazar a un amigo que hacía tiempo que no veíamos.

Reflexionar sobre cuál es vuestro coeficiente de sensualidad. Todos conocemos y no nos resulta extraño el Coeficiente Intelectual. A esta propiedad del ser humano le hemos dado un enorme valor, que sin duda lo tiene. Pero ¿por qué no potenciar también este otro Coeficiente?. ¿Cuál es vuestro Coeficiente de Sensualidad?. ¿Reconocemos olores, sabores íntimos?. ¿A qué distancia de los demás nos sentimos más cómodos?. ¿Llegamos a tocar a nuestros interlocutores?. ¿Abrazamos a nuestra familia?. ¿A nuestros amigos?. ¿Sabríamos reconocer la diferencia menos sutil de lo que podamos pensar, entre sensualidad y sexualidad?. Os animo a pensar en ello.


Para mejorar nuestro coeficiente de sensualidad (¿hemos reflexionado alguna vez sobre nuestro grado de coeficiente de sensualidad?), tenemos que remontarnos al origen. Los sentidos se forman, modulan, asientan durante los primeros años de nuestra vida. Así que nada mejor para ejercitar nuestro nivel de sensualidad que volver a nuestra infancia. Busquemos un momento tranquilo, en soledad, en un lugar que no distraiga nuestra atención. Cerremos los ojos y volvamos atrás:

* ¿Qué olores nos recuerdan nuestra niñez?. ¿Qué olores nos transportan al afecto que nos rodeaba entonces?. ¿Cómo olía nuestro hogar?. ¿Hemos reencontrado ese olor alguna vez en alguna casona vieja?. ¿El olor de un buen tazón de chocolate caliente?. ¿El pan recién hecho?. ¿El aroma de alguna comida en especial que hace tantos años que no comemos?. ¿El del tabaco que fumaba alguno de nuestros padres o familiares?. ¿Las sábanas limpias, algún detergente o jabón de la época, aquellas galletas que nos hacía o compraba nuestra abuela...?. ¿Cómo olía aquel primer coche de papa?. ¿Recordamos nuestra primera colonia?.

* ¿Alguna música en especial?. ¿Anuncios de televisión, emisoras de radio, radionovelas?. ¿La voz de alguien querido que ya no está entre nosotros?. ¿Las clases de algún profesor?. ¿El consejo de algún amigo?. ¿Podemos imaginarnos el sonido de nuestras propias palabras cuando, de adolescentes, ofrecíamos palabras de amor?. ¿Los discos de nuestro primer "tocadiscos"?. ¿La primera lavadora de mamá?.

* Nuestros recuerdos, ¿son en blanco y negro?. ¿Podemos con esfuerzo ponerles color?. ¿Podríamos apreciar los matices de los colores de nuestra niñez?. ¿El color del papel de nuestra habitación?. ¿Algún vestido, camisa, pantalón especial?. ¿El color del campo en una excursión con nuestros padres o amigos en otoño?. ¿El matiz de los marrones de las hojas de los árboles?. ¿Teníamos flores en casa?. ¿Rosas, margaritas, claveles?. ¿Recordamos sus colores?. ¿El color del pelo de aquel gato del vecino?.

* Y el gusto, probablemente y sobre todo referido a las comidas. ¿Tenemos comidas claramente identificadas con nuestra niñez?. ¿Tortillas, embutido?. ¿Alguna de aquellas cosas raras que nos daban de pequeños, claras de huevo con leche, agua del carmen, pan con vino y azúcar o el repelente aceite de ricino?. ¿Podríamos asociar algunos gustos a cosas agradables o desagradables?. ¿Qué tal aquel jarabe de la tos?.

* Por último, mi preferido y quizás el más difícil de recordar: el sentido del tacto. ¿Recordamos si las manos de nuestros padres eran rudas, trabajadas o suaves?. ¿Nos sentábamos sobre el regazo de nuestra madre?. ¿Nos acariciaba el pelo?. ¿Podemos notar esa mano entrando por nuestra frente hacia atrás?. ¿Y el tacto de los objetos?. ¿Un osito de peluche, una toalla en especial, unos tejanos viejos?. ¿El tacto metálico de un juguete en especial, el plástico de los soldaditos, de las piezas del Exin Castillos?. ¿El contacto de un baño caliente jugando en la bañera?. ¿Y nuestras primeras caricias de adolescente?. ¿Podemos recordar el terremoto que ocasionaban en nuestra piel aquellos primeros besos inocentes?. ¿Podemos recordar nuestras suaves manos de niño crecido acariciando a alguien querido o unas manos parecidas acariciándonos a nosotros?.

Hagamos finalmente un último ejercicio. Intentemos describir a alguien conocido sólo por lo que nos dicen de él nuestros sentidos. ¿Podríamos hacerlo?. ¿Podríamos describir a alguien por sus "sonidos", por sus "colores", por sus "aromas", por la sensación del contacto físico de sus manos, de un apretón en el brazo, de sus mejillas cuando nos da un beso?.

Uno de los sentidos menos cultivados: el del tacto.

Es evidente que guardamos memoria en relación al tacto. Todos podemos diferenciar con los ojos cerrados un trozo de tela de lana de un objeto metálico, y no sólo por el peso, sino por la sensación directa que transmiten estos objetos en las yemas de nuestros dedos. Pero en mi opinión este reconocimiento de objetos sería la memoria del "tacto físico". Otra cosa sería el "tacto químico" o, quizás mejor, el "tacto emocional". Este sería el tacto que no nos refiere a un objeto sino a una sensación, a una emoción. Ponía algunos ejemplos en mi anterior correo. Sería el "tacto" que recibe nuestro organismo al sumergirnos en un relajante y placentero baño caliente: esa sensación de abandono, flotación, de huida de la realidad, los ojos se cierran, la cabeza hacia atrás, el agua hasta el cuello... El "objeto físico" que estamos "tocando" no es ni más ni menos que "agua", pero la sensación del entorno, del momento nos transmite sentimientos.

Lo mismo ocurre si intentamos recordar el "tacto de las caricias" de una madre, un padre o de nuestra pareja. El "contacto" es siempre el mismo: unas manos que se posan sobre las nuestras, sobre nuestros hombros, nuestro rostro. Pero siendo "carne con carne", es evidente que no es la misma sensación. Nuestro cerebro no da la misma respuesta al mismo estímulo "físico". Es absolutamente diferente el "tacto" de la mano de nuestra madre o nuestro padre cuando nos abrazan que el que nos produce nuestra pareja.

Cada uno de nosotros responde al contacto físico de forma distinta. Y sólo hay que ver cual es la distancia de seguridad que cada uno de nosotros marcamos cuando estamos con alguien para imaginar el grado de aceptación táctil que cada uno tiene. Podemos autoanalizarnos en este sentido: cuando damos la mano a alguien, ¿lo hacemos con el brazo estirado o "en corto", con el brazo doblado por el codo?, ¿solemos dar la mano derecha y con la izquierda apoyarnos en el brazo de nuestro interlocutor, buscando una mayor aproximación?. ¿Con qué facilidad aceptamos que un amigo al vernos nos dé un abrazo?. ¿Qué tal aceptamos los besos de nuestros familiares?. ¿Seguimos dando y recibiendo besos de nuestros padres y hermanos?. ¿Hasta qué punto nos sentimos incómodos en los lugares públicos, donde hay mucha gente?. ¿Qué tal en el metro en horas punta?. Cuando estamos con niños pequeños, ¿con qué facilidad les "tocamos", acariciamos?. ¿Es habitual que la mano, como en un reflejo, realice una caricia en el "cogote" de un niño pequeño cuando estamos en familia o con amigos?. Cuando nos enseñan un bebé, ¿algo en nuestro interior nos invita a tocarlo, a cogerlo incluso?. Y ahora, en un esfuerzo aún mayor, ¿podemos recordar que nos sucedía cuando éramos niños?. ¿Era "obligado" el beso de buenas noches con padres y hermanos?. ¿Ibamos de la mano de nuestros padres, de nuestros hermanos?. ¿Podemos recordar algún momento en el que estuvimos sobre las rodillas de alguno de nuestros progenitores?.

Por último, queda todo el apasionante mundo de sensaciones que se producen en el contacto entre enamorados. ¿No hemos temblado nunca con una simple caricia?. ¿Con un simple beso en la mejilla?. ¿No hemos notado el "fuego" que puede transmitirse entre dos manos?. A veces, incluso en los instantes antes del "contacto". En los momentos en los que hemos estado profundamente enamorados, cuando iniciábamos los primeros pasos en el conocimiento del amor, ¿no nos estremecimos nunca por la simple proximidad de la persona querida?. ¡Química pura!.

En fin, os invito a sentiros cómodos con el cultivo del sentido del tacto. Mostrar vuestra humanidad, reducir vuestras defensas y vuestros márgenes de seguridad (con las personas queridas o apreciadas, evidentemente). Entre todos deberíamos luchar un poco para que el tacto deje de ser un sentido "perseguido" en la sociedad moderna y, muchas veces, incluso mal visto. En todo momento me estoy refiriendo al tacto como caricia, como muestra de cariño. Quedan al margen de este escrito otro tipo de connotaciones (ofensa, agresión, etc.).

Lo dicho: reclamar nuestros sentidos nos enraiza en nuestra propia humanidad.

(2000)
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