sábado, 7 de marzo de 2009

SOBRE EL LIBRO "EL TEMPLO ABANDONADO" DE MARK MAZOWER

EL TEMPLO ABANDONADO: AUGE Y CAÍDA DE LA DEMOCRACIA
Mark Mazower

INTRODUCCIÓN

El autor describe los cambios sufridos por los gobiernos europeos en el periodo de entreguerras del siglo pasado, es decir, en el transcurso de la segunda y tercera década del siglo XX.

Describe la instauración de las democracias parlamentarias en Europa, los problemas derivados de su concepción y las causas de su temprana transformación en gobiernos autocráticos (el “templo abandonado” de los ideales liberales, según Mussolini).

Finalmente, el autor describe la llegada al poder del régimen bolchevique en Rusia, del fascismo en Italia y, sobre todo, del Nacionalsocialismo en Alemania, tema éste al que dedica el último capítulo del texto.


PRINCIPALES LÍNEAS ARGUMENTALES DE MAZOWER

El texto de Mazower gira alrededor de las siguientes líneas argumentales:

El fin de la Primera Guerra Mundial significó el triunfo de las ideas liberales que habían pugnado con las aristocracias dominantes desde hacía más de un siglo.
Los liberales aprovecharon este triunfo para inundar Europa de sistemas democráticos parlamentarios y de Constituciones.
Estos sistemas y estos textos constitucionales fueron como una especie de orgía a la que se entregaron abogados, juristas y hombres de leyes, más preocupados por los aspectos políticos del cambio que por los sociales, que llenaron los textos de utopías y jerga jurídica.
Había un punto de unión entre todos estos nuevos sistemas: la intención de minimizar en todo lo posible al poder ejecutivo, por el miedo a que éste recuperara las atribuciones absolutistas del pasado.
La tentación de considerar el ideal democrático como una herencia del pasado europeo y como algo intrínseco a nuestro pensamiento no se ajusta a la realidad: el pasado europeo siempre estuvo dominado por sistemas autoritarios.
El fracaso de estos primeros sistemas democráticos estaba marcado por su propia configuración: un poder real inexistente, unos parlamentos que se convirtieron en lugar de disputas e intereses particulares y no de consensos y acuerdos, un poder político excesivamente idealista y apartado de la triste realidad social, unas Constituciones llenas de frases sin contenido real y que contemplaban la diversidad social de una forma totalmente idealista y unas leyes que permitieron la llegada al poder de partidos políticos autoritarios que, en poco más de un decenio, se hicieron con el gobierno de numerosos partidos europeos, entre ellos Alemania.
No cabe considerar los años de gobierno de estos regímenes autoritarios como un paréntesis en la ideología democrática de las sociedades de la época, sino al revés: fueron los regímenes democráticos los que significaron una excepción en el tipo de gobierno europeo instaurado desde hacía siglos.
La revolución rusa fue un aviso temprano de lo que podía ocurrir en el resto de países europeos. Apenas terminada la Primera Guerra Mundial y tras un brevísimo intento democrático, Rusia se convirtió en una dictadura proletaria, que en un principio satisfacía mejor a las tremendas necesidades de la sociedad rural rusa. El ejemplo ruso no triunfó en ningún otro sitio, pero fue un aviso a las recién instauradas democracias.
Es muy discutible que el pueblo estuviera preparado para acoger la democracia y las ideas liberales más extremistas. Los problemas sociales, la pobreza, el hambre y la falta de satisfacción de las necesidades más elementales no se solucionaban con el derecho a voto, sino con actuaciones concretas. Los liberales se dieron cuenta que la Reforma Agraria iba a ser fundamental para el triunfo de sus ideales, pero fue el problema agrario el que arrastró a numerosos países a cambios de régimen e incluso a guerras civiles, como le ocurrió a España, donde el problema agrario fue clave para la llegada al poder del Frente Popular y su enfrentamiento con los que defendían las ideas conservadoras (y los derechos de los latifundistas), todo lo cual condujo a la guerra civil.
Algunos países anglosajones, con el Reino Unido a la cabeza, pensaban que los pueblos mediterráneos no estaban preparados para asumir los ideales democráticos, por lo que fueron blandos en su defensa de las débiles democracias recién nacidas, cuando estas empezaron a peligrar.
Finalmente, Mazower dedica un capítulo entero a la llegada al poder del régimen Nacionalsocialista en Alemania, su aprovechamiento inicial del sistema democrático, el culto al líder, las manifestaciones de masas como rituales, el entusiasmo obligado al régimen y las ideas raciales que debían imponerse a los “criterios formales legales”. Mazower llega a la conclusión de que sólo una guerra de amplio alcance podía hacer realidad el proyecto nazi para “la salvación racial de la nación alemana”.


EXPOSICIÓN DEL CONTENIDO DEL TEXTO

La llegada al poder de las Democracias Parlamentarias

El final de la I Guerra Mundial significó la victoria de las ideas liberales que durante decenios habían pugnado por acabar con lo que llamaban el “antiguo régimen”, es decir, con los regimenes que habían ostentado el poder durante siglos, bajo el mando de reyes y emperadores y cortes aristocráticas.

Mazower expone un ejemplo muy claro de la situación: antes de la Primera Guerra Mundial sólo había en Europa tres repúblicas. Cuando la guerra concluyó en 1918, eran trece. Se había producido lo impensable: los imperios ruso, austro-húngaro, alemán y otomano habían desaparecido como por arte de magia. Era la oportunidad que los liberales habían ansiado. Por fin podían poner en práctica sus deseos, que podían resumirse en:

Acceso al poder de la voluntad popular.
Redacción e implementación de Constituciones garantes de las libertades.
Constitución de Asambleas populares o Parlamentos en los que se depositara el poder legislativo.

En conclusión, la toma del poder por la “Democracia Parlamentaria” y su extensión por toda Europa fue una consecuencia inevitable del fin de la Primera Guerra Mundial. Pero esta ocupación del poder duró muy poco, menos de una década, por motivos que Mazower intenta aclarar en su texto.

Los errores en su creación.

Las democracias recién llegadas se convirtieron desde el principio en un “alud de parlamentos”, dominados por juristas y técnicos en leyes, más preocupados por la letra y la política, que por las necesidades populares. La democracia era una total novedad en aquellos tiempos. Este es un punto importante: no cabe ver la consecución de la democracia como algo lógico inherente a la naturaleza del pensamiento europeo. Nunca fue así. La democracia vivía en los ideales liberales desde el siglo XIX, pero nunca había arraigado en suelo europeo. Europa no tenía raíces democráticas.

La creación de Constituciones que competían en declarar derechos y en exponer ideales utópicos, fue imparable en los primeros años de posguerra. Fueron los juristas, los abogados y los políticos de clase media los que dirigieron este proceso constitucional. En palabras de Mazower, en esos años el jurista era rey.

Los liberales burgueses habían luchado tanto contra el poder autoritario de los monarcas que hicieron todo lo posible para que el poder que emanara de las nuevas Constituciones limitara en todo lo posible al poder ejecutivo de los Gobiernos en favor del legislativo de los Parlamentos. Pero ésto se volvió en contra de las propias ideas liberales, pues se sucedieron gobiernos débiles que tenían las manos atadas, y los parlamentos, fragmentados en partidos e ideologías, se mostraron inoperantes.

La revolución bolchevique

La prueba más evidente del error que cometieron los liberales fue la revolución bolchevique. Los liberales rusos creyeron que la solución a una crisis social muy arraigada sería otorgar al pueblo las libertades constitucionales. Pero el pueblo no quería libertades, sino paz y tierra. Rusia se convirtió en la primera derrota del liberalismo, y ello sucedió apenas terminada la guerra. Los enemigos evidentes y temidos de los defensores de la instauración de la democracia liberal tras la caída del Zar eran los defensores de los Romanoz y no los bolcheviques. No se prestó demasiado atención a las intenciones de estos últimos.

Incluso los propios bolcheviques no tenían claros sus deseos, pués al principio apoyaron la formación de una Asamblea Constituyente, muy confiados con el apoyo que iban a obtener. Fue tras ver que este apoyo no era tan importante cuando apostataron con la Asamblea.

Los liberales rusos cometieron el error de creer que la arraigada crisis social rusa, con millones de campesinos que apenas podían subsistir, podía solucionarse dotando al pueblo de “libertades constitucionales”. Apenas había nacido el parlamentarismo democrático cuando Lenin ya proclamaba la necesidad de abandonarlo por la República Soviética, proletaria, sencilla, desordenada en parte, pero más cercana a la sociedad, palpitante y vital.

El régimen bolchevique antepuso la búsqueda de los beneficios sociales (vivienda, educación, asistencia médica, etc.) a las libertades individuales. Por último, el régimen ruso también se distinguió de las ideas liberales democráticas en el uso del terror estatal como instrumento político aceptado por el poder.

El fascismo italiano

Las ideas revolucionarias bolcheviques no tuvieron éxito en el resto de Europa. Probablemente el motivo fue que en el resto de Europa no existían las masas agrarias miserables y hambrientas presentes en la Rusia de los zares. Aún así, el problema agrario se convirtió en una prioridad para las nacientes democracias. La reforma agraria se convirtió en bandera liberal-socialista en numerosos países. Pero las clases terratenientes no fueron fáciles de vencer. En algunos países, como España, la reforma agraria fue un motivo relevante de enfrentamientos civiles.

Las derechas utilizaron el partido y las elecciones para acceder al poder. Fue el miedo a la ocupación del poder por parte del socialismo, lo que hizo que Musolini pudiera llegar al gobierno italiano. Las derechas llegaban al poder como únicas capaces de afrontar el descontento popular y la inestabilidad política y frenar futuras revoluciones que pudieran derivar en situaciones similares a la Rusa. El miedo al comunismo empujó a muchos liberales hacia posiciones autoritarias.

Pero una vez obtenido el poder, las derechas insistieron en no continuar el proceso parlamentario y propusieron diversas alternativas. La primera fue el Estado Corporativo propuesto por Mussolini, que pretendía organizar la representación de la sociedad a través de asociaciones de productores y no de clases sociales. En opinión del autor, el corporativismo era una máscara que intentaba ocultar la domesticación fascista de los trabajadores y su colaboración con la élite que los dirigía.

El Estado fascista que impuso Mussolini conservó rasgos del pasado: el rey seguía siendo Jefe del Estado (aunque con unos poderes muy mermados) y el Parlamento seguía con sus debates estériles. Pero el estado de Mussolini se diferenciaba del estado liberal en su defensa del autoritarismo. Mussolini escribió: “No debemos exagerar la importancia del liberalismo… y convertirlo en religión de la humanidad para todos los tiempos presentes y futuros, cuando en realidad fue sólo una de las numerosas doctrinas de este siglo… El liberalismo se halla ahora en trance de cerrar las puertas de su templo abandonado.”

La transferencia del poder del legislativo al ejecutivo.

La crisis parlamentaria condujo al fortalecimiento del ejecutivo. La representación proporcional que algunos liberales pensaban iba a ser más justa que la mayoritaria, se impuso en numeroso Estados. El resultado fue la proliferación de partidos con representación parlamentaria que actuaban en exclusiva defensa de los intereses de sus seguidores. En vez de ser un lugar de discusión en busca de acuerdos, los Parlamentos se convirtieron en el sitio idóneo donde exponer las tensiones sociales. Los acuerdos eran imposibles. Las divisiones étnicas y clasistas presentes en numerosos estados favorecieron esta situación. Como consecuencia, los cuerpos legislativos fueron reforzando el papel del ejecutivo, en busca de que los gobiernos fueron posibles y los Estados no llegaran al colapso institucional.

El miedo atávico a volver a las andadas autocráticas de los antiguos imperios, había creado el problema: las Constituciones ponían énfasis en el poder legislativo y éste era incapaz de poner orden en la crisis social. El lógico refuerzo del poder ejecutivo abría el camino a nuevos autoritarismos. Hacia mediados de los años treinta, las derechas se habían hecho con el poder en numeroso países y las discusiones ideológicas tenían lugar dentro de la derecha, entre autoritarios, conservadores tradicionalistas, tecnócratas y radicales.

La interiorización de los valores democráticos

Todo ello condujo a la crisis de la democracia. Algunos juristas, en defensa del trabajo constitucional realizado hasta entonces, plantearon que el problema no residía en la democratización de las constituciones, sino en una ausencia de valores democráticos en el pueblo.

Es fácil interpretar el periodo de regímenes autoritarios que ocuparon el poder en la época entreguerras como un hecho aislado, como un paréntesis liderado por locos o fanáticos que habían optado por apartarse del ideal democrático. Pero, ¿realmente fue así, o más bien lo contrario?. Los regímenes totalitarios tenían semejanza con las monarquías absolutistas de antes de la Primera Guerra. Lo que había sido un paréntesis fueron los pocos años de democracia que a duras penas habían existido en algunos países europeos.

Algunos políticos ingleses, como Churchil o Chamberlain, dudaron de que la tradición parlamentaria inglesa y su concepto de democracia fuera exportable a determinados países. Esta idea facilitó la comprensión internacional de la llegada al poder de derechas autocráticas en numerosos estados europeos. La poca o nula tradición democrática en suelo europeo explica en parte por qué se fueron estableciendo regímenes antiliberales con la facilidad que lo hicieron.

El Estado Nacionalsocialista

En la década de los años treinta del siglo pasado, el liberalismo parecía cansado de tanta lucha, la izquierda organizada había quedado aplastada y la derecha ocupaba el poder en numeroso países. La nueva derecha radical ascendió al poder a través de elecciones parlamentarias, utilizando los partidos políticos en su beneficio. Pero la derecha en Italia y Alemania, una vez llegó al poder ya no quiso seguir jugando el juego democrático. Pero fue en Alemania donde la llegada al poder de la derecha significó una auténtica revolución. El asalto de la derecha al liberalismo democrático, en Alemania fue extremista e intransigente, el parlamento dejaba de ser el representante de la legitimidad, pero con él, también dejaban de ser referentes la Iglesia o la monarquía. Para el Führer la única legitimidad posible residía en la voluntad popular que el interpretaba.

Para HItler la ley estaba sometida a la política. Todos los actos políticos emprendidos por el III Reich fueron revestidos de amparo legal. De este modo, la ley dejó de ser igual para todos y judíos, gitanos y lo que el régimen consideraba “clases degeneradas” (homosexuales, minusválidos, etc.) dejaron de estar protegidos por ella, en aras de conseguir una “sana comunidad racial”. El regímen nacionalsocialista, además, insistió en que la esfera privada era también potencialmente política. La unidad familiar quedó respaldada, pero sometida a un poder superior. El miedo y las denuncias se instauraron en el subconsciente de los ciudadanos.

Por otra parte, los ciudadanos estaban obligados a demostrar fervor hacia el régimen. En una democracia el pueblo tiene derecho a decidir a quién apoyar y con qué grado, pero en el régimen nazi todo lo que fuera inferior al entusiasmo podría considerarse potencialmente subversivo y, por lo tanto, sancionable. El culto al líder volvió a verse como algo natural que contribuía a unificar al pueblo. Las manifestaciones de masas, además, servían para poner de relieve la atomización y la impotencia del individuo. Pero no hay que pensar en un pueblo engañado y sometido por un régimen poderoso, sino más bien de unos valores compartidos entre la jefatura y la población. La mayoría de la población alemana no había votado a Hitler, pero tampoco se resistió a él. La gente aceptó el cambio y el nacionalsocialismo se convirtió en parte de la vida cotidiana.

Pero precisamente el hecho de que la política nazi podía encajar tan bien en la vida tradicional alemana, lo que se traducía en una normalidad cotidiana, asustaba a Hitler que se daba cuenta que esa normalidad era contraria a la consecución de sus sueños utópicos. Los radicales nazis no veían con buenos ojos el “letargo político” del gobierno nacionalsocialista. La conclusión era demencial: solo una guerra podría hacer realidad el proyecto nazi de salvación racial de la población alemana.


COMENTARIO CRÍTICO

Mazorwe describe los acontecimientos con maestría, haciendo que parezcan evidentes las causas y las consecuencias históricas de lo que narra. Su visión particular de la victoria liberal tras la Primera Guerra Mundial, la construcción de las democracias parlamentarias, con los fallos que él les achaca, la lógica, también según Mazorwe, llegada de las derechas al poder, etc., se convierte en relato histórico que parece coherente en la lectura.

Los hechos históricos que aparecen en el texto son reales y difícilmente discutibles, pero no la interpretación que el autor hace de los mismos. Veamos algunos ejemplos de esas interpretaciones:

Que las democracias parlamentarias instauradas tras el fin de la Primera Guerra Mundial fueron utópicas y no respondieron a la demanda de las sociedades que las pusieron en marcha es una opinión del autor. La realidad es que numerosos países europeos consiguieron hacer triunfar esas democracias, protegerlas de revoluciones comunistas y de ataques fascistas y sólo otra Gran Guerra Mundial o algunas guerras civiles, como la española, pudieron hacer tambalear y caer estos nuevos regímenes democráticos.
Que la idea liberal de democracia popular era nueva para Europa y no estaba integrada en el pensamiento social europeo también es algo relativamente cierto. Cierto es que los regímenes anteriores a la Primera Gran Guerra estaban dominados por reyes y emperadores autárquicos, pero también es cierto que Europa era el continente de la razón, de unas ideas y ansias de libertad que iban más allá de estos gobiernos. Las democracias parlamentarias no fueron un invento de unos iluminados, sino la respuesta a un clamor de amplias capas sociales.
Que las Constituciones de numerosos países eran demasiado utópicas e irreales es una interpretación. Si la democracia americana tampoco hubiera triunfado y hubiera disfrutado tan sólo de unos pocos decenios de vida, también diríamos ahora que el contenido de su Constitución era utópico e irreal.
Si las derechas llegaron al poder en numerosos países no fue por fallos del sistema, sino porque las izquierdas no supieron aglutinarse y hacer frente a las demandas de la mayoría de la ciudadanía. Las derechas llegaron al poder a través de los votos de sus correligionarios y es peligroso no aceptar que esto es democrático.
Que en Austria, Italia o Alemania, la población estaba conforme con el gobierno dictatorial fascista o nacionalsocialista, hasta el punto de decir que se compartían de forma mayoritaria valores asociados a estas ideologías, es más que discutible. En mi opinión, lo que ocurre es que cuando se instaura el terror en el gobierno, un terreno que es capaz de controlarlo todo, es muy difícil hacerle frente por parte de la población.

En el fondo, la lectura del texto de Mazower destila predestinación y pesimismo. Es como si todo lo negativo que ocurrió en el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial estuviera llamado a ocurrir. En resumen, vendría a ser algo así:

Los liberales se lanzan a constituir democracias parlamentarias y Constituciones nacionales tras la Primera Guerra Mundial y lo hacen de espaldas a los auténticos problemas sociales, sólo preocupados por la letra de los que están haciendo.
Los Parlamentos se erigen como caldo de cultivo de la discordia y la desunión nacional, más que lo contrario.
Las derechas, con su ideal conservador y antiguo, aprovechan la oportunidad para recuperar el poder en muy poco tiempo (salvo en Rusia, donde los liberales no tuvieron ni tiempo de demostrar su “desastrosa” forma de actuar).
En muchos países, algunos muy significativos como Italia y Alemania, las derechas pronto se convierten en auténticas dictaduras de hierro.
Pronto uno de estos gobiernos radicales, el de la Alemania nazi en concreto, interpreta que sólo otra Gran Guerra puede significar el triunfo total de su ideología y la consecución de sus utopías.

Pero este discurso es excesivamente lineal y pudo haber sido totalmente diferente.

CONCLUSIÓN

El texto de Mazower es una magnífica interpretación de los años de entreguerras del siglo pasado. Su interpretación de los hechos mueve a la reflexión personal. Quizás si alguna cosa hubiera sido diferente, Europa se hubiera podido ahorrar los millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial.

Las diferencias sociales de principios del siglo XX no se lo pusieron fácil a los liberales que intentaron reorganizar unas sociedades totalmente tocadas tras el final de la Primera Guerra Mundial. La desaparición de los poderes tradicionales dejó un vacío tan tremendo que no fue fácil de volverse a rellenar. Y los liberales se dejaron llevar por la utopía en esta tarea.

Grandes diferencias sociales, izquierdas divididas, parlamentos desorientados, gobiernos débiles, ideales desatados por todos lados, derechas que llegaban al poder y, una vez obtenido, ponían las bases para no volver a perderlo, renegando de los procesos democráticos que les habían permitido conseguirlo, etc., todo ello era un caldo de cultivo idóneo para provocar una nueva explosión de violencia, como en realidad ocurrió.


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