domingo, 8 de marzo de 2009
SOBRE LOS SENTIDOS
Sólo se nos exige estimular (y no en positivo) el sentido de la vista, ya que una serie de mercados e intereses se mueven alrededor de la moda y de las imágenes que nos venden como estereotipos de lo que es correcto o no (físicamente por ejemplo) y el del oído (¿) de una forma ecléctica, desordenada y, en general, terriblemente mala y siempre dirigida hacia el comercio (la música), nunca dirigida hacia la auténtica comunicación: la conversación, el diálogo.
En cuanto a comunicación entre personas, nos sirve un móvil o un email: ¿alguien podría recordar el olor del pelo de una persona amada, de la piel de unos hombros, de la tierra mojada, de una simple flor?. ¿Cuánto hace que no oléis una flor?. ¿Quién conserva un timbre y un tono de voz personal y reconocible, quién habla alguna vez en voz baja, quién susurra alguna vez palabras de amor?. Del gusto, mejor no hablar: ¿queda algo auténtico, no contaminado por edulcorantes, conservantes, etc.?. Si queda, probablemente ya no nos gustará.
Y el tacto... Ya no nos tocamos. Todos los instrumentos que nos “facilitan” la existencia (desde el televisor al coche, el teléfono, etc.) nos han separado definitivamente. Estamos acostumbrados a ver “masas” de gente, pero de ahí a tocarnos... Se ha perdido la costumbre de acariciar a las personas queridas (salvo a la esposa o al marido y aún así en contadas ocasiones), a los amigos. ¿Cuánto hace que no vais del brazo por la calle con un amigo o amiga, cuánto hace que no pasáis el brazo por encima del hombro de alguien del mismo sexo (en el caso de los varones, prescindiendo de las demostraciones machistas y breves entre “colegas”) o paseáis cogidas de la mano, en el caso de las mujeres (¿recordáis que lo hacíais cuando erais niñas?).
En fin, si seguimos evolucionando así, seremos seres unidos necesariamente a máquinas que sustituirán todo aquello que los sentidos nos han brindado durante cientos de miles de años: el contacto directo entre personas, sin intermediarios.
El mundo y el tiempo en que nos ha tocado vivir nos han convertido en seres humanos que tienen que convivir con una gran confusión entre lo que es "amor", "sensualidad" y "sexualidad". El "progreso" alcanzado en los países más "avanzados" (que por supuesto ha conllevado aspectos positivos para la humanidad, como son la cura de enfermedades, la desaparición de las epidemias mortales, la idea de "derechos humanos", la democracia, etc.) ha debilitado nuestra conexión física con el lugar, la familia, la comunidad, todo con el objetivo de dedicarnos en exclusiva a ser trabajadores, productores, profesionales que cambian su tiempo por bienes de consumo y todo aquello que la sociedad actual considera necesario para tener la máxima "calidad de vida".
Pero en el fondo, en lo más profundo de nuestro ser algo se rebela y vivimos en una perturbadora paradoja: por más facilidades de comunicación de las que dispongamos, cada vez nos sentimos más solos y "exiliados" del mundo de los sentidos. Vamos camino de abandonar del todo el contacto íntimo y sensorial que durante milenios, desde la formación de las primeras comunidades hace una docena de miles de años (o incluso desde las épocas más ancestrales), aprendimos a desarrollar para poder entender y abarcar (y disfrutar) el mundo que nos rodea y para llevar hasta el máximo de disfrute la potencialidad de nuestro ser físico y espiritual.
Cuanto más desconectados estamos de nuestra potencial sensualidad, cuanto menos posibilidades tenemos de disfrutar de la sinfonía de colores, sonidos, olores y sabores que nos ofrece el mundo "auténtico" que nos rodea, más nos alejamos de la sensualidad y acabamos convirtiéndolo todo en sexo. Hoy en día consideramos "sexo" cualquier aproximación entre dos personas. ¡Nos da miedo tocar y nos aterra ser tocados!. Las mujeres pueden tocarse si son amigas. En los "hombres" está totalmente prohibido, con la única excepción de lo que llamamos "deportes", que no son más que sustitutos de antiguas formas rituales de guerra (personalmente me recuerdan las "guerras floridas" que organizaban anualmente los aztecas con los pueblos de alrededor con el fin de mantener a sus ejércitos en forma y capturar prisioneros para sus sacrificios rituales).
En conclusión: ¿por qué no nos detenemos un momento un recordamos nuestra niñez y, con los ojos profundamente cerrados, en evocación intensa, nos esforzamos por recordar también los colores, olores, sabores, etc. que seguro asimilamos al ambiente protector de nuestro primer hogar?.
Hagamos un esfuerzo por educar nuestros sentidos. Escuchemos a nuestro corazón y a la sabiduría impregnada en cada uno de nosotros como consecuencia del transcurso de toda la historia de la humanidad y sabremos cuándo la compasión está llamando a nuestra puerta para rodear con nuestros brazos a una amigo afligido o cuando la alegría nos llama a abrazar a un amigo que hacía tiempo que no veíamos.
Reflexionar sobre cuál es vuestro coeficiente de sensualidad. Todos conocemos y no nos resulta extraño el Coeficiente Intelectual. A esta propiedad del ser humano le hemos dado un enorme valor, que sin duda lo tiene. Pero ¿por qué no potenciar también este otro Coeficiente?. ¿Cuál es vuestro Coeficiente de Sensualidad?. ¿Reconocemos olores, sabores íntimos?. ¿A qué distancia de los demás nos sentimos más cómodos?. ¿Llegamos a tocar a nuestros interlocutores?. ¿Abrazamos a nuestra familia?. ¿A nuestros amigos?. ¿Sabríamos reconocer la diferencia menos sutil de lo que podamos pensar, entre sensualidad y sexualidad?. Os animo a pensar en ello.
Para mejorar nuestro coeficiente de sensualidad (¿hemos reflexionado alguna vez sobre nuestro grado de coeficiente de sensualidad?), tenemos que remontarnos al origen. Los sentidos se forman, modulan, asientan durante los primeros años de nuestra vida. Así que nada mejor para ejercitar nuestro nivel de sensualidad que volver a nuestra infancia. Busquemos un momento tranquilo, en soledad, en un lugar que no distraiga nuestra atención. Cerremos los ojos y volvamos atrás:
* ¿Qué olores nos recuerdan nuestra niñez?. ¿Qué olores nos transportan al afecto que nos rodeaba entonces?. ¿Cómo olía nuestro hogar?. ¿Hemos reencontrado ese olor alguna vez en alguna casona vieja?. ¿El olor de un buen tazón de chocolate caliente?. ¿El pan recién hecho?. ¿El aroma de alguna comida en especial que hace tantos años que no comemos?. ¿El del tabaco que fumaba alguno de nuestros padres o familiares?. ¿Las sábanas limpias, algún detergente o jabón de la época, aquellas galletas que nos hacía o compraba nuestra abuela...?. ¿Cómo olía aquel primer coche de papa?. ¿Recordamos nuestra primera colonia?.
* ¿Alguna música en especial?. ¿Anuncios de televisión, emisoras de radio, radionovelas?. ¿La voz de alguien querido que ya no está entre nosotros?. ¿Las clases de algún profesor?. ¿El consejo de algún amigo?. ¿Podemos imaginarnos el sonido de nuestras propias palabras cuando, de adolescentes, ofrecíamos palabras de amor?. ¿Los discos de nuestro primer "tocadiscos"?. ¿La primera lavadora de mamá?.
* Nuestros recuerdos, ¿son en blanco y negro?. ¿Podemos con esfuerzo ponerles color?. ¿Podríamos apreciar los matices de los colores de nuestra niñez?. ¿El color del papel de nuestra habitación?. ¿Algún vestido, camisa, pantalón especial?. ¿El color del campo en una excursión con nuestros padres o amigos en otoño?. ¿El matiz de los marrones de las hojas de los árboles?. ¿Teníamos flores en casa?. ¿Rosas, margaritas, claveles?. ¿Recordamos sus colores?. ¿El color del pelo de aquel gato del vecino?.
* Y el gusto, probablemente y sobre todo referido a las comidas. ¿Tenemos comidas claramente identificadas con nuestra niñez?. ¿Tortillas, embutido?. ¿Alguna de aquellas cosas raras que nos daban de pequeños, claras de huevo con leche, agua del carmen, pan con vino y azúcar o el repelente aceite de ricino?. ¿Podríamos asociar algunos gustos a cosas agradables o desagradables?. ¿Qué tal aquel jarabe de la tos?.
* Por último, mi preferido y quizás el más difícil de recordar: el sentido del tacto. ¿Recordamos si las manos de nuestros padres eran rudas, trabajadas o suaves?. ¿Nos sentábamos sobre el regazo de nuestra madre?. ¿Nos acariciaba el pelo?. ¿Podemos notar esa mano entrando por nuestra frente hacia atrás?. ¿Y el tacto de los objetos?. ¿Un osito de peluche, una toalla en especial, unos tejanos viejos?. ¿El tacto metálico de un juguete en especial, el plástico de los soldaditos, de las piezas del Exin Castillos?. ¿El contacto de un baño caliente jugando en la bañera?. ¿Y nuestras primeras caricias de adolescente?. ¿Podemos recordar el terremoto que ocasionaban en nuestra piel aquellos primeros besos inocentes?. ¿Podemos recordar nuestras suaves manos de niño crecido acariciando a alguien querido o unas manos parecidas acariciándonos a nosotros?.
Hagamos finalmente un último ejercicio. Intentemos describir a alguien conocido sólo por lo que nos dicen de él nuestros sentidos. ¿Podríamos hacerlo?. ¿Podríamos describir a alguien por sus "sonidos", por sus "colores", por sus "aromas", por la sensación del contacto físico de sus manos, de un apretón en el brazo, de sus mejillas cuando nos da un beso?.
Uno de los sentidos menos cultivados: el del tacto.
Es evidente que guardamos memoria en relación al tacto. Todos podemos diferenciar con los ojos cerrados un trozo de tela de lana de un objeto metálico, y no sólo por el peso, sino por la sensación directa que transmiten estos objetos en las yemas de nuestros dedos. Pero en mi opinión este reconocimiento de objetos sería la memoria del "tacto físico". Otra cosa sería el "tacto químico" o, quizás mejor, el "tacto emocional". Este sería el tacto que no nos refiere a un objeto sino a una sensación, a una emoción. Ponía algunos ejemplos en mi anterior correo. Sería el "tacto" que recibe nuestro organismo al sumergirnos en un relajante y placentero baño caliente: esa sensación de abandono, flotación, de huida de la realidad, los ojos se cierran, la cabeza hacia atrás, el agua hasta el cuello... El "objeto físico" que estamos "tocando" no es ni más ni menos que "agua", pero la sensación del entorno, del momento nos transmite sentimientos.
Lo mismo ocurre si intentamos recordar el "tacto de las caricias" de una madre, un padre o de nuestra pareja. El "contacto" es siempre el mismo: unas manos que se posan sobre las nuestras, sobre nuestros hombros, nuestro rostro. Pero siendo "carne con carne", es evidente que no es la misma sensación. Nuestro cerebro no da la misma respuesta al mismo estímulo "físico". Es absolutamente diferente el "tacto" de la mano de nuestra madre o nuestro padre cuando nos abrazan que el que nos produce nuestra pareja.
Cada uno de nosotros responde al contacto físico de forma distinta. Y sólo hay que ver cual es la distancia de seguridad que cada uno de nosotros marcamos cuando estamos con alguien para imaginar el grado de aceptación táctil que cada uno tiene. Podemos autoanalizarnos en este sentido: cuando damos la mano a alguien, ¿lo hacemos con el brazo estirado o "en corto", con el brazo doblado por el codo?, ¿solemos dar la mano derecha y con la izquierda apoyarnos en el brazo de nuestro interlocutor, buscando una mayor aproximación?. ¿Con qué facilidad aceptamos que un amigo al vernos nos dé un abrazo?. ¿Qué tal aceptamos los besos de nuestros familiares?. ¿Seguimos dando y recibiendo besos de nuestros padres y hermanos?. ¿Hasta qué punto nos sentimos incómodos en los lugares públicos, donde hay mucha gente?. ¿Qué tal en el metro en horas punta?. Cuando estamos con niños pequeños, ¿con qué facilidad les "tocamos", acariciamos?. ¿Es habitual que la mano, como en un reflejo, realice una caricia en el "cogote" de un niño pequeño cuando estamos en familia o con amigos?. Cuando nos enseñan un bebé, ¿algo en nuestro interior nos invita a tocarlo, a cogerlo incluso?. Y ahora, en un esfuerzo aún mayor, ¿podemos recordar que nos sucedía cuando éramos niños?. ¿Era "obligado" el beso de buenas noches con padres y hermanos?. ¿Ibamos de la mano de nuestros padres, de nuestros hermanos?. ¿Podemos recordar algún momento en el que estuvimos sobre las rodillas de alguno de nuestros progenitores?.
Por último, queda todo el apasionante mundo de sensaciones que se producen en el contacto entre enamorados. ¿No hemos temblado nunca con una simple caricia?. ¿Con un simple beso en la mejilla?. ¿No hemos notado el "fuego" que puede transmitirse entre dos manos?. A veces, incluso en los instantes antes del "contacto". En los momentos en los que hemos estado profundamente enamorados, cuando iniciábamos los primeros pasos en el conocimiento del amor, ¿no nos estremecimos nunca por la simple proximidad de la persona querida?. ¡Química pura!.
En fin, os invito a sentiros cómodos con el cultivo del sentido del tacto. Mostrar vuestra humanidad, reducir vuestras defensas y vuestros márgenes de seguridad (con las personas queridas o apreciadas, evidentemente). Entre todos deberíamos luchar un poco para que el tacto deje de ser un sentido "perseguido" en la sociedad moderna y, muchas veces, incluso mal visto. En todo momento me estoy refiriendo al tacto como caricia, como muestra de cariño. Quedan al margen de este escrito otro tipo de connotaciones (ofensa, agresión, etc.).
Lo dicho: reclamar nuestros sentidos nos enraiza en nuestra propia humanidad.
(2000)
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SOBRE EL LIDERAZGO SEGÚN TOM PETERS
SOBRE EL LIDERAZGO SEGÚN TOM PETERS
LIDERAZGO: Inspira, libera, consigue
La fuerza del “NO LO SÉ”: Te he contratado por una razón y no es seguir órdenes. Así que imagina algo y hazlo.
Si me llega a la mesa del despacho un problema fácil de resolver… tenemos algo que va mal en el “sistema”.
El candidato ideal es el que dice: “No puedo creer que este lugar sea tan jodido. Pero estoy dispuesto a aceptar una oportunidad, siempre que entienda que se me da una opción decente para cambiarlo”.
Existe una lucha entre “las personas que tratan de hacer algo” y “las personas que tratan de evitar que se haga algo erróneo”.
Recompensa los fracasos, sanciona los éxitos mediocres.
Los “perdedores” son esclavos de la jerarquía.
Hay que evitar la “vieja cultura” y no luchar con ella.
No se pueden cambiar las “culturas”, se cambia a las “personas”.
La fuerza del “POR QUÉ”.
Los líderes que no se encuentran a gusto consigo mismos tienen a ser unos fanáticos del control.
No trabajes nunca en un lugar donde la risa sea rara.
No trabajes nunca para un líder que no se ría.
El juego de “culpar a otros” destruye la credibilidad más que otra cosa.
La “Visión” no es algo que pueda crear un comité o un análisis o un consultor… La Visión es una cuestión de Amor apasionado e incontrolado.
Mucho de lo que llamamos “Management” consiste en dificultar la tarea de la gente.
Mándalo todo al infierno y deja que luchen por la supremacía los que tengan las “ideas más guays”.
Hay que descubrir a las personas ávidas del cambio, que están agazapadas en sus guaridas haciendo milagros, a pesar de la inercia y de las fuerzas reaccionarias que les rodean.
No desperdicies nunca la oportunidad de realizar una promoción.
Realiza tu labor rápidamente mientras los campeones de la inercia están ocupados planteando la próxima “evaluación de la planificación”.
Hay que pasar de ofrecer “un trabajo seguro con posibilidades de ascender” a “un gran sitio para trabajar”.
Las empresas tienen que centrarse en crear lugares extraordinarios para trabajar: ¿es tu empresa una “empresa guay”?.
Pon en primer lugar a las personas ¡de verdad!.
La madurez en el liderazgo es la capacidad para manejar los “intangibles”: ¡mandan la actitud y el corazón!.
Si un “gran jefe” no puede nombrar y decir cosas de las 100 principales personas de su organización, es que está lejos de ser un buen líder.
Apreciar a las personas significa darles oportunidades, recompensarlas adecuadamente, etc., pero por encima de todo esté el simple RESPETO.
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sábado, 7 de marzo de 2009
SOBRE EL LIBRO "EL TEMPLO ABANDONADO" DE MARK MAZOWER
Mark Mazower
INTRODUCCIÓN
El autor describe los cambios sufridos por los gobiernos europeos en el periodo de entreguerras del siglo pasado, es decir, en el transcurso de la segunda y tercera década del siglo XX.
Describe la instauración de las democracias parlamentarias en Europa, los problemas derivados de su concepción y las causas de su temprana transformación en gobiernos autocráticos (el “templo abandonado” de los ideales liberales, según Mussolini).
Finalmente, el autor describe la llegada al poder del régimen bolchevique en Rusia, del fascismo en Italia y, sobre todo, del Nacionalsocialismo en Alemania, tema éste al que dedica el último capítulo del texto.
PRINCIPALES LÍNEAS ARGUMENTALES DE MAZOWER
El texto de Mazower gira alrededor de las siguientes líneas argumentales:
El fin de la Primera Guerra Mundial significó el triunfo de las ideas liberales que habían pugnado con las aristocracias dominantes desde hacía más de un siglo.
Los liberales aprovecharon este triunfo para inundar Europa de sistemas democráticos parlamentarios y de Constituciones.
Estos sistemas y estos textos constitucionales fueron como una especie de orgía a la que se entregaron abogados, juristas y hombres de leyes, más preocupados por los aspectos políticos del cambio que por los sociales, que llenaron los textos de utopías y jerga jurídica.
Había un punto de unión entre todos estos nuevos sistemas: la intención de minimizar en todo lo posible al poder ejecutivo, por el miedo a que éste recuperara las atribuciones absolutistas del pasado.
La tentación de considerar el ideal democrático como una herencia del pasado europeo y como algo intrínseco a nuestro pensamiento no se ajusta a la realidad: el pasado europeo siempre estuvo dominado por sistemas autoritarios.
El fracaso de estos primeros sistemas democráticos estaba marcado por su propia configuración: un poder real inexistente, unos parlamentos que se convirtieron en lugar de disputas e intereses particulares y no de consensos y acuerdos, un poder político excesivamente idealista y apartado de la triste realidad social, unas Constituciones llenas de frases sin contenido real y que contemplaban la diversidad social de una forma totalmente idealista y unas leyes que permitieron la llegada al poder de partidos políticos autoritarios que, en poco más de un decenio, se hicieron con el gobierno de numerosos partidos europeos, entre ellos Alemania.
No cabe considerar los años de gobierno de estos regímenes autoritarios como un paréntesis en la ideología democrática de las sociedades de la época, sino al revés: fueron los regímenes democráticos los que significaron una excepción en el tipo de gobierno europeo instaurado desde hacía siglos.
La revolución rusa fue un aviso temprano de lo que podía ocurrir en el resto de países europeos. Apenas terminada la Primera Guerra Mundial y tras un brevísimo intento democrático, Rusia se convirtió en una dictadura proletaria, que en un principio satisfacía mejor a las tremendas necesidades de la sociedad rural rusa. El ejemplo ruso no triunfó en ningún otro sitio, pero fue un aviso a las recién instauradas democracias.
Es muy discutible que el pueblo estuviera preparado para acoger la democracia y las ideas liberales más extremistas. Los problemas sociales, la pobreza, el hambre y la falta de satisfacción de las necesidades más elementales no se solucionaban con el derecho a voto, sino con actuaciones concretas. Los liberales se dieron cuenta que la Reforma Agraria iba a ser fundamental para el triunfo de sus ideales, pero fue el problema agrario el que arrastró a numerosos países a cambios de régimen e incluso a guerras civiles, como le ocurrió a España, donde el problema agrario fue clave para la llegada al poder del Frente Popular y su enfrentamiento con los que defendían las ideas conservadoras (y los derechos de los latifundistas), todo lo cual condujo a la guerra civil.
Algunos países anglosajones, con el Reino Unido a la cabeza, pensaban que los pueblos mediterráneos no estaban preparados para asumir los ideales democráticos, por lo que fueron blandos en su defensa de las débiles democracias recién nacidas, cuando estas empezaron a peligrar.
Finalmente, Mazower dedica un capítulo entero a la llegada al poder del régimen Nacionalsocialista en Alemania, su aprovechamiento inicial del sistema democrático, el culto al líder, las manifestaciones de masas como rituales, el entusiasmo obligado al régimen y las ideas raciales que debían imponerse a los “criterios formales legales”. Mazower llega a la conclusión de que sólo una guerra de amplio alcance podía hacer realidad el proyecto nazi para “la salvación racial de la nación alemana”.
EXPOSICIÓN DEL CONTENIDO DEL TEXTO
La llegada al poder de las Democracias Parlamentarias
El final de la I Guerra Mundial significó la victoria de las ideas liberales que durante decenios habían pugnado por acabar con lo que llamaban el “antiguo régimen”, es decir, con los regimenes que habían ostentado el poder durante siglos, bajo el mando de reyes y emperadores y cortes aristocráticas.
Mazower expone un ejemplo muy claro de la situación: antes de la Primera Guerra Mundial sólo había en Europa tres repúblicas. Cuando la guerra concluyó en 1918, eran trece. Se había producido lo impensable: los imperios ruso, austro-húngaro, alemán y otomano habían desaparecido como por arte de magia. Era la oportunidad que los liberales habían ansiado. Por fin podían poner en práctica sus deseos, que podían resumirse en:
Acceso al poder de la voluntad popular.
Redacción e implementación de Constituciones garantes de las libertades.
Constitución de Asambleas populares o Parlamentos en los que se depositara el poder legislativo.
En conclusión, la toma del poder por la “Democracia Parlamentaria” y su extensión por toda Europa fue una consecuencia inevitable del fin de la Primera Guerra Mundial. Pero esta ocupación del poder duró muy poco, menos de una década, por motivos que Mazower intenta aclarar en su texto.
Los errores en su creación.
Las democracias recién llegadas se convirtieron desde el principio en un “alud de parlamentos”, dominados por juristas y técnicos en leyes, más preocupados por la letra y la política, que por las necesidades populares. La democracia era una total novedad en aquellos tiempos. Este es un punto importante: no cabe ver la consecución de la democracia como algo lógico inherente a la naturaleza del pensamiento europeo. Nunca fue así. La democracia vivía en los ideales liberales desde el siglo XIX, pero nunca había arraigado en suelo europeo. Europa no tenía raíces democráticas.
La creación de Constituciones que competían en declarar derechos y en exponer ideales utópicos, fue imparable en los primeros años de posguerra. Fueron los juristas, los abogados y los políticos de clase media los que dirigieron este proceso constitucional. En palabras de Mazower, en esos años el jurista era rey.
Los liberales burgueses habían luchado tanto contra el poder autoritario de los monarcas que hicieron todo lo posible para que el poder que emanara de las nuevas Constituciones limitara en todo lo posible al poder ejecutivo de los Gobiernos en favor del legislativo de los Parlamentos. Pero ésto se volvió en contra de las propias ideas liberales, pues se sucedieron gobiernos débiles que tenían las manos atadas, y los parlamentos, fragmentados en partidos e ideologías, se mostraron inoperantes.
La revolución bolchevique
La prueba más evidente del error que cometieron los liberales fue la revolución bolchevique. Los liberales rusos creyeron que la solución a una crisis social muy arraigada sería otorgar al pueblo las libertades constitucionales. Pero el pueblo no quería libertades, sino paz y tierra. Rusia se convirtió en la primera derrota del liberalismo, y ello sucedió apenas terminada la guerra. Los enemigos evidentes y temidos de los defensores de la instauración de la democracia liberal tras la caída del Zar eran los defensores de los Romanoz y no los bolcheviques. No se prestó demasiado atención a las intenciones de estos últimos.
Incluso los propios bolcheviques no tenían claros sus deseos, pués al principio apoyaron la formación de una Asamblea Constituyente, muy confiados con el apoyo que iban a obtener. Fue tras ver que este apoyo no era tan importante cuando apostataron con la Asamblea.
Los liberales rusos cometieron el error de creer que la arraigada crisis social rusa, con millones de campesinos que apenas podían subsistir, podía solucionarse dotando al pueblo de “libertades constitucionales”. Apenas había nacido el parlamentarismo democrático cuando Lenin ya proclamaba la necesidad de abandonarlo por la República Soviética, proletaria, sencilla, desordenada en parte, pero más cercana a la sociedad, palpitante y vital.
El régimen bolchevique antepuso la búsqueda de los beneficios sociales (vivienda, educación, asistencia médica, etc.) a las libertades individuales. Por último, el régimen ruso también se distinguió de las ideas liberales democráticas en el uso del terror estatal como instrumento político aceptado por el poder.
El fascismo italiano
Las ideas revolucionarias bolcheviques no tuvieron éxito en el resto de Europa. Probablemente el motivo fue que en el resto de Europa no existían las masas agrarias miserables y hambrientas presentes en la Rusia de los zares. Aún así, el problema agrario se convirtió en una prioridad para las nacientes democracias. La reforma agraria se convirtió en bandera liberal-socialista en numerosos países. Pero las clases terratenientes no fueron fáciles de vencer. En algunos países, como España, la reforma agraria fue un motivo relevante de enfrentamientos civiles.
Las derechas utilizaron el partido y las elecciones para acceder al poder. Fue el miedo a la ocupación del poder por parte del socialismo, lo que hizo que Musolini pudiera llegar al gobierno italiano. Las derechas llegaban al poder como únicas capaces de afrontar el descontento popular y la inestabilidad política y frenar futuras revoluciones que pudieran derivar en situaciones similares a la Rusa. El miedo al comunismo empujó a muchos liberales hacia posiciones autoritarias.
Pero una vez obtenido el poder, las derechas insistieron en no continuar el proceso parlamentario y propusieron diversas alternativas. La primera fue el Estado Corporativo propuesto por Mussolini, que pretendía organizar la representación de la sociedad a través de asociaciones de productores y no de clases sociales. En opinión del autor, el corporativismo era una máscara que intentaba ocultar la domesticación fascista de los trabajadores y su colaboración con la élite que los dirigía.
El Estado fascista que impuso Mussolini conservó rasgos del pasado: el rey seguía siendo Jefe del Estado (aunque con unos poderes muy mermados) y el Parlamento seguía con sus debates estériles. Pero el estado de Mussolini se diferenciaba del estado liberal en su defensa del autoritarismo. Mussolini escribió: “No debemos exagerar la importancia del liberalismo… y convertirlo en religión de la humanidad para todos los tiempos presentes y futuros, cuando en realidad fue sólo una de las numerosas doctrinas de este siglo… El liberalismo se halla ahora en trance de cerrar las puertas de su templo abandonado.”
La transferencia del poder del legislativo al ejecutivo.
La crisis parlamentaria condujo al fortalecimiento del ejecutivo. La representación proporcional que algunos liberales pensaban iba a ser más justa que la mayoritaria, se impuso en numeroso Estados. El resultado fue la proliferación de partidos con representación parlamentaria que actuaban en exclusiva defensa de los intereses de sus seguidores. En vez de ser un lugar de discusión en busca de acuerdos, los Parlamentos se convirtieron en el sitio idóneo donde exponer las tensiones sociales. Los acuerdos eran imposibles. Las divisiones étnicas y clasistas presentes en numerosos estados favorecieron esta situación. Como consecuencia, los cuerpos legislativos fueron reforzando el papel del ejecutivo, en busca de que los gobiernos fueron posibles y los Estados no llegaran al colapso institucional.
El miedo atávico a volver a las andadas autocráticas de los antiguos imperios, había creado el problema: las Constituciones ponían énfasis en el poder legislativo y éste era incapaz de poner orden en la crisis social. El lógico refuerzo del poder ejecutivo abría el camino a nuevos autoritarismos. Hacia mediados de los años treinta, las derechas se habían hecho con el poder en numeroso países y las discusiones ideológicas tenían lugar dentro de la derecha, entre autoritarios, conservadores tradicionalistas, tecnócratas y radicales.
La interiorización de los valores democráticos
Todo ello condujo a la crisis de la democracia. Algunos juristas, en defensa del trabajo constitucional realizado hasta entonces, plantearon que el problema no residía en la democratización de las constituciones, sino en una ausencia de valores democráticos en el pueblo.
Es fácil interpretar el periodo de regímenes autoritarios que ocuparon el poder en la época entreguerras como un hecho aislado, como un paréntesis liderado por locos o fanáticos que habían optado por apartarse del ideal democrático. Pero, ¿realmente fue así, o más bien lo contrario?. Los regímenes totalitarios tenían semejanza con las monarquías absolutistas de antes de la Primera Guerra. Lo que había sido un paréntesis fueron los pocos años de democracia que a duras penas habían existido en algunos países europeos.
Algunos políticos ingleses, como Churchil o Chamberlain, dudaron de que la tradición parlamentaria inglesa y su concepto de democracia fuera exportable a determinados países. Esta idea facilitó la comprensión internacional de la llegada al poder de derechas autocráticas en numerosos estados europeos. La poca o nula tradición democrática en suelo europeo explica en parte por qué se fueron estableciendo regímenes antiliberales con la facilidad que lo hicieron.
El Estado Nacionalsocialista
En la década de los años treinta del siglo pasado, el liberalismo parecía cansado de tanta lucha, la izquierda organizada había quedado aplastada y la derecha ocupaba el poder en numeroso países. La nueva derecha radical ascendió al poder a través de elecciones parlamentarias, utilizando los partidos políticos en su beneficio. Pero la derecha en Italia y Alemania, una vez llegó al poder ya no quiso seguir jugando el juego democrático. Pero fue en Alemania donde la llegada al poder de la derecha significó una auténtica revolución. El asalto de la derecha al liberalismo democrático, en Alemania fue extremista e intransigente, el parlamento dejaba de ser el representante de la legitimidad, pero con él, también dejaban de ser referentes la Iglesia o la monarquía. Para el Führer la única legitimidad posible residía en la voluntad popular que el interpretaba.
Para HItler la ley estaba sometida a la política. Todos los actos políticos emprendidos por el III Reich fueron revestidos de amparo legal. De este modo, la ley dejó de ser igual para todos y judíos, gitanos y lo que el régimen consideraba “clases degeneradas” (homosexuales, minusválidos, etc.) dejaron de estar protegidos por ella, en aras de conseguir una “sana comunidad racial”. El regímen nacionalsocialista, además, insistió en que la esfera privada era también potencialmente política. La unidad familiar quedó respaldada, pero sometida a un poder superior. El miedo y las denuncias se instauraron en el subconsciente de los ciudadanos.
Por otra parte, los ciudadanos estaban obligados a demostrar fervor hacia el régimen. En una democracia el pueblo tiene derecho a decidir a quién apoyar y con qué grado, pero en el régimen nazi todo lo que fuera inferior al entusiasmo podría considerarse potencialmente subversivo y, por lo tanto, sancionable. El culto al líder volvió a verse como algo natural que contribuía a unificar al pueblo. Las manifestaciones de masas, además, servían para poner de relieve la atomización y la impotencia del individuo. Pero no hay que pensar en un pueblo engañado y sometido por un régimen poderoso, sino más bien de unos valores compartidos entre la jefatura y la población. La mayoría de la población alemana no había votado a Hitler, pero tampoco se resistió a él. La gente aceptó el cambio y el nacionalsocialismo se convirtió en parte de la vida cotidiana.
Pero precisamente el hecho de que la política nazi podía encajar tan bien en la vida tradicional alemana, lo que se traducía en una normalidad cotidiana, asustaba a Hitler que se daba cuenta que esa normalidad era contraria a la consecución de sus sueños utópicos. Los radicales nazis no veían con buenos ojos el “letargo político” del gobierno nacionalsocialista. La conclusión era demencial: solo una guerra podría hacer realidad el proyecto nazi de salvación racial de la población alemana.
COMENTARIO CRÍTICO
Mazorwe describe los acontecimientos con maestría, haciendo que parezcan evidentes las causas y las consecuencias históricas de lo que narra. Su visión particular de la victoria liberal tras la Primera Guerra Mundial, la construcción de las democracias parlamentarias, con los fallos que él les achaca, la lógica, también según Mazorwe, llegada de las derechas al poder, etc., se convierte en relato histórico que parece coherente en la lectura.
Los hechos históricos que aparecen en el texto son reales y difícilmente discutibles, pero no la interpretación que el autor hace de los mismos. Veamos algunos ejemplos de esas interpretaciones:
Que las democracias parlamentarias instauradas tras el fin de la Primera Guerra Mundial fueron utópicas y no respondieron a la demanda de las sociedades que las pusieron en marcha es una opinión del autor. La realidad es que numerosos países europeos consiguieron hacer triunfar esas democracias, protegerlas de revoluciones comunistas y de ataques fascistas y sólo otra Gran Guerra Mundial o algunas guerras civiles, como la española, pudieron hacer tambalear y caer estos nuevos regímenes democráticos.
Que la idea liberal de democracia popular era nueva para Europa y no estaba integrada en el pensamiento social europeo también es algo relativamente cierto. Cierto es que los regímenes anteriores a la Primera Gran Guerra estaban dominados por reyes y emperadores autárquicos, pero también es cierto que Europa era el continente de la razón, de unas ideas y ansias de libertad que iban más allá de estos gobiernos. Las democracias parlamentarias no fueron un invento de unos iluminados, sino la respuesta a un clamor de amplias capas sociales.
Que las Constituciones de numerosos países eran demasiado utópicas e irreales es una interpretación. Si la democracia americana tampoco hubiera triunfado y hubiera disfrutado tan sólo de unos pocos decenios de vida, también diríamos ahora que el contenido de su Constitución era utópico e irreal.
Si las derechas llegaron al poder en numerosos países no fue por fallos del sistema, sino porque las izquierdas no supieron aglutinarse y hacer frente a las demandas de la mayoría de la ciudadanía. Las derechas llegaron al poder a través de los votos de sus correligionarios y es peligroso no aceptar que esto es democrático.
Que en Austria, Italia o Alemania, la población estaba conforme con el gobierno dictatorial fascista o nacionalsocialista, hasta el punto de decir que se compartían de forma mayoritaria valores asociados a estas ideologías, es más que discutible. En mi opinión, lo que ocurre es que cuando se instaura el terror en el gobierno, un terreno que es capaz de controlarlo todo, es muy difícil hacerle frente por parte de la población.
En el fondo, la lectura del texto de Mazower destila predestinación y pesimismo. Es como si todo lo negativo que ocurrió en el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial estuviera llamado a ocurrir. En resumen, vendría a ser algo así:
Los liberales se lanzan a constituir democracias parlamentarias y Constituciones nacionales tras la Primera Guerra Mundial y lo hacen de espaldas a los auténticos problemas sociales, sólo preocupados por la letra de los que están haciendo.
Los Parlamentos se erigen como caldo de cultivo de la discordia y la desunión nacional, más que lo contrario.
Las derechas, con su ideal conservador y antiguo, aprovechan la oportunidad para recuperar el poder en muy poco tiempo (salvo en Rusia, donde los liberales no tuvieron ni tiempo de demostrar su “desastrosa” forma de actuar).
En muchos países, algunos muy significativos como Italia y Alemania, las derechas pronto se convierten en auténticas dictaduras de hierro.
Pronto uno de estos gobiernos radicales, el de la Alemania nazi en concreto, interpreta que sólo otra Gran Guerra puede significar el triunfo total de su ideología y la consecución de sus utopías.
Pero este discurso es excesivamente lineal y pudo haber sido totalmente diferente.
CONCLUSIÓN
El texto de Mazower es una magnífica interpretación de los años de entreguerras del siglo pasado. Su interpretación de los hechos mueve a la reflexión personal. Quizás si alguna cosa hubiera sido diferente, Europa se hubiera podido ahorrar los millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial.
Las diferencias sociales de principios del siglo XX no se lo pusieron fácil a los liberales que intentaron reorganizar unas sociedades totalmente tocadas tras el final de la Primera Guerra Mundial. La desaparición de los poderes tradicionales dejó un vacío tan tremendo que no fue fácil de volverse a rellenar. Y los liberales se dejaron llevar por la utopía en esta tarea.
Grandes diferencias sociales, izquierdas divididas, parlamentos desorientados, gobiernos débiles, ideales desatados por todos lados, derechas que llegaban al poder y, una vez obtenido, ponían las bases para no volver a perderlo, renegando de los procesos democráticos que les habían permitido conseguirlo, etc., todo ello era un caldo de cultivo idóneo para provocar una nueva explosión de violencia, como en realidad ocurrió.
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viernes, 6 de marzo de 2009
SOBRE EL ORIGEN DE LA ESCRITURA
Pero fue así. La evolución cultural de la humanidad es un continuo avance sin fin, con muchos peldaños de escalera que se han ido ascendiendo de uno en uno. Se trata de una especialización progresiva de habilidades, cuyos frutos saltan a la vista, pero cuyos orígenes son muchas veces difíciles de adivinar. Y ello es así porque nos es muy difícil valorar o entender las mentes, los objetivos y las intenciones de los seres humanos que habitaron en el mundo hace 20, 50 ó 70.000 años.
Estamos tan ligados a nuestra forma actual de escribir, a la trascripción literal de los pensamientos en palabras y de éstas, mediante fonemas traducidos en dibujos muy concretos, en informaciones escritas, que nos resulta muy difícil entender otras formas de fijar información. Pero las hubo.
Tendríamos que remontarnos a los dibujos naturalistas y figurativos del paleolítico para encontrar los orígenes de la fijación de informaciones. Cabe pensar que el “arte” que hemos encontrado en las cuevas tenía como objetivo fijar informaciones (mágicas, religiosas, culturales) y no se trataba del pasatiempo de ningún artista de la época. El registro de informaciones lingüísticas fue un paso más allá en el desarrollo de las técnicas mnemotécnicas de fijación que utilizaba el ser humano.
La capacidad de usas elementos figurativos (cuya “forma” da idea de lo que representan) y simbólicos (elementos a los que se atribuye un significado concreto, prescindiendo de su forma) es algo inherente al propio ser humano desde hace docenas de miles de años. Esta capacidad es algo universal, aunque su aplicación práctica se ciñe a especificidades culturales, propias de regiones y civilizaciones concretas que pusieron en práctica técnicas y elementos de escritura muy diferentes.
El problema de cómo asociar signos de escritura con elementos lingüísticos ha tenido soluciones dispares en regiones distintas. Básicamente existen dos vías de afrontar este problema: la que opta por centrarse en el contenido de lo que se quiere expresar mediante la lengua y la que, al contrario, da valor gráfico a los propios sonidos de la lengua, prescindiendo totalmente de la forma del signo. Las primeras serian escrituras logográficas y las segundas fonográficas.
La logografía se orienta hacia el significado de las palabras: un signo gráfico se corresponde con una palabra. Con ello se distingue de la representación púramente figurativa (los dibujos de las cuevas del paleolítico) que no estaban ligados a la lengua, aunque sí, como he dicho, eran un tipo concreto y original de fijación de informaciones.
En las técnicas logográficas distinguimos tres variantes:
Los símbolos logográficos más antiguos son pictogramas, que dibujan de una manera directa y concreta la cosa designada. Por ejemplo dibujar una cabeza para designar esa misma palabra.
Los símbolos ideográficos se diferencian de los pictogramas en que entre la imagen y el concepto designado no hay una relación directa, aunque sí un vínculo asociativo natural. Por ejemplo dibujar un pie para el concepto “andar”. Hay relación natural, pero si fuera un pictograma su significado sería textualmente “pie” y no otro.
Por último, los símbolos abstractos, totalmente arbitrarios, que son bien conocidos por nosotros. Por ejemplo el símbolo + = más.
Ninguna de estas tres variantes puede confundirse con las que se incluyen en la técnicas fonográficas, pues en ningún caso el símbolo está ligado a una lengua concreta y podría ser interpretado y utilizado en diferentes regiones y civilizaciones.
En los sistemas fonográficos, el uso de un símbolo determinado se basa en el sonido que representa. También aquí encontramos variantes:
Podemos fijar por escrito una secuencia de sonidos tomando en consideración sólo unos determinados segmentos. Por ejemplo, en la escritura jeroglífica egipcia sólo se representaba el esqueleto consonántico de las palabras, mediante símbolos tanto de consonantes individuales como de conjuntos de ellas, las vocales se deducían en la lectura. Para alguien acostumbrado a su uso y conocedor de la gramática de la lengua, no supone ningún problema su lectura. Obviamente para nosotros, acostumbrados al manejo tanto de consonantes como de vocales, nos parece un tanto incómoda.
Otra variedad es la que representa estructuras silábicas. Es más sencilla que la anterior, por lo que no es extraño que en el mundo se desarrollaran mayor número de escrituras silábicas que segmentales
Por último, la escritura que nosotros utilizamos, la alfabética, que representa en cada símbolo un fonema determinado.
Las variedades fonográficas son en cualquier caso posteriores en el tiempo a las logográficas. En ningún lugar del mundo apareció una escritura fonográfica sin antes haber utilizado otras variantes logográficas. En todos los casos en los que a priori podría parecer que en una civilización determinada se instauró de entrada una variante silábica, por ejemplo, se trata sin excepción de una influencia exterior.
En cuanto a la civilización que utilizó por primera vez de forma sistemática un tipo de fijación de información que podríamos denominar escritura, todos tenemos en mente a los sumerios en Mesopotamia. Parece ser que no fue así y que en lo que se denomina la “Antigua Europa”, en la zona de los Balcanes, se utilizó un silabario algunos miles de años antes. Pero eso sería lo de menos. Lo importante es reconocer que en multitud de culturas y regiones geográficas distantes entre sí, a lo largo de los últimos 10.000 años se fueron desarrollando diferentes sistemas de escritura, todos ellos de utilidad para los pueblos que las utilizaron y que aún las utilizan. La escritura china, que es la escritura más reciente de todas las que surgieron en la Antigüedad (la escritura más antigua aún en uso es la griega), no por ser una variante logográfica ha dejado de usarse: hay más de 1.000 millones de personas que siguen utilizándola.
En conclusión, desde las primeras representaciones del paleolítico hasta las letras que aparecen como por arte de magia en este texto, a través de unos golpes que doy sobre el teclado, ha transcurrido mucho tiempo. Pero en el fondo, tanto yo en este momento, como cualquiera de nuestros antepasados que sintió la necesidad de transcribir y fijar palabras, teníamos los mismos objetivos: transmitir ideas y pensamientos para que otros pudieran compartirlos con nosotros.
(2005)
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jueves, 5 de marzo de 2009
SOBRE LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
La primera es una de las tres bases fundamentales de la teoría de la evolución de Darwin. Yo tenía una imagen un tanto bucólica de lo que era un ecosistema. Un lugar donde conviven una determinada diversidad de seres vivos en cierta armonía, con un equilibrio que parece ser la consecuencia de una tranquila estabilidad. Pues no, no es así. Cualquier ecosistema que nos imaginemos es un lugar durísimo, donde la lucha por la supervivencia es diaria y constante y en la que, a la más mínima debilidad o flaqueza que muestra una especie, es aprovechada por otras para su inmediata aniquilación (lo que a su vez suele provocar la aniquilación de la especia aniquiladora...). La estabilidad que pueda aparentar un ecosistema es consecuencia de una guerra sin cuartel sorda pero real. Esta visión que aportó Darwin a la biología, fue muy criticada en su tiempo, ya que hasta ese momento la "paz" en la naturaleza, la coexistencia de las especies vivas en el planeta, era posible gracias a que Dios lo quiso así, por lo que solo podría ser consecuencia de la bondad y la fuerza benefactora de ese ser divino. Los animales y las plantas convivían en paz, porque Dios así lo había querido... ¡Nada más lejos de la realidad!...
Como he mencionado lo de las tres bases fundamentales de la teoría de la evolución, aprovecho para exponerlas brevemente. La primera es la que he comentado: los seres vivos luchan sin cuartel por su supervivencia. De esta premisa se derivan muchas otras. Sólo por poner un ejemplo, esa lucha por la supervivencia conduce a que los seres vivos tengan mucha más descendencia de la que puede sobrevivir (o de la que llegará a reproducirse), ya que sólo de esta manera pueden asegurar en parte su propia existencia como especie.
La segunda base de la teoría es la que explota el hecho de que la mutación es no solo posible sino absolutamente cierta y natural y que, cuando se mezcla con la selección, conduce a cambios permanentes. Y ésto es una fuente inagotable y rica de argumentos. Por ejemplo, la relación entre mutación y azar es de una riqueza impresionante. El azar no tiene que ver con la mayor o menor dificultad en que un hecho suceda, sino en la cantidad de veces que tiene que repetirse un acontecimiento para que algo ocurra. En fin, es un tema apasionante por si mismo.
Y la tercera premisa de la teoría es el esfuerzo que hizo Darwin para demostrar que los pequeños cambios que se producen en cada momento por mutación/selección, repetidos tantas veces como la probabilidad permite y durante miles, millones de años, pueden dar lugar a que un mamífero parecido a una minúscula musaraña acabe diversificándose y dando lugar a un elefante...
(2004)
lunes, 2 de marzo de 2009
SOBRE EL SÍNDROME DE BURNOUT EN LA VISITA MÉDICA
PARTE I
¿QUÉ ES EL SÍNDROME DE BURNOUT?
El síndrome de Burnout o síndrome de “estar quemado” fue descrito por primera vez en la década de los setenta. Es una respuesta a la tensión o estrés laboral que se produce como consecuencia de una discrepancia entre las expectativas laborales que nos hacemos y un trabajo diario real mal asimilado y aceptado.
Inicialmente descrito como una manifestación de profesionales dedicados a la atención y el cuidado de pacientes o personas necesitadas (médicos, enfermeras, asistentes sociales, educadores, personal de seguridad, etc.), en los últimos años ha visto ampliada su descripción a otro tipo de profesionales, sobre todo los que tienen relación habitual con otras personas como clientes o colaboradores (directivos o mandos intermedios de empresas, comerciales, deportistas, etc.).
Los Departamentos de Recursos Humanos de las empresas saben que se trata de una causa importante de incapacidad laboral que precisa ser tenida en cuenta y abordada.
Las manifestaciones con que cursa el síndrome de Burnout se mueven en torno al ámbito emocional, con afectación de la conducta y el comportamiento, e insidiosos síntomas psicosomáticos.
Estas manifestaciones pueden ser:
· Emocionales: frialdad en las relaciones humanas, insensibilidad, cinismo, aburrimiento, falta de concentración, irritabilidad, negatividad, falta de autoestima, sentimientos depresivos.
· Conductuales: absentismo laboral, superficialidad en las relaciones personales, distanciamiento afectivo con compañeros o clientes, aumento de la agresividad y la conflictividad, incapacidad de relajarse, disminución de la eficiencia en el trabajo y bajo rendimiento laboral.
· Psicosomáticos: cefaleas, problemas gastrointestinales, dolores musculares, fatiga crónica, insomnio.
ETAPAS
En la aparición de esta sensación de profunda quemazón interna pueden describirse varias etapas.
· Al principio aparece una percepción paulatina y continuada del ambiente y la dedicación laboral como algo que se aleja del ideal imaginado. Esta percepción se ve acelerada por el contagio de las opiniones y los puntos de vista de compañeros de trabajo en etapas más avanzadas del proceso.
· En una fase algo más avanzada, empiezan a faltar las ganas de ir a trabajar. La idea de afrontar un día laborable se hace difícil al levantarse por la mañana.
· Poco a poco empieza a asentarse una sensación de “todo el mundo está contra mí” y se deterioran las relaciones con colegas, clientes o la “empresa” en general. Aparecen los síntomas psicosomáticos, cefalea, insomnio, problemas gastrointestinales.
· La disminución de la capacidad laboral se incrementa día a día, con una sensación de decepción que se focaliza en muchas ocasiones contra la empresa. Puede producirse absentismo laboral.
· Se alcanza una fase de frustración manifiesta, que no concede descanso a los pensamientos negativos contra todo lo relacionado con la profesión.
· Al final se alcanza una etapa de absoluta falta de vocación laboral, agotamiento emocional y síntomas depresivos cuya reversibilidad precisa de tratamiento especializado.
La aparición del síndrome de Burnout es insidiosa, es decir, las manifestaciones van apareciendo de forma paulatina e inicialmente inofensiva. Su intensidad es variable, lo que hace que se confunda con facilidad con el desgaste propio que ocasiona toda profesión.
Otra característica es que los afectados niegan sistemáticamente su existencia, aferrándose a la idea del fracaso profesional y personal. Los compañeros de trabajo son los primeros en apreciar la aparición de manifestaciones emocionales o de conducta de difícil explicación.
Se trata de un camino en el que podríamos encontrar a un cierto número de profesionales del sector. Un camino que conduce claramente hacía la infelicidad y que, de no abandonarse a tiempo, exige un gran esfuerzo para ser desandado.
FACTORES DE RIESGO
En la Visita Médica confluyen una serie de factores que la convierten en una labor profesional con riesgo de padecer este síndrome. Algunos de estos factores son:
· Se trata de una profesión que exige fluidas y continuadas relaciones con otras personas, bien sean los receptores de nuestra labor profesional (médicos, farmacéuticos) o compañeros de trabajo.
· La dificultad de relación con los profesionales sanitarios. El receptor de la visita médica tiene normalmente muchos más conocimientos sobre lo que se transmite, lo que genera inseguridad en el emisor. Por otra parte, averiguar y cubrir las expectativas de los médicos no es una tarea sencilla. ¿Qué se espera de nuestros productos?. ¿Qué espera el médico de la tarea del visitador?.
· Es una profesión comercial, en la que, más tarde o más temprano, acaban primando los resultados por encima de todo. La labor comercial tiene un punto de sana tensión que en el fondo es lo que la hace atractiva. Pero hay que estar atentos para tener siempre bajo control esta tensión.
· Los resultados no son inmediatos, hay que esperar a disponer de los datos mensuales ¡a finales del mes siguiente!, lo que puede añadir más tensión al trabajo del día a día. No se puede calibrar en cada instante el éxito o el fracaso, que se perciben a borbotones. La sensación final es la de no tener en las manos las riendas de la gestión comercial.
· La tendencia actual de las empresas a bajar el nivel de decisión a las personas directamente implicadas en los resultados. Cada vez menos las actividades promocionales nos llegan dirigidas desde la Central y cada vez más gran parte de los presupuestos están en manos del visitador médico. Si por una parte ésto obedece a una petición que desde la red se ha venido reclamando desde hace años, por otra exige un nivel de responsabilidad que algunas personas no están dispuestas a asumir. A mayor grado de autogestión, mayor responsabilidad directa en los temas. Cada uno debe valorar si su balanza personal se inclina hacia la toma de decisiones y la responsabilidad que la acompaña o hacia la tarea ejecutora decidida por otras jerarquías.
· Se forma parte de una red comercial muy amplia, constituida en ocasiones por cientos de personas, lo que deshumaniza en parte el trato con “la Central”, la empresa en suma. Se ralentiza el feed-back entre la persona y su empresa y la comunicación se percibe como difícil.
· Es una labor que exige un nivel alto de conocimientos técnico-científicos. Tanto los productos como los profesionales sanitarios a los que se dirige la comunicación, exigen estar al día en aspectos tan dispares como son la fisiopatología, la farmacología, la farmacocinética, la estadística o los mecanismos de acción de los principios activos. Esta exigencia de conocimientos recae en muchas ocasiones, además, en personas con estudios elementales o alejados del ámbito sanitario, a las que se les exige que estudien manuales técnicos o que lean publicaciones de ensayos clínicos y entiendan la especificidad de sus resultados, en ocasiones difíciles de interpretar por los propios especialistas del tema.
· La necesidad que tienen las empresas de realizar un adecuado seguimiento de las actividades y la labor profesional de sus empleados, aún más si cabe si se trata de personas con libertad de acción en cuanto a horarios o movilidad geográfica. Hay planes de trabajo que cumplir, a nivel de productos a trabajar, especialistas a visitar, actividades a implementar, rutas a realizar, etc. Hay ratios que cubrir, en cuanto a visitas/día, coberturas, etc. Y el seguimiento de todo ello, que debería entenderse y transmitirse como una herramienta útil para detectar puntos de mejora, poner en marcha planes de contingencia, medir y analizar desviaciones para su corrección, etc., en la mayoría de las veces se percibe como un puro método de control y penalización. Las personas que lo perciben como esto último, añaden una buena dosis de presión a su labor profesional.
· Los cambios profundos que se están produciendo en el sector y la inmediatez de sus consecuencias en la profesión. Medidas encaminadas a la contención del gasto sanitario que generan incertidumbre respecto a lo que pueda suceder en el futuro a corto plazo. Una lógica resistencia al cambio, sobre todo en personas con larga trayectoria profesional y con alto poder de influencia sobre el estado de ánimo de las nuevas incorporaciones, que se traduce en la expresión “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
· La sucesión imparable de fusiones, alianzas, etc. que viene produciéndose en el mercado farmacéutico desde hace unos años, que disminuyen considerablemente las dosis de seguridad que todos buscamos en el trabajo y la lealtad a una firma empresarial en concreto.
· El contacto diario, habitual, casi obligado con numerosos colegas de múltiples empresas del sector, con los que se comparten horas de conversación, desayunos, comidas, etc. Ello provoca dos efectos: de una parte la pérdida del sentimiento de pertenencia a una empresa en contraposición a las empresas competidoras y la existencia de un corporativismo a veces mal entendido, y de otra la circulación de noticias o medias noticias sobre el sector en forma de rumores, en ocasiones infundados, pero que alimentan un caldo de cultivo pernicioso y que se suma a la dificultad de comunicación empresarial mencionada anteriormente.
· La sensación de estar realizando una tarea “en contra del bien común”, fundada en la posición que adoptan en ocasiones algunos sectores de la administración, posición que poco menos que culpabiliza a la Industria Farmacéutica de todos los males que acontecen a la Sanidad Pública. El gasto en farmacia aparece en los medios de comunicación como el principal motivo del gasto en sanidad y su crecimiento se convierte en estas informaciones como la principal amenaza al sostenimiento de la Sanidad Pública. Ello genera en algunos profesionales del sector un falso sentimiento de culpa que abona la frustración.
CONSECUENCIAS
Las consecuencias de éstos y otros factores, representan la entrada en una perniciosa dinámica de negativismo y desencanto que puede ser la vía de acceso al síndrome de Burnout descrito en este artículo. Algunos de los síntomas personales y profesionales que desencadena esta situación son:
· Sentimiento profundo de que todo lo que nos rodea en el trabajo está en contra de nosotros. Los médicos, la competencia, la administración, la empresa, todo absolutamente todo está aliado para complicarnos la vida.
· Se establece una continua e inexplicable lucha interior con la empresa. Se genera una percepción negativa de todo mensaje que se recibe de “la Central”. Se hace imposible ver la más mínima mejora a cualquier aspecto que se vea modificado en las relaciones con la empresa. Una ampliación de los datos de mercado para su análisis, es complicar la gestión de los números, un cambio de vehículo de empresa hacia un modelo de mayor nivel, se queda corto respecto a “lo que debería ser”, un premio de cualquier tipo, podría haber sido mejor o contempla injusticias en su aplicación que nos afectan, etc. Se considera imposible que la empresa pueda realizar cambios a mejor. Siempre se busca una segunda intención perniciosa.
· Temor a que cualquier cambio en el entorno o en el mismo mercado pueda redundar en un rápido y radical empeoramiento de los resultados. Es un temor inconfesable que se traduce en una búsqueda constante de justificaciones y culpables externos a estos resultados.
· Sensación de que las exigencias formativas están por encima de nuestras posibilidades. Se entra en un círculo vicioso consistente en utilizar cada vez menos los argumentos técnico-científicos, centrando la promoción en las relaciones personales, y considerar inútil e innecesaria cualquier tipo de formación técnica.
· Profundo sentimiento de estar infravalorados por la empresa en general y por sus mandos en particular. El salario es poco, los incentivos insuficientes, los beneficios sociales no existen, la antigüedad o la experiencia no se reconocen, en “la Central” no escuchan, no ayudan, más al contrario, son una barrera a vencer para poder seguir realizando nuestro trabajo en condiciones.
· La empresa es un enemigo intangible que nos controla para castigarnos, se comunica con nosotros para amenazarnos o presionarnos, que se esfuerza por cambiar todo lo que hasta ahora había funcionado por complicados sistemas que nunca acaban de aprenderse y que nunca funcionarán bien.
· Percepción de que en un buen número de empresas competidoras se gana más, los incentivos son mejores, se trabaja menos o “mejor”, el ambiente es más positivo, los mandos más comprensivos, etc.
Las iniciales posiciones de fuerza frente a todo (el mercado, el entorno, la empresa, los compañeros, etc.), a medida que crecen en irritabilidad, agresividad y negativismo, van siendo interiorizadas como un fracaso personal, con un creciente sentimiento de falta de autoestima y de estar presos en un túnel sin salida.
Todo ello y mucho más se resume en una palabra: frustración. Frustración y más frustración. ¿Una exageración?. Los que trabajamos en el sector sabemos que no es así y que son muchos los profesionales de la visita médica que, en mayor o menos grado, tienen sentimientos parecidos a los descritos en los puntos anteriores.
Hasta aquí hemos realizado una somera descripción del síndrome de Burnout, hemos visto los factores de riesgo que entraña la profesión del visitador médico y las consecuencias derivadas del mismo. En el próximo número hablaremos de la autoevaluación y de las medidas que podemos tomar con el objetivo de disminuir las posibilidades de “estar quemado” en nuestro trabajo.
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(VER TABLAS PARTE I AL FINAL DEL ARTÍCULO)
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El síndrome de Burnout en la Visita Médica
PARTE II
Resumen de la Parte I:
· El síndrome de Burnout o síndrome de “estar quemado” es una respuesta personal a la tensión o estrés laboral. Cursa con manifestaciones emocionales como la irritabilidad, insensibilidad, falta de autoestima, cinismo, etc., conductuales como el absentismo laboral, el distanciamiento afectivo, el aumento de la agresividad, etc., y psicosomáticos como cefaleas, fatiga crónica, manifestaciones gastrointestinales, insomnio etc. Es un síndrome insidioso fácil de confundir con el desgaste propio de la profesión, pero que puede conducir a graves trastornos.
· La profesión del visitador médico tiene unos factores de riesgo que pueden inducir a caer en las garras de este síndrome. Sus consecuencias conducen a una frustración insoportable que puede acabar necesitando tratamiento.
A continuación intentaremos ver si podemos hacer algo al respecto para evitar padecer este pernicioso síndrome.
EVALUACIÓN
Existen cuestionarios autoaplicados especialmente diseñados para medir el síndrome de Burnout. El cuestionario de Maslach o MBI (Maslach Burnout Inventory), con algunas aplicaciones a distintos tipos de profesiones, es un cuestionario de fácil aplicación que define el grado de cansancio profesional, de despersonalización y realización personal de forma fiable.
No es motivo de este artículo de opinión tratar este punto con detalle, ya que es algo que debe quedar en manos de profesionales específicos, sólo señalar que es posible reconocer la existencia del síndrome y su grado de evolución. Cualquier profesional que crea estar inmerso en esta situación, debería acudir a un especialista y ponerse en tratamiento.
En último término, todo se reduce a hacernos preguntas como éstas:
· ¿Me agota emocionalmente mi trabajo?
· ¿Me cuesta mucho levantarme por la mañana para ir a trabajar?
· ¿Me estresa trabajar con otras personas?
· ¿Me siento cómodo y relajado con mis clientes?
· ¿Creo que el trabajo me está endureciendo en mi vida personal?
· ¿Me siento “quemado” en mi trabajo?
etc.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Aún aceptando que muchos de los aspectos descritos como consecuencias de padecer el síndrome de Burnout pueden tener una base real y podrían explicarse racionalmente, las soluciones a este sentimiento de frustración no podemos esperar que nos vengan de fuera, sino que tenemos que solicitar ayuda y buscarlas en nuestro interior. ¿Qué podemos hacer al respecto?.
En primer lugar, en el caso de que los compañeros de trabajo, los amigos o la familia nos hagan notar que podemos estar inmersos en un proceso como el descrito, lo primero es ponerse en manos de un especialista en tratar procesos psicopatológicos y huir de la automedicación.
Si simplemente pensamos que nos encontramos muy al principio del proceso o queremos evitar entrar en el mismo, me atrevería a proponer algunas opiniones personales al respecto:
· Lo primero convencernos de que éste es nuestro trabajo, de que nos resulta atractivo y que no sólo es una forma como otra de ganarnos la vida, sino la nuestra, es decir, la mejor. Si no logramos autoconvencernos de ello, lo mejor será buscar otro medio de ganarnos la vida. Es cierto que no se trata de la típica profesión que se menciona cuando somos niños. Nadie es “visitador médico” por temprana vocación (a excepción quizás de personas con familiares muy directos dedicados a este trabajo). Los motivos por los que se llega a esta profesión son muy diversos y difíciles de enumerar. Pero lo que es imprescindible es reconocer si nos puede llenar de satisfacción.
· Reconocer los puntos fuertes de la relación con los profesionales receptores de nuestros esfuerzos. Valorar en lo que valen las relaciones personales que se establecen, la imagen profesional que día a día nos vamos labrando, el dominio de las características de los productos que trabajamos, etc. Es decir, darnos cuenta de que nuestros esfuerzos tienen una recompensa de carácter personal.
· Hacer un esfuerzo por comprender que los compañeros no tienen que pensar igual que nosotros, que pueden opinar de distinta forma y que sus opiniones no son un ataque frontal a las nuestras, sino una fuente de enriquecimiento. Buscar el consenso, lo que implica no aferrarnos a nuestro punto de vista, sino ceder en parte para ganar globalmente.
· Buscar puntos de entendimiento con la empresa. Pensar que la empresa precisa de los mejores profesionales y que no todo lo que pone en práctica está equivocado. Todo, absolutamente todo puede analizarse desde una perspectiva positiva o negativa. Tenemos que hacer un esfuerzo auténtico y real por adoptar la visión positiva en nuestra relación con la empresa. Sólo así podremos empezar a cultivar el sentido de pertenencia y liberar la lealtad que en el fondo todos queremos tener y que nos hará sentir más seguros y mejor tratados.
· Buscar y detectar nuestro problema “princeps” con la empresa. ¿Cuál es la raíz de nuestro enfado con ella?. ¡Hay que saberlo!. Porque es seguro que hay un problema principal que genera una insatisfacción creciente. ¿Nos sentimos peor pagados que otros compañeros?. ¿No se reconoce nuestra veteranía y se hace más caso a los recién llegados?. ¿Nuestras opiniones no son escuchadas en ningún foro?. ¿No estamos de acuerdo ni nos parecen adecuadas las actividades promocionales que nos impone la empresa?. ¿Tenemos poco o excesivo margen para decidir cosas por nuestra cuenta, para actuar de motu propio?. ¿Nos sentimos capacitados para una promoción que no llega?. Tiene que haber un problema principal que arrastra a todos los demás. Hay que buscarlo, reconocerlo y poner todo nuestro énfasis y esfuerzo en que sea resuelto, solicitando un merecido aumento salarial, exigiendo que nuestra voz sea escuchada, proponiendo actividades alternativas para nuestro territorio, mostrando que somos capaces de decidir por nuestra cuenta y de que ello aporta valor a nuestro trabajo y mejora los resultados, mostrando cláramente nuestro interés por crecer profesionalmente, etc. Frente a los problemas que podamos identificar como causa de nuestra frustración hay que actuar más con el razonamiento que con la emoción. Sólo así podremos tomar la distancia adecuada para buscar y encontrar soluciones.
· Hacer frente a los inconvenientes que hacen desagradable y frustrante nuestro trabajo. Muchas de las cosas que más nos incomodan en la labor del día a día no son imprescindibles. Hablemos francamente de su eliminación con nuestros mandos, o como mínimo de la disminución de su peso.
· Por el contrario, hemos de aprender a tolerar y admitir todas aquellas actividades que sean necesarias, aunque nos incomoden. Oponernos frontalmente a ellas sólo será causa de mayor frustración e irritabilidad.
· Hacer oídos sordos a los rumores constantes que circulan en el ámbito laboral. Darnos cuenta de la distorsión que se genera de las noticias, de las exageraciones, de la misma falsedad que en ocasiones se esconde detrás de ciertos rumores. Oídos sordos. No hay que dejar que estas cosas nos influyan y, por supuesto, no tenemos que colaborar en lo más mínimo en su difusión.
En definitiva:
· Asegurarnos de que esta profesión es la nuestra y la que nos puede hacer felices.
· Esforzarnos por comprender y admitir los puntos de vista de los profesionales objetivo de nuestro trabajo y de nuestros compañeros.
· Buscar puntos de encuentro con nuestra empresa, detectando y aplicando soluciones a los principales puntos de fricción con la misma.
· No dejarnos influir por rumores, exageraciones y falsedades que circulan por el sector.
En cuanto a nuestras emociones, cabe vigilar espontáneos brotes de irritabilidad poco comunes, no abusar del cinismo, buscar la parte positiva de las cosas y huir de la negatividad destructiva e innecesaria.
CONCLUSIONES
La habitual y coloquial expresión “estoy quemado” tiene un fondo pernicioso que puede acabar en un estado permanente de cansancio emocional, ausencia lacerante de realización personal y sentimientos negativos que pueden necesitar tratamiento especializado.
Para evitar todo ello, lo primero es identificar el proceso, darnos cuenta de que estamos en un camino equivocado y ponernos manos a la obra para paliarlo en la medida que nos sea posible.
Podemos esperar que el mundo cambie a nuestro alrededor con el único objetivo de hacernos la vida más fácil. Pero, mientras ello ocurre, también podemos poner algo de nuestra parte. Reconocer que nuestro trabajo nos da muchas satisfacciones, esforzarnos en admitir otros puntos de vista, ver el punto positivo de las cosas y afrontar el futuro y todos los cambios que puedan venir con él con optimismo y esperanza. La profesión del visitador médico es la mejor que puede desempeñarse... ¡aunque sólo sea porque es la nuestra!.
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(VER TABLAS PARTE II AL FINAL DEL ARTÍCULO)
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TABLAS
PARTE I
1. Manifestaciones del Síndrome de Burnout
· Emocionales: Frialdad, insensibilidad, cinismo, aburrimiento, irritabilidad, negatividad, falta de autoestima, sentimientos depresivos.
· Conductuales: Absentismo, superficialidad y distanciamiento afectivo, agresividad y conflictividad, bajo rendimiento laboral.
· Psicosomáticos: Cefaleas, problemas gastrointestinales, dolores musculares, fatiga crónica, insomnio.
2. Etapas del Síndrome de Burnout
· Percepción inicial paulatina y continuada de la dedicación laboral como algo alejado de un ideal imaginado.
· Falta de ganas de ir a trabajar.
· Asentamiento de la sensación de “todo el mundo está contra mí”. Deterioro de las relaciones con colegas, compañeros y clientes.
· Aparición de los primeros síntomas psicosomáticos.
· Clara disminución de la capacidad laboral. Absentismo laboral.
· Frustración manifiesta, pensamientos negativos dominantes.
· Falta de vocación profesional, agotamiento emocional, síntomas depresivos.
3. Factores de Riesgo del Visitador Médico
· Profesión que exige relaciones con otras personas.
· El receptor del trabajo es una persona altamente cualificada.
· Es una profesión finalmente comercial.
· Se forma parte de amplias redes comerciales.
· Hay muchos elementos de control propiciados por las empresas.
· Las fusiones y cambios en las empresas son constantes.
· El sector está sufriendo cambios profundos a nivel administrativo.
· Existe un cierto sentimiento de realizar una tarea insolidaria con la sociedad.
PARTE II
1. AUTOEVALUACIÓN
· ¿Me agota emocionalmente mi trabajo?
· ¿Me cuesta mucho levantarme por la mañana para ir a trabajar?
· ¿Me estresa trabajar con otras personas?
· ¿Me siento cómodo y relajado con mis clientes?
· ¿Creo que el trabajo me está endureciendo en mi vida personal?
· ¿Me siento “quemado” en mi trabajo?
Etc.
En caso de sospechar que estamos en el camino de padecer este síndrome, acudir a un especialista.
2. ALGUNOS CONSEJOS
· Acudir a un especialista y huir de la automedicación.
· Convencernos de que la visita médica es la profesión que deseamos.
· Valorar muy positivamente la parte relacional de nuestro trabajo.
· Comprender a las personas que nos rodean y admitir opiniones contrarias a las nuestras.
· Buscar puntos de entendimiento con nuestra empresa.
· Ser flexible con los posibles inconvenientes que se presenten en el desarrollo de nuestra labor profesional. Intentar eliminarlos o aprender a tolerarlos.
· Hacer oídos sordos a la rumorología.
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domingo, 1 de marzo de 2009
SOBRE NUESTRA CUOTA DE INDIVIDUALIDAD

Probablemente ello sea absolutamente necesario, ya que no podríamos vivir pensando continuamente en que tenemos fecha de caducidad (aunque no la conozcamos). Además, todos aspiramos a un cierto individualismo que nos haga sentir únicos y en parte dé sentido y haga tolerable nuestra existencia. Vivimos en un mundo “social” y formamos parte del engranaje de la sociedad humana de la que, por muy anárquicos que nos consideremos, no podemos evadirnos. Pero no es fácil asumir este concepto de forma individual, ya que de lo contrario el riesgo sería abandonar cualquier atisbo de creatividad y la propia sociedad no podría seguir avanzando.

La humanidad, considerada como una sociedad organizada, desde los inicios de su andadura, cuando los primeros humanos empezaron a vivir en asentamientos y a compartir el día a día con sus congéneres, se mantiene y sustenta en rígidas normas de comportamiento: credos religiosos, que amansan y permiten unirnos a todos en una “masa gobernable”, normas “higiénicas” de comportamiento, como “no matarás” o “no tomarás lo ajeno”, que son imprescindibles para la convivencia en común, o la propia monogamia, que no podemos olvidar que en su origen está evitar enfrentamientos entre los miembros varones en las sociedades primigenias y el asegurar el sustento de las mujeres con niños pequeños. Podríamos seguir y enumerar numerosas pautas muy interiorizadas pero que no podemos perder de vista que fueron aprehendidas en el caminar de la civilización, pero que el ser humano no nació con ellas implantadas en sus genes.
Nuestra especial naturaleza hace que nos aferremos a cualquier posibilidad de individualismo, como una pequeña cuota de libertad y, sobre todo, para sentir una cierta singularidad, sentirnos únicos y no parte de ese gran engranaje antes comentado. Y ello sólo ocurre con el ser humano, ya que en otras especies sociales no se produce esta reacción y todos los componentes de la “sociedad” aceptan un rol totalmente subordinado al interés común, sin salirse ni un ápice de su papel “social” (sólo hay que pensar en las abejas, por ejemplo). Esa cuota de individualismo que todos anhelamos, sólo podemos tomarla en aspectos triviales de nuestra existencia, ya que de lo contrario seríamos apartados del grupo y tildados de “anormales”, en su principal acepción. Un ejemplo: a casi todo el mundo le gusta el fútbol o, si lo referimos a un concepto genérico, los deportes de masas, y hay personas que dicen con cierta dosis de orgullo (¡individualismo!): pues a mi no. ¿Y nos parece importante?. Es un aspecto cláramente trivial, pero que refuerza la singularidad. En cambio, ¿qué le ocurriría al que quisiera romper una norma “higiénica” de comportamiento como “no matarás”, por ejemplo?. Evidentemente lo apartaríamos del grupo: ¡es peligroso para el mantenimiento del grupo!. El grupo se aprovecha de todo ello, ya que en última instancia son personas concretas las que permiten seguir avanzando a la sociedad en su globalidad, rompiendo en ocasiones con dogmas que en su momento tuvieron sentido o un fin protector del grupo, pero que con el avance social van quedando obsoletos (por ejemplo, el cuidado de los ancianos cuando ya no pueden valerse por si mismos: no siempre fue así, ya que antes de convertirnos al sedentarismo, una norma “higiénica” de comportamiento decía exactamente lo contrario).
Y aquí está el problema: queremos ser únicos en aspectos poco importantes y organizamos auténticas batallas campales en defensa de estas pequeñas cuotas de unicidad, batallas que obviamente nos generan una fuerte tensión interior que en ocasiones se destila en comportamientos ariscos, tristeza, desencanto con el entorno y, lo más importante, infelicidad. A mayor necesidad de individualismo, mayor tensión interior y con el entorno. ¡Y necesitamos como sociedad el singularismo para avanzar!. ¿Cómo solucionar esta paradoja?.

Podemos conservar nuestra singularidad (¡recordemos que el fin último de la misma es hacer tolerable una existencia que tiene fecha de caducidad!) y, a la vez, buscar que todo sea más sencillo.
Para ello podríamos tener en cuenta algunas premisas como punto de reflexión:
· Las tensiones sólo existen porque nosotros las creamos. Siempre podemos adoptar la postura “grupal” y dejar de lado la “singular”. Lo que hace necesario que sepamos valorar cuándo la tensión que se generará con una postura “singular” nos dará una satisfacción proporcional en nuestro individualismo.
· Es una absurda pérdida de energía generar tensiones con aspectos extremadamente triviales de nuestra existencia. Esto, que dicho así a cualquiera puede parecerle lógico, ¡lo incumplimos sistemáticamente!.
· Tenemos una natural tendencia a complicar las decisiones (ello refuerza nuestro individualismo), olvidando que la gran mayoría de decisiones que tenemos que tomar cada día son triviales: la decisión más sencilla es la que nos ahorrará más tensiones.
· Subamos un poco más el tono: todo lo que hagamos en nuestra vida estará absolutamente olvidado en un par o tres de generaciones a lo sumo. Sólo unos pocos genios serán capaces de hacer perdurar algún aspecto de su existencia por más tiempo. Es necesario, por tanto, relativizar la trascendencia de los asuntos que nos exigen tomar decisiones y de las decisiones mismas.
· Abordar con calma y objetividad cualquier asunto profesional o personal que nos suceda siempre nos ayudará a encontrar las soluciones más sencillas.
· Tenemos que buscar una cierta “paz interior” a través de asimilar y poner en práctica en cada ocasión que podamos conceptos como la tolerancia (que cada cual asuma las tensiones que considere oportunas), la comprensión (todos tenemos derecho a buscar nuestras cuotas de individualidad), la sencillez (soluciones sencillas = tensiones menores) y cuantas cualidades nos permitan sentirnos suficientemente singulares pero nos generen el mínimo de tensiones con el entorno.

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miércoles, 25 de febrero de 2009
SOBRE EL ORIGEN DE LOS NOMBRES Y APELLIDOS
Hacía días que me rondaba por la cabeza buscar los orígenes etimológicos de los nombres y apellidos y estas vacaciones he podido por fin dedicarle un poco de tiempo a este asunto. Hay algunos diccionarios interesantes y no muy caros que dan suficiente información al respecto para personas interesadas. Cuando compré el de nombres propios quedé impresionado, pues contiene más de 13.000 nombres, contando todas sus variantes y equivalencias. Bien es cierto que el autor ha incluído incluso nombres de cómics o de personajes de cine (Tarzán, por ejemplo). Obviamente, en este libro están todos los nombres que uno pueda imaginar y por supuesto todos los nuestros.
No ocurre lo mismo con los apellidos, pues aunque el diccionario que he encontrado contiene más de 8.000, no he podido encontrar algunos de los nuestros. Incluso el mío he tenido que buscarlo en un pequeño libro que encontré, escrito nada más y nada menos que en los años 60 y que aborda específicamente los apellidos de origen catalán.
1. APELLIDOS
En primer lugar, decir que la “función” del apellido es la de acompañar al nombre de pila con el fin de evitar confusiones. Con la aparición el cristianismo y el uso extendido de los nombres de santos en los nacimientos, las repeticiones estaban a la orden del día. El uso de apodos y motes fue uno de los recursos más antiguos. Pedro “el manco” se diferenciaba claramente de Pedro “el chato”. Pronto los apellidos se heredaron de generación en generación siendo una muestra de identificación con una rama familiar determinada. Prueba de ello es que en los pueblos todavía se utilizan con normalidad los apodos familiares para designar a la gente. Como muchos sabéis, suelo pasar varios días al año en el pueblo aragonés de mi esposa. Es un pueblo del Bajo Aragón de apenas mil habitantes. Pues bien, todo el mundo tiene un mote que le designa como miembro de una determinada saga familiar. Los “Chilandros”, “Chaticos”, “Gusanos”, “Cuadrados”, “Perenas”, “Petíos”, “Pichones”, “Perreros”, “Redondos”, “Burillos”, “Cazuelas”, “Cachos”, “Bichos”, “Pelicos”, “Santonegras”, etc. se repiten constantemente cuando se habla de alguien. Es frecuente que en la mayoría de casos ya nadie recuerde el origen de esos nombres. Aunque en algunos casos el apodo sea alusivo a algo negativo, como fulana la “Putina”, nadie lo rehúsa, antes al contrario, todos se siente identificados con ese nombre ya que constituye una seña de identidad. Y lo que es aún más curioso, hoy en día todavía se crean nuevos apodos consecuencia de hechos relevantes que puedan haberle ocurrido a alguna persona en concreto. Así pues, la tradición se mantiene bien viva.
La fijación de los apellidos se inicia con la difusión del uso de documentación legal y notarial a partir de la Edad Media. A partir del siglo IX se encuentran documentos en los que los notarios y escribanos medievales empiezan a asociar al nombre de pila de personas relevantes el nombre del padre, como “Antonius filius Petri”, o bien títulos nobiliarios, “Franciscus baronus” o cargos eclesiásticos, “Bernardus monacus”. Poco a poco esta costumbre empieza también a ser utilizada por otras capas sociales en documentos notariales y parroquiales, lo que refuerza el uso de estos distintivos y su fijación como apellidos hereditarios.
El uso del apellido empieza a ser frecuente a partir del siglo XI, a lo que contribuyó el empobrecimiento de la variedad de los nombres de pila. Estos ya entonces obedecían a modas, siendo común la imitación de nombres de personas de las clases dominantes, personajes famosos o santos muy venerados, lo que redujo sustancialmente el número de nombres de bautismo. Ello hizo aún más necesario el uso de apellidos. Hay un estudio muy curioso en el que se demuestra que en los documentos del siglo X se puede encontrar un nombre distinto por cada 1,3 individuos (es decir, en 130 personas se pueden contabilizar 100 nombres de pila diferentes), cifra que se reduce a 1 de cada 3 en el siglo XI y a 1 de cada 6 en el siglo XII. Este fenómeno todavía podía encontrarse en nuestro país a principios del siglo XX. En el año 1900 en Barcelona los datos eran:
El 27% de los hombres se llamaba José.
El 15% Juan
El 12% Antonio
Manuel, Miguel, Luis y Ramón se repartían un 20%
Es decir, 7 nombres para el 75% de los hombres.
Con las mujeres los datos eran:
El 15% Carmen
El 13% Josefa
El 12% Dolores
El 9% Mercedes
El 8% Francisca
O sea, 5 nombres para el 60% de las mujeres.
Como he dicho, lo más habitual al principio fue asociar el nombre de pila al del predecesor. Los apellidos derivados del nombre del padre son con diferencia los más comunes en nuestro país. En Castilla León, Navarra y Aragón se inicia pronto el uso de la terminación –ez, -iz ó –z para esa relación de parentesco, como “Sancho González” ó “Sancho el hijo de Gonzalo”. No se sabe con exactitud el origen de esta terminación. Hay quién la asocia al uso del genitivo latino en –is con valor de posesión o pertenencia, como en “filius Caesaris” ó “el hijo de César”. Pero si fuera así hubiera perdurado también en otras lenguas de origen latino, cuando se trata de algo que sólo existe en España. Podría tratarse de un sufijo de origen prerromano, como parecen apuntar muchos topónimos de época prelatina, como Badajoz ó Jerez , y que todavía exista en vasco la presencia del sufijo –(e)z con valor posesivo, como por ejemplo de “laar” ó zarza, “laares” ó “que tiene zarzas”. En conclusión, podría ser que este sufijo tan frecuente en España sea un fósil lingüístico cedido a la lengua castellano-leonesa antigua a través del navarro (muchas palabras castellanas son préstamos del vascuence adquiridos a través de la relación medieval con el Reino de Navarra). Encontramos ya apellidos terminados en –ez en Navarra en los siglos VIII y IX, como el rey Navarro García Iñiguez que sucedió a su padre Iñigo en el año 851. Seguro que, además, el uso de este sufijo se vió reforzado en la época de dominación visigoda por el genitivo germánico latinizado en –rizi ó –riz que se ponía a continuación del nombre para indicar el origen paterno, como Roderizi, Sigerici, etc. En los siglos XI y XII el uso de este sufijo se halla ya plenamente consolidado en Castilla León en apellidos tan comunes como Martínez, López o Pérez. Debido a la especial fonética, en Catalunya este sufijo varió a –is ó –es, como Llopis (López), Peris (Pérez) ó Gomis (Gómez), y en Portugal en –es, como Peres, Rodrigues, etc.
El uso de partículas patronímicas con significado “hijo de” es muy habitual también en otras lenguas. A modo de ejemplos:
–son en inglés (Jonson, Thomson, Jackson).
–s final británica (Peters, Adams)
–sen en escandinavo (Andersen)
O- gaélico (O’Donell).
Mac- escocés (MacArthur, MacDonald).
Fitz- también escocés (Fitzgerald, Fitzpatrick), partícula derivada del “fils” ó “hijo” francés que introdujeron los normandos en el siglo XI.
–ov –ova ruso (Valerianov, Petrova).
–ski polaco (Kawalski, Kandinsky).
–vic serbio (Milosevic, Petrovic).
De- francés (Dejean, Deluc)
–ini italiano (Martini, Antonioni).
Y muchos más: El Ben- hebreo y árabe, el –moto japonés, el –poulos griego, el –ena vasco, etc.
En otro casos, la relación patronímica se realiza con el uso directo del nombre del padre, como es el caso de los apellidos Juan, Pedro, etc., o mediante el uso de la partícula “De”: De Juan, De Pedro.
Finalmente, también fueron habituales los usos como apellidos de lugares de residencia u origen, topónimos, oficios, cargos, apodos, etc.
Entre los siglos XIII y XV el uso del apellido se extiende ya por todos los estratos sociales. Cualquier persona que tuviera una mínima propiedad o fuera arrendataria de unas tierras tenía interés en que constara claramente su filiación en los documentos legales. Pero en estos siglos la elección del apellido aún era algo libre. Se podía elegir entre los apellidos o nombres de los ascendientes los que más gustaran, o bien los nombres que fueran más bonitos, respetables, etc. Fue en esos siglos en los que los apellidos aumentaron en variedad. Hay que tener en cuenta, además, que un mismo apellido en origen sufría frecuentes variaciones como consecuencia del gusto de los descendientes, del acento de cada localidad o del criterio ortográfico de los notarios o escribanos.
Hay que esperar al siglo XV para la consolidación bastante definitiva de los apellidos existentes, consecuencia de la iniciativa del Cardenal Cisneros de hacer constar obligatoriamente en los libros parroquiales los nacimientos y las defunciones. Aún así, en las zonas más rurales y entre la gente más humilde, hay apellidos que no quedan fijados hasta el siglo XIX, cuando se instaura en España el Registro Civil y se reglamenta el uso y el carácter hereditario del apellido paterno y empieza a quedar fijada la grafía de los apellidos (salvo errores de los funcionarios que siguieron produciendo modificaciones bien entrado el siglo XX).
De forma resumida, los apellidos pueden haber tenido los siguientes orígenes.
1. Prerromano, por ejemplo Velasco, Iñigo, Pacheco o el muy conocido García. Aunque la nobleza rápidamente adoptó nombres romanos tras la ocupación, la gente llana mantuvo algunos nombres de origen anterior, como son los mencionados.
2. Romano, la mayoría.
3. Judeo-cristianos, de origen bíblico hebreo o griego.
4. Judíos propiamente dichos. Son muy pocos, ya que los judíos ya tenían nombres hispánicos cuando se produjo su expulsión, a consecuencia de los muchos siglos de permanencia en la península. Los que se pudieron quedar en España, tuvieron que cambiar sus apellidos para no ser identificados como judíos.
5. Germánicos. Ojo: un apellido con origen etimológico germánico no significa que su portador tenga antepasados germánicos. Hay que tener en cuenta que en la alta edad media, la influencia germánica inducía a la gente a poner sus apellidos a sus hijos.
6. Arabes. Muy frecuentes sobre todo en Baleares y País Valenciano, donde la población musulmana permaneció hasta los inicios del siglo XVII. La mayoría son topónimos, nombres de lugares, por lo tener un apellido de éstos no significa orígenes musulmanes ni árabes. Por ejemplo, Alcalá o Almunia.
7. Gitanos. Dada la fuerte endogamia de los gitanos, hay apellidos no propiamente de origen gitano muy frecuentes entre ellos, como son Heredia, Maya o Cortés. En cambio, sí existen nombres genuinamente gitanos: Bandojé, Majoré, por ejemplo, procedentes del caló, aunque no constan como apellidos.
8. De otros países. Sobre todo franceses (Duval, Gaite), italianos (Ruso, Manzano, Picasso) y portugueses (Chaves, Abreu).
Los apellidos pueden clasificarse por otros orígenes, aparte del lingüístico. Por orden de frecuencia pueden ser:
1. Procedentes del nombre del padre. Todos los que son como un nombre de pila (mi segundo apellido, por ejemplo: Juan) y todos los que tienen el sufijo "-ez" que, como probablemente sabéis, significa "hijo de": López, Rodriguez, Sánchez, Martínez, etc.
2. Los que proceden de topónimos o nombres de lugar de procedencia o residencia: país, ciudad, aldea, propiedad, edificio, accidente geográfico. Hay muchísimos. Podrían subclasificarse a su vez en:
2.1. Procedentes de gentilicios, nombres de países, regiones, ciudades o pueblos: España, Catalán, Gallego, Sevilla, Aranjuez, Toledo...
2.2. Procedentes de nombres comunes de núcleos de población: Barrio, Barrionuevo, Vila...
2.3. Procedentes de nombres propios o comunes de ríos u otros accidentes geográficos: Segura, Río, Barranco, Ribera, Fuentes...
2.4. Procedentes de nombres comunes referentes al relieve y composición del terreno: Sierra, Valle, Cueva, Peña, Roca...
2.5. Procedentes de la vegetación: Encina, Perales, Manzano, Higueras...
3. Los que proceden de oficios, cargos o títulos eclesiásticos o de nobleza.
3.1. Cargos eclesiásticos: Abad, Capellán, Fraile, Monje
3.2. Títulos nobiliarios: Rey, Conde, Duque, Marqués.
3.3. Cargos públicos o militares: Alférez, Alguacil, Escribano, Jurado.
3.4. Oficios diversos artesanales o de comercio: Herrero, Molinero, Sastre.
3.5. Oficios derivados de la agricultura, ganadería y pesca: Labrador, Vaquero, Pescador.
3.6. Otros oficios: Caminero, Criado, Pedrero.
4. Procedentes de apodos. Es el procedimiento más antiguo para distinguir a los individuos.
4.1. De características físicas. Bajo, Rubio, Calvo, Cano, Izquierdo.
4.2. De características morales. Alegre, Bueno, Salado.
4.3. Referentes a animales. Borrejo, Conejo, Novillo, Vaca.
4.4. Referentes a plantas. Cebolla, Oliva, Trigo.
4.5. Referentes a lazos de parentesco, edad, estado civil, etc. Casado, Joven, Mellizo, Nieto, Viejo.
4.6. Otros apodos. Botella, Tocino, Porras, Cadenas.
5. Procedentes de consagraciones a Dios, bendiciones, augurios para el recién nacido, hechos relativos al nacimiento.
5.1. De carácter afectivo o elogioso respecto a Dios. Gallardo, Bueno, Bello, Alegre, Gracia, Aparicio.
5.2. Referentes a circunstancias del nacimiento. Bastardo, Expósito, Temprano.
5.3. Referentes al mes de nacimiento. Enero o Gener/Giner, Abril.
6. De origen incierto o desconocido. No se conoce, por ejemplo, la etimología de topónimos origen de algunos apellidos, como por ejemplo Toledo o Aragón.
2. NOMBRES
En cuanto a los nombres poco podemos decir del periodo prerromano. Cabe suponer el uso de nombres comunes de topónimos, procedencias, naturaleza o apodos. Hace más de 2200 años llegaron los romanos a la península y trajeron con ellos sus nombres. Estos pronto fueron adoptados por los naturales de la península. Los Publios, Licinios, Valerios, Cornelios, etc. se extienden rápidamente y podemos encontrarlos en las fuentes de la época. En las mujeres los romanos utilizaban nombres asociados a la naturaleza, nombres de pájaros, flores, plantas o piedras preciosas, como Cándida, Margarita, Rosa, Leticia, Felicia, etc. Emperador tras emperador, sus nombres son repetidos en la provincia de Hispania: Augustus, Tiberius, Druso, César, etc. Obviamente, entre las clases más humildes siguen utilizándose como nombres de pila los apodos, como el Cojo, el Negro, el Corto, etc.
A partir del siglo IV empiezan a generalizarse los nombres de bautismo de origen cristiano. Las persecuciones emprendidas por diferentes emperadores, entre las que destaca la que tuvo lugar en tiempos de Diocleciano a principios del siglo IV, generan una gran cantidad de santos, cuyos nombres se utilizan entre los cristianos con profusión, aunque en convivencia con los nombres romanos.
La presencia de los visigodos en nuestro país entre los siglos V y VIII también dejó como herencia la presencia de nombres de origen germánico en la península. Son nombres que se latinizan y quedan como Teodoricus, Grimaldus, Ermengildus, etc. Con la aparición de los francos, llegan nombres de ese origen: Francus, Galindus, Oliba, Heinricus.
A partir del siglo IX eran multitud los Juanes, Pedros, Antonios, Josés, etc., lo que como hemos visto antes obligó a empezar a utilizar otro nombre asociado el nombre de bautismo. En el siglo XVI, el Concilio de Trento (1545-1563) hizo obligatorio el uso de los nombres de santos de la iglesia entre los católicos, obligatoriedad que ha durado hasta el siglo XX en España.
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martes, 24 de febrero de 2009
lunes, 23 de febrero de 2009
SOBRE EL AZAR

Aún más. Los avances tecnológicos aplicados a nuestra organización vital, desde los más sencillos (la llave sólo abrirá nuestra puerta, sólo la nuestra) hasta los más complejos (podemos circular a más de 100 km por hora con nuestro coche, sin pensarlo, no hay problema), y su funcionamiento demostrado miles, millones de veces nos hacen obviar los fallos, las imperfecciones, las posibilidades del desastre. Entramos en cualquier edificio sin percibir las toneladas de cemento y hormigón que tenemos sobre nuestras cabezas, sin cuestionarnos qué arquitecto, qué cálculos y medidas se hicieron o qué destreza tenían los operarios que levantaron esa mole. O nos tomamos una lata de refresco sin gastar una neurona pensando en los controles de calidad que evitarán que no se haya colado en ese lote una sustancia mortal o esté presente en el fondo de ese envase, precisamente en ése, un cristal de aristas peligrosas. Sólo máquinas que nos llevan a los extremos del cilindro, a medios o entornos que por sí mismos nos resultan extraños, por ejemplo los aviones, siguen manteniendo una aureola de riesgo que nos hace conectar con esas posibilidades catastróficas más allá de los límites. Y no es tanto la máquina como el medio: el tren, por ejemplo, es un medio que nos mantiene atados al suelo, recorriendo una camino fijo y previsible, por lo que suele ser percibido como una herramienta cómoda para desplazarnos… siempre que no se trate del Eurostar y sintamos sobre nuestras cabezas las toneladas de agua del Canal de la Mancha.
Si nos dejaran solos por la noche en medio de un frondoso bosque experimentaríamos esa sensación de riesgo incontrolado. Cualquier ruido no identificado, el movimiento de las ramas de los árboles o incluso el silencio asfixiante harían que nuestros sentidos estuvieran alerta esperando no sabemos qué tipo de catástrofe, llevándonos al extremo. Imaginemos ahora un mundo que nos mantuviera permanentemente en ese estado, como debió pasarles a nuestros antepasados lejanos. Nuestros sentidos se han ido adormilando con los siglos y ahora no son más que sombras de lo que fueron. En realidad hemos construido un armazón falso a nuestro alrededor, como si de una burbuja salvadora se tratara, incapaz de ser penetrada por aquello que haya fuera de ella, sea lo que sea. Pero debemos mantener siempre despierta nuestra intuición, ya que lo que sea existe y está ahí, agazapado, esperando el momento propicio, es decir cualquier momento, para aparecer de golpe y dejarnos exhaustos y desamparados… siempre que no hayamos entrenado ese especial olfato que puede mantenernos a flote aún en ese caso.
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